¿Qué va a pasar en enero?, se preguntan los pocos venezolanos que aún tienen la costumbre de mirar a tan largo plazo (la mayoría está pensando en cómo resolver los problemas de los siguientes dos o tres días, como  mucho). La pregunta tiene que ver con los apocalípticos anuncios de algunos opositores sobre el final de la era Maduro el día 10, cuando termina su actual mandato y comienza el segundo.

 

Aseguran los antichavistas nacionales y extranjeros que ese día “nadie reconocerá” (asumiendo que solo ellos son alguien) la renovación del período de Maduro, basándose en que las elecciones de mayo pasado no fueron legales porque las convocó una Asamblea Nacional Constituyente írrita que fue electa en unos comicios ilegítimos. Eso dicen.

 

Bien, pongamos de lado el hecho de que tanto la Constituyente como el presidente fueron electos en procesos en los que la oposición pudo participar pero casi todos sus partidos se negaron a hacerlo. Obviemos el hecho de que la ANC liquidó la ola de cuatro meses de violencia. Olvidemos que quienes hemos concurrido a votar a todas las elecciones que se han realizado desde julio de 2017 hasta ahora somos personas de verdad, ciudadanos con derechos y de este domicilio… Dejemos todo eso al margen para imaginar que se cumpla el pronóstico planteado por ciertos sectores opositores para enero. Nunca está de más ponerse en los diversos escenarios.

 

Lo primero que debe decirse es que así como todo 11 tiene su 13, todo 10 tiene su 5. Y sucede que de acuerdo con los planes de toma del poder por desconocimiento del presidente reelecto, el día 5 de enero, la oposición deberá reunirse en la Asamblea Nacional para elegir a la nueva directiva parlamentaria. Ese episodio es clave porque, según la tesis de los juristas opositores que impulsan la tesis del Día D, el presidente provisional, el que asumirá la jefatura del Estado una vez que le digan a Maduro “no te vistas que no vas”, será justamente el recién designado presidente de la AN.

 

Según el pacto que firmaron los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática a finales de 2015, luego de ganar ampliamente las elecciones parlamentarias, las organizaciones políticas se turnarían en el ejercicio de la presidencia de la AN. El primer año le tocó a AD (Henry Ramos Allup), el segundo a Primero Justicia (Julio Borges), el tercero a Un Nuevo Tiempo (Omar Barboza) y el cuarto, 2019, corresponde a Voluntad Popular. Es decir que debería ser un diputado de esta tolda política el elegido por la Cámara y que, cinco días más tarde, se cruzará la banda presidencial para empezar la tan cacareada transición hacia la democracia.

 

Los expertos en pasillos legislativos aseguran que, en vista de que Luis Florido se fue de VP (y, además, ahora es español) y tomando en cuenta que Juan Requesens está preso, el puesto corresponderá a Juan Guaidó.

 

“¿Juan qué?”, se preguntarán muchísimos venezolanos, incluso algunos de los que militan en los partidos opositores. Bueno, así estará el line up del antichavismo cuando este muchacho es el cuarto bate. Pero ese es otro tema.

 

Uno de los problemas que se anticipan para esa jornada del 5 de enero es que la MUD, o sea, la organización que ganó las elecciones y bajo cuya égida se firmó el pacto de reparto anual de la presidencia de la AN, ya no existe. Uno de sus partidos fundamentales, AD, se retiró, mientras los más pirómanos del ala pirómana formaron una fracción parlamentaria aparte. La coalición heredera de la MUD, el Frente Amplio Venezuela Libre no ha pasado del Aula Magna de la UCV y la última vez que se reunió, sus integrantes terminaron peleándose por culpa de la banda sonora del encuentro, que fue “una música del comunista ese, Alí Primera”.

 

En cuanto a las decisiones de la Asamblea misma, los antecedentes no parecen indicar que estén en condiciones de ponerse de acuerdo en grandes asuntos. Calcule usted: si riñeron porque unos quisieron y otros no declarar persona non  grata a José Luis Rodríguez Zapatero, qué puede esperarse de un asunto como nombrar al presidente de la AN que será presidente provisional de la República.

 

El que seguramente estará feliz por la llegada del 5 de enero es Omar Barboza, el hasta ahora presidente del Parlamento. Al menos sabe que a él no le va a tocar ese papel tan difícil de ir a Miraflores a desalojar a Nicolás. Como buen adeco (lo de UNT es apenas una mutación), Barboza sabe que en política para poder poder hay que tener poder.

 

En fin, volvamos al escenario de que los partidos de la ex-MUD ciertamente decidan cumplir el pacto que firmaron cuando eran felices y estaban unidos. Supongamos que VP postula entonces a Guaidó y que todos lo eligen como caballeros (o como lo que son, diría Cantinflas). Imaginemos que el nuevo presidente de la AN reclama su condición de presidente provisional el 10 de enero y que, con una pequeña ayuda de sus amigos (Trump, Duque, Bolsonaro y otros) se juramenta en un acto repleto de sociedad civil, oligarcas, obispos y los asomados de rigor, entre quienes alguno gritará: “¡Te queremos, Juan!”.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)