Esto sonará repetido y repetitivo, pero es que en estos veinte años, la derecha antichavista (un ente nacional dirigido desde afuera) ha inventado muchas fórmulas para llegar al poder, pero todas tienen en común el decreto de Carmona.

 

Eso es comprensible, si se tiene en cuenta que el golpe de Estado de abril de 2002 es el único momento en que han logrado su objetivo de derrocar al Gobierno Bolivariano. Pero, al mismo tiempo, es incomprensible, si se considera que ese decreto fue la principal razón para que Carmona durara menos de dos días en la presidencia.

 

Sea como sea, cada vez que el sector antirrevolucionario siente que se aproxima al poder, desempolva el malhadado decreto y lo blande como si fuera una gran genialidad jurídica.

 

Diecisiete años después de aquel episodio al que podemos titular «Te queremos, Pedro», la oposición (que ya no es tal, sino gobierno transitorio, según un puñado de países), saca a relucir una versión recargada de aquel texto, bajo el pretensioso nombre de Estatuto de la Transición,  una especie de ley supra-supraconstitucional porque pasa por encima de todos los poderes constituidos, de las leyes comunes, de la Constitución y de las disposiciones de la Asamblea Nacional Constituyente.

 

El decreto de 2002 convertía a Carmona en una especie de emperador, con facultades amplísimas sobre todos los poderes públicos que habían sido electos por el voto popular, pero que no les agradaban a Estados Unidos ni a las oligarquías locales y vecinas. El estatuto de 2019 hace exactamente lo mismo, solo que el emperador ya no es Pedro sino Juan.

 

Si alguien abriga alguna duda del carácter plenipotenciario que asumiría la Asamblea Nacional (cuyo presidente sería al mismo tiempo el jefe del Estado) bastará con que lea el último artículo, que tiene el curioso nombre de Cláusula residual: «Artículo 39. A los fines de asegurar la transición democrática, todo lo no previsto en el presente Estatuto será resuelto por la Asamblea Nacional en aplicación del artículo 333 de la Constitución».

 

Queda claro (por si no lo estaba) que cuando la derecha habla de transición, en realidad habla de tierra arrasada, de caída y mesa limpia, de exterminio del adversario, todo ello con una apariencia de apego a la ley y con la bendición del mismo puñado de países que no admitirían un estatuto como ese ni siquiera en son de juego.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)