Menos de cuatro segundos lleva preguntarle a un artesano «¿en cuánto lo dejas?» para regatearle el trabajo que posiblemente le llevó un mes o más terminar.

 

La visita a sitios turísticos incluye la compra de «souvenirs» hechos por creadores locales, por los que algunos turistas consideran que no deben pagar mucho dinero.

 

Luz María García, indígena perteneciente al pueblo ye’kuana, tiene el recuerdo fresco de las expresiones que escucha al indicar el precio de sus cestas de impecable trazado. «Cuando me preguntan les digo: ‘cuesta 3.000 bolívares’ (menos de diez dólares a cambio no oficial), y me dicen: ‘pero eso es muy caro, es más que un sueldo mínimo'».

 

«El ‘arte de la mano’ y el criterio no están relacionados con el costo», afirma. Según explica, cuando los ye’kuanas van a las ciudades acatan los precios de los productos «porque así se maneja la economía y lo entendemos». 

 

El arte ye’kuana

 

La etnia ye’kuana, perteneciente a la familia lingüística Caribe, se encuentra principalmente en dos sectores del sureste de Venezuela –en los ríos Caura y Ventuari, en los estados Bolívar y Amazonas, respectivamente– y en el noroeste del estado Roraima, en Brasil.

 

Luz María, cuyo nombre en su idioma es Dawenedü Mennenewa, pertenece a la comunidad de la parroquia Aripao, del municipio Sucre, en el bajo Caura, en el estado Bolívar, donde viven unas 5.000 personas. En esta oportunidad viajó a Caracas para participar en la Feria Internacional de Turismo de Venezuela, que culminó días atrás.

 

En la capital venezolana expuso collares, pulseras y zarcillos hechos en mostacilla, donde predomina el colorido y las figuras de la naturaleza, y piezas de cestería, que es el principal arte de su cultura.

 

Luz María tiene un collar con cuentas azules claro y oscuro, rojo y amarillo, utilizado en su pueblo los días especiales. Se prepara para recibir el certificado estatal de protección de la marca colectiva de la Federación de Indígenas del estado Bolívar (FIEB), a la que pertenece junto a unas 4.000 personas de otras 50 comunidades originarias, luego de diez años de intentos fallidos.

 

No es solo una cesta

 

Cuando alguien quiere pagar menos por una obra de arte indígena, es posible que ignore el proceso de elaboración, que además de tiempo y esfuerzo físico e intelectual, incluye su valor cultural e intangible.

 

Tener un cesta con un intricado tejido geométrico en las manos implica un largo viaje que pudo haber empezado meses atrás, y que no es visible en la etiqueta.

 

Luz María considera que quien regatea desconoce que «la verdadera identidad cultural del país está en lo que creamos los indígenas, que somos originarios de Venezuela».

 

Los canastos son los más caros porque el proceso de la preparación del material es más trabajoso que el tejido mismo. Trenzar los hilos, como los que han entrecruzado tantas mujeres y hombres de pueblos originarios, propicia la meditación, la conexión con la naturaleza.

 

De la tierra a su casa

 

Una toma con cámara rápida podría condensar de una manera esquemática el largo proceso que hacen las mujeres ye’kuanas para que un colorido cesto adorne una repisa en su recibidor.

 

Todo comienza con una planificación colectiva, que ocurre sin que haya comunicación previa. «Las mujeres piensan: ‘mañana iré a buscar bejucos’ (plantas trepadoras largas y delgadas); y al día siguiente, por ‘conexión espiritual’, todas van por ellos», comenta esta mujer de 32 años, madre de dos hijos.

 

Los pasos afanosos las llevan a sitios apartados de su comunidad, en plena selva, adonde llegan en canoas, atravesando el río. Allí recogen las plantas, las preparan y hacen cantos sagrados. Este proceso ocurre unas tres veces al año.

 

Luego de un día de trabajo, vuelven a sus viviendas y, junto con sus familiares, hierven las ramas del bejuco y comienzan a extraer sus fibras, que pondrán a secar esa misma noche, por una semana o dos.

 

Una vez culminado el proceso de secado, se hace el de teñido. Se mezclan en agua hirviendo sustancias obtenidas de hojas de árboles y barro para lograr tintes rojos, grises, negros y amarillos. 

 

«Los colores son sagrados para nosotros», dice Luz María al preguntarle sus significados. «Hay símbolos que respetamos», añade para explicar que por su propio reglamento no pueden divulgarse.

 

Una vez coloreados y secos, los filamentos están listos para conformar las vasijas que poseen figuras de animales como el mono, la rana, el jaguar, el cachichamo (armadillo) y el venado o ciervo. Los motivos geométricos son la lluvia y el rombo, que es el símbolo más importante para este pueblo originario porque representa su cosmouniverso.

 

Tejer sabiduría

 

La bisabuela de Luz María le enseñó que tejer no solo es cruzar fibras vegetales, es sabiduría y conocimiento. «Es una manera de saber hasta dónde eres capaz de llegar para sobrevivir en la vida», agrega.

 

La filosofía del tejido, manifiesta, trasciende la ganancia: «Cualquier ye’kuana culturalmente debe saber tejer, es parte de nuestro sistema de educación cultural».

 

Los niños desde pequeños elaboran objetos de cestería como parte de los juegos infantiles. «Mis dos hijos ya lo saben hacer», afirma.

 

«Mi cultura dice que cuando tejes te conectas con el espíritu del sexto sentido y así alimentas tu sabiduría».

 

Entre este pueblo indígena, al que llegaron los conquistadores españoles en la segunda mitad del siglo XVIII y que según el Censo de 2011 tiene unos 8.000 integrantes en Venezuela, se encuentra bien especificado los tipos de piezas que realizan las mujeres y los hombres.

 

Las hechas por los tejedores son los catumares, canastos para cargar la yuca amarga; los sebucanes, utilizados para exprimirla; los manares para cernirla y las wapas, de forma circular, donde cae la harina de este tubérculo, que posteriormente será cocinada y transformada en una torta plana o casabe. Las tejedoras se encargan de los objetos de uso cotidiano en la casa y los de ornato.

 

Preservar el arte indígena

 

El regateo no es lo único que atenta contra el arte de los ye’kuanas. Su lucha, que incluye la solicitud de demarcación de sus tierras, también es por preservar su memoria e identidad.

 

«Hay minería ilegal en nuestra zona», asevera Luz María, y agrega que la labor de la FIEB es «evitar que las mujeres vayan a las minas» por la necesidad de obtener dinero rápido. «Logramos que comprendan que esta es la mejor manera de trabajar, atendiendo a su familia, a su conuco (pequeña parcela de tierra)».

 

«Existe una realidad, vivimos en un mundo de interculturalidad, tenemos que estudiar, que tener herramientas para sobrevivir ante esta cultura dominante», agrega.

 

Luz María es tajante al expresar que su pueblo no quiere «limosnas» porque debe saber apropiarse «sin perder el tronco de identidad cultural». «Soy digna ye’kuana, no destruyo el ambiente, vivo naturalmente bien», subrayó.

 

El tejido ye’kuana entrelaza su sabiduría que, tal como su telar, es de forma circular como una manera de mantenerse unidos en la preservación de su cultura. Habrá que pensarlo más tiempo antes de volver a pedir rebajas. 

 

(RT)