No entiendo la hipersensibilidad de algunos compatriotas cuando se emite una crítica que, al fin y al cabo, es una opinión tan legítima como la que la adversa, no entiendo ese dolor que no es capaz de comprender que del otro lado también hay un dolor.
¿Por qué debe haber un pensamiento único? ¿O una realidad única? ¿Cuál es el interés en imponer una verdad oficial a una democracia participativa y protagónica? ¿Cuáles son esos intereses que se quieren tutelar? ¿Por qué insultar y descalificar al otro? ¿Es pasión o incondicionalismo desmedido? ¿Es fanatismo inútil contra una discusión inexplicablemente postergada? ¿Miedo al debate peligrosamente cercenado?
Este es un momento de unidad imprescindible, exacta, concreta y precisa; sobreviviremos si nos juntamos y nos apoyamos, el uno al otro, a pesar de nuestras divergencias. No esperamos las autocríticas que no llegaron ni llegarán, pero tampoco aguardamos la maquinaria insolente que aplaste las nuevas ideas y los nuevos planteamientos. Nicolás, hoy, nos une, y el legado de Chávez urge una disciplina de combate que no puede ser la del “párese firme” ni la del “permiso para continuar”; la disciplina esta vez debe ser más táctica que estratégica, cargada de respeto, reflexión y análisis; hay mucho que defender y, sin desmerecer la valentía popular, no mucho que celebrar.
Las realidades no son para maquillarlas, sino para sostenernos sobre ellas; midamos todo con sabia mesura: el lenguaje, los gestos, el silencio y cada palabra que escribimos. El enemigo lo está haciendo de esa manera y su propósito es dividirnos, ojo con eso: aquí nadie es más chavista que otro.
Somos un país asediado por el imperialismo con inmensas contradicciones entre nosotros y espacios vacíos en nuestras conciencias que todavía no acabamos de comprender; a mí me encantaría, por ejemplo, decir que estoy de acuerdo con el discurso de Britto y de Néstor Francia, pero eso altera los ánimos y debemos actuar como mellizos siameses unidos por el abdomen que comparten también el corazón a los que el médico no deben intervenir porque pondrían sus vidas en peligro.
Ojo con la vanidad, el infantilismo y, por qué no, con el oportunismo y los sentimientos, con el espíritu: el dios que necesitamos es el de Spinoza, cualquier otro pudiera conducirnos al infierno, sin que aún la muerte haya decidido venir por nosotros.
(Isaías Rodríguez / @JulianIsaias3)