Reelección de Nicolás Maduro

 

En unas elecciones realizadas en un mes atípico, mayo, el presidente Maduro logró una decorosa victoria ante sus tres adversarios y –más importante– contra la parte de la oposición que asumió la vía antielectoral, obviamente apadrinada esta última por las fuerzas internacionales enemigas de la Revolución Bolivariana.

 

Una vez más, el Partido Socialista Unido de Venezuela y sus aliados lograron movilizar su maquinaria para triunfar en las urnas electorales.

 

Visto en retrospectiva histórica, el triunfo tiene un significado extraordinario, pues Maduro había ganado ajustadamente las elecciones sobrevenidas de 2013 y había afrontado en sus primeros años  de gobierno una caída dramática de los precios del petróleo y luego un cerco económico brutal y un fenómeno de hiperinflación. Desde el comienzo de su mandato se hicieron apuestas sobre cuándo sería su salida anticipada, pero logró sobreponerse a todas esos infortunios, postularse para un segundo período y ganar las elecciones.

 

Quienes tanto lo subestiman dijeron que su victoria fue el producto de la ausencia de un contendor que aglutinara el descontento del país. Tal vez, pero, sea por lo que haya sido, Maduro renovó su boleto hasta 2025.

 

Este resultado de mayo tendrá su concreción el 10 de enero de 2019, fecha en la que debe realizarse la juramentación del presidente reelecto. La oposición, desarticulada y fragmentada, ha creado expectativas, anunciando que ese día la Asamblea Nacional no reconocerá al mandatario y se generará una crisis política de alcance internacional. Es el corolario lógico de la jugada que comenzó a principios de 2018, con la ruptura del diálogo, que siguió con el retiro de las precandidaturas presidenciales y con el intento de boicotear los comicios, que se extendió a lo largo del año hasta los comicios de concejales. Se trata de una larga cadena de notas negativas. ¿Podrá salir un éxito de la suma de muchas derrotas?  

 

Elección de concejales

 

Luego de las presidenciales, que incluyeron la elección de los integrantes de los Consejos Legislativos, el único nivel de funcionarios electos por voto popular que faltaba por renovar era el de los concejales.

 

Se planteó una vez más la disyuntiva entre el ala electoral y la antielectoral de la oposición. Esta vez hubo un factor adicional en juego: los alcaldes opositores en funciones no querían asumir la línea abstencionista porque corrían el riesgo de que sus cámaras municipales pasaran a control del chavismo.

 

Varios partidos tradicionales y otros tantos nuevos del campo opositor postularon candidatos. Sin embargo, las cúpulas de las organizaciones políticas antichavistas más grandes se mantuvieron en la línea de llamar a no votar. La consecuencia fue que el gobierno emergió con 90% de los puestos en disputa, acumulando un poder municipal nunca antes alcanzado.

 

La suma del llamado al boicot electoral y la división de los grupos opositores que sí concurrieron causó incluso fenómenos inéditos como el hecho de que el PSUV tenga mayoría en la cámara municipal de Baruta, un bastión inexpugnable de la oposición de clase media.

 

La abstención fue muy alta, pero dentro de los parámetros de una elección municipal en la que no estuvo en juego la figura de los alcaldes. La oposición antielectoral ha pretendido presentar este resultado como un triunfo, pero en términos de política real es un inocultable fracaso, sobre todo para los liderazgos locales de los partidos.

 

(Por Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)