Diez días de «gobierno paralelo» hacen pensar en la genial sátira del escritor estadounidense Philip Roth, titulada Nuestra pandilla, en la que retrata los tiempos de Richard Nixon.

La palabra clave de esa época terrible para el planeta entero (con Vietnam y Chile como emblemas) es cinismo. Y, por lo visto,  nada ha cambiado con el paso de casi medio siglo: los cínicos siguen siendo una patota con pretensiones de poder omnímodo.

Hablemos del jefe de la operación que está en marcha en Venezuela, Donald Trump, un presidente que llegó a su cargo luego de perder en el renglón del voto popular, y que, por tanto, le debe su presidencia al sistema electoral de segundo grado vigente en EEUU, pero que se siente con autoridad para decidir si otros presidentes son o no legítimos.

En el escenario interno de EEUU, Trump no es de la clase política tradicional, es decir, no pertenece a la pandilla de siempre, sino a una emergente, pero en términos prácticos, es la misma cosa. Actúa como el perdonavidas, el jefe de la banda, el azote del vecindario, el pran, dicho en léxico carcelario venezolano. Si alguien osa cuestionar su poder, lo amenaza de muerte, no sin antes robarle todo lo que tenga.

Por no ser de la pandilla tradicional, Trump está, a su vez, bajo constante amenaza. Ahora mismo, por ejemplo, en su horizonte aparece la sombra del impeachment, que es una de las maneras que tienen los verdaderos capos del poder estadounidense para deshacerse de sus propios presidentes. La otra es el magnicidio, pero ese es un tema diferente. 

Por estar en riesgo de ser echado de la Casa Blanca, Trump está haciendo lo que suelen hacer los presidentes de EEUU cada vez que se les presenta un escollo doméstico: buscarse un enemigo en la calle, y eventualmente, meterse en una guerra (en rigor, en otra guerra, porque  esa pacífica y democrática nación siempre está envuelta en varias a la vez).

Esa es una de las razones por las cuales Trump se ha convertido en el líder directo de la oposición venezolana, al punto de utilizar su cuenta Twitter para convocar a plantones y guarimbas. Está urgido de desviar la atención de sus asuntos internos y reivindicar el poderío de su país aplastando a uno más pequeño.

La resquebrajada viabilidad de Trump en la presidencia nos lleva a analizar la actuación de su vicepresidente, Mike Pence, uno de los más activos en la estrategia de derrocamiento del gobierno venezolano. Sabe que es el lugarteniente principal (el lucero del pran, se diría entre rejas por estos lares) y por eso trata de verse incluso «más malo» que el jefe. Está subiendo su propio perfil para estar mejor ubicado si le toca hacer el sacrificio de terminar el período del magnate, ¿y qué mejor para eso que pavonearse por el vecindario con aires de macho-man?

De ese punto para abajo, la banda se torna cada vez más aterradora. Los tres personajes más prominentes parecen salidos de una de esas series, también gringas, sobre asesinos y psicópatas.

Tenemos por ejemplo al secretario de Estado, Mike Pompeo, cuya sola presencia física marca la pauta, hace pensar en un sujeto que llega buscando algo que rime con su apellido. Su trayectoria no es precisamente la de un partidario de los arreglos diplomáticos, pues viene de la CIA, un organismo que debería ser proscrito del planeta si de verdad existiera la voluntad mundial de combatir los crímenes de lesa humanidad.

Pero la cosa no para allí. En el elenco de hijos de la gran nación del Norte tenemos al asesor John Bolton, otro agente de las transnacionales que ya ni siquiera considera necesario guardar las apariencias del acto de pillaje que se está perpetrando con la complicidad de una clase política criolla que ha roto todas las marcas en el deplorable deporte de arrastrarse. Sin el aspecto de asesino serial de Pompeo (se parece más al Doctor Chapatín), Bolton ha sido el encargado de poner a correr rumores sobre agresiones militares planificadas desde Colombia y proferir amenazas contra el presidente Maduro, como la de secuestrarlo y llevarlo a Guantánamo.

Pero el pran Trump al parecer es insaciables y no estaba del todo satisfecho con semejante par de luceros, así que se fue al Museo Nacional del Crimen Político a buscar a un asesino legendario para que «se encargue» de Maduro. Rebuscando entre horrores, encontró nada menos que a Elliott Abrams, genocida de la Centroamérica asolada por Ronald Reagan y por el primero de los Bush en los años 80 y 90. 

Este peligrosísimo elemento se movió por el triángulo que sostiene a las mafias gobernantes de EEUU, integrado por el anticomunismo (ahora mutado en antiterrorismo), el armamentismo y la droga, llevando a cabo operaciones que costaron la vida a miles de personas, todo ello para lograr el objetivo de quitar gobiernos incómodos y poner títeres de Washington. Exactamente la misma tarea que le han asignado ahora.

La pandilla tiene sus miembros egregios en el resto del mundo. Como sucede con todas las organizaciones mafiosas, algunos obedecen porque son seguidores fieles del capo y otros porque le temen. En América Latina tenemos de las dos clases. En Europa también, aunque por allá predominan los que tienen intereses directos porque son secuaces en los grandes obos neocoloniales y quieren su parte del botín.

Uno de los aspectos más indignantes referidos a la actuación impune de esta pandilla es la incondicional admiración y sumisión de muchos venezolanos, incluyendo entre ellos a algunos que fueron o dicen ser de izquierda. 

En algunos casos, se trata de ignorancia o lavado cerebral. En otros es una cuestión pragmática: ven en esa estructura delictiva su única posibilidad de hacerse con el poder en Venezuela. 

Sea por una razón o por la otra, el pretendido gobierno paralelo muestra con orgullo a sus amigotes, los presenta como si fueran unos ilustres  estadistas y demócratas. Los «funcionarios» designados por el autoproclamado presidente muestran satisfechos las fotografías de sus reuniones con semejante caterva de señores de la guerra y ladrones internacionales. 

Definitivamente, el cinismo  -como en la novela satírica de Roth-sigue siendo la palabra clave.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)