Desde septiembre del año pasado, y en medio del sigilo, Colombia, la oposición venezolana y varios gobiernos gestaron el plan que hoy tiene a Nicolás Maduro con un pie fuera de Miraflores.

 

Amante de los tanques y las tanquetas, Nicolás Maduro está lejos de imaginarse que fue precisamente desde un tanque donde comenzó a fraguarse la estrategia política y diplomática que hoy lo tiene, como nunca antes, pendiendo del delgado hilo que sostienen Rusia, China, México, Uruguay, Cuba y un sector de militares leales a su régimen.

 

Desde septiembre pasado, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un tanque de pensamiento con sede en Washington, convocó a recalcitrantes opositores de Maduro a pensar en una Venezuela sin él, con la convicción de encontrar la fórmula para trazar el principio del fin. Acuciosos, a la cita semanal -que replicaron otros influyentes think-tanks– acudieron venezolanos en el exilio, funcionarios del Departamento de Estado y personajes como William Brownfield, el canciller de Panamá, la segunda de a bordo del gobierno canadiense y casi todos los embajadores acreditados ante la Casa Blanca. La delegación colombiana trajo consigo la instrucción expresa del presidente Iván Duque, de apoyar sin rubor la búsqueda de una posición de bloque hemisférico para rechazar, de forma contundente, la proclamación el 10 de enero de 2019, de Nicolás Maduro por un nuevo período.

 

La representación colombiana ante la Organización de Estados Americanos (OEA) trabajaba en el mismo propósito, al igual que los delegados del Grupo de Lima. “A diferencia de lo que pueda pensarse, la estrategia que tiene hoy a Maduro contra las cuerdas no nació del gobierno de Donald Trump, sino del acompañamiento que tuvimos los líderes venezolanos de la oposición hoy en el exilio con el enorme apoyo de los embajadores acreditados ante la Casa Blanca, en especial los de Argentina, Colombia, Chile y Perú, que conformaron una especie de Club de Embajadores con interlocución directa ante funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado e influyentes congresistas de ambos partidos”, aseguró un dirigente de la oposición venezolana. 

 

“El embajador (colombiano, Francisco) Santos lideró toda una labor de advertir al más alto nivel del Gobierno y del Congreso las graves consecuencias de no presionar la salida inmediata de Nicolás Maduro. Su argumento de que si Estados Unidos no tomaba acciones de inmediato, la Venezuela de Maduro pronto se le convertiría a la administración Trump en una Siria con petróleo o en una Somalia soportada en el negocio del narcotráfico realmente tuvo eco”, añadió la fuente que requirió del anonimato.

 

Al tiempo, Alejandro Ordóñez, embajador ante la OEA, convencía a países del Caribe de firmar la declaración del organismo pidiendo la transición. Según las mismas fuentes, además de recibir en su oficina en Washington a Juan Guaidó, la primera semana de diciembre, el diplomático del gobierno de Duque conversó telefónicamente en varias ocasiones con Leopoldo López y otros dirigentes de la oposición que están en Caracas para mantenerlos al tanto de las gestiones y los contactos que hacía junto con sus colegas de la región en pro de sumar aliados. En esa visita, el autoproclamado presidente Guaidó se reunió con figuras, muy probablemente el asesor de seguridad nacional John Bolton y el senador Marco Rubio, explicó Geoff Ramsey, subdirector para Venezuela de WOLA, un grupo de investigación y defensa de los derechos humanos con sede en Washington.

 

El mismo mes de diciembre, Guaidó viajó también a Colombia y Brasil para informar sobre la estrategia de la oposición de manifestaciones masivas el 10 de enero, día de la posesión de Maduro, según le dijo a AP el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma.

 

Dentro de los dirigentes políticos venezolanos de la oposición existía el temor de que una vez Guaidó se proclarama presidente, la respuesta de la comunidad internacional no iba a pasar de una formalidad, pero eso quedó desvirtuado la noche del 22 de enero, un día antes de juramentarse, porque recibió importantes llamadas de respaldo, al más alto nivel dentro del gobierno de Estados Unidos y de otros de la región, y eso le dio la fuerza para seguir adelante, le contó a El Espectador un diplomático suramericano.

Otro frente en el que la diplomacia colombiana se concentró fue en acompañar los esfuerzos del secretario general de la OEA, Luis Almagro, para denunciar los atropellos de Maduro. “Lo que cambia con el nuevo gobierno de Duque es que Almagro ya no está solo en sus llamados contra Maduro. Aquí, en Washington, las voces de Almagro eran gritos en el desierto, pero con la llegada de los nuevos enviados de Bogotá comenzaron a tener eco y a multiplicarse en distintos escenarios”, enfatizó.

 

Según una fuente del Departamento de Estado, la representación diplomática colombiana sostiene encuentros frecuentes con Mauricio Claver-Caron, director de Asuntos del Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, “con quien revisan los avances y desafíos de la estrategia”. 

 

La diplomacia colombiana también asume el liderazgo en Washington de impulsar el tema de la ayuda humanitaria para Venezuela y ofrece su territorio como corredor humanitario. Según Diego Area, director asociado del Atlantic Council para el caso Venezuela, el rol de Colombia será fundamental en los próximos 30 días, pues el siguiente paso será presionar a través del tema de la crisis humanitaria. “Colombia debe establecerse como corredor humanitario, lo que no solo llevará alivio al sufrimiento del pueblo venezolano, sino también un claro mensaje político, muy peligroso, para Maduro”, dijo.

 

“Esa estrategia, que es de Colombia, busca poner más a Nicolás Maduro contra las cuerdas. El mensaje es claro: Maduro, ante la grave situación humanitaria a la que llevó a su país, deje que ingrese ayuda. Si la acepta, está aceptando el fracaso de su política, pero de no aceptarla, recibe el rechazo generalizado de la comunidad internacional por agravar la crisis en la que está sumido su pueblo”, enfatizó.

 

A su turno, el analista Eduardo Gamarra aseguró que, “en un contexto donde el protagonismo ha estado ausente, Colombia y Canadá están a la cabeza de ese liderazgo. Y Colombia, el único país para el que Venezuela representa una amenaza real a su seguridad nacional por el tema de migrantes, del narcotráfico y del apoyo a los rebeldes, ha alzado su voz para ofrecer, por ejemplo, su sede diplomática en Washington, al nuevo gobierno interino de Guaidó (como lo informó El Espectador a comienzos de la semana)”, concluyó. “Dentro del trabajo meticuloso que comenzamos a planear el año pasado, en medio del sigilo, el gobierno del presidente Duque puso a disposición parte de las oficinas de la embajada. Muchas están desocupadas y podemos tener allí a ambos equipos trabajando”, señaló una fuente diplomática.

 

El viernes, consciente del rol protagónico de su Gobierno en la actual coyuntura venezolana, el mandatario colombiano señaló: “Hoy es digno de aplaudir lo que está viendo el mundo, y es que a la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas porque hay un nuevo régimen institucional que se está creando gracias al trabajo que han cumplido Colombia y otros países”.

 

“Trump personalmente ha provocado mucho de esto”, dijo Fernando Cutz, exdirector para Suramérica del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca. Cutz, hoy miembro de Cohen Group, una firma consultora de Washington. “Literalmente, en cada interacción que ha tenido con los líderes latinoamericanos desde que asumió el cargo, menciona a Venezuela”, agregó a AP.

 

Lo que se preguntan analistas es qué tanto quedará afectada la maniobrabilidad frente a otros gobiernos de la región tras haber entregado sus banderas a la causa defendida por el polémico e impredecible Donald Trump.

 

(El Espectador)