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En el tránsito de un año a otro hay que anotar como un gran éxito la estrategia gubernamental de “adelantar la Navidad”. Para el país atormentado por un día a día de escasez y especulación, anticipar el ambiente pascual fue como un bálsamo. Ahora, que ha llegado enero, el reto es estar preparados para afrontar esa cruda realidad sin anestesia.

 

La campaña institucional “Prendan la luz, que es diciembre”, basada en la hermosa pieza Luna decembrina de Otilio Galíndez, comenzó a finales de octubre, y ayudó a distender un poco el ambiente,  junto con medidas económicas como anticipar el pago de aguinaldos y bonos, activar las regulaciones de precios en juguetes y ropa, y mejorar la cantidad y calidad de la entrega decembrina de los CLAP. Esas acciones permitieron traer el ambiente navideño antes de lo habitual y eso contribuyó a pacificar los entornos de una cotidianidad angustiosa y agresiva.

 

Pero ese tipo de calmantes son, por naturaleza, transitorios. Al pasar los días marcados como especiales por nuestra cultura y tradiciones, todos tornamos a una actualidad hostil y atrabiliaria en la que los adversarios ya tienen montadas acciones nuevas, pero con el mismo objetivo que tuvieron en 2016: colmar la paciencia de la gente, hacer estallar al pueblo pobre.

 

Enero ha sido siempre un mes difícil. Incluso en los tiempos de bonanza y prosperidad, en estos primeros días del año surgían problemas de abastecimiento de alimentos básicos, medicinas y servicios. En esas épocas, tal fenómeno era producto de la casi total parálisis productiva del país desde inicios de diciembre, por vacaciones y juergas colectivas. Desde hace ya varios años, con la caída de los precios petroleros, la crisis de enero se ha hecho cada vez más aguda, pues el comportamiento estacional se solapa con los efectos de la guerra económica y con las fallas y vicios que afectan la eficiencia de las políticas públicas.

 

De esta manera, si durante el resto del año escasean el pan y la harina de maíz (por solo mencionar dos productos fundamentales en la dieta nacional), cada mes de enero la escasez ha sido todavía más acentuada.

 

A esto debe agregarse que enero ha sido tradicionalmente un mes de precariedad económica tanto para los sectores populares como para los de clase media. Los esfuerzos realizados para las compras decembrinas (comidas típicas, juguetes, ropa, calzado, mejoras en el hogar, viajes) dejan las finanzas familiares cerca de la bancarrota. Eso ha sido así inclusive en tiempos de cierta estabilidad en los precios, pero se torna mucho peor en una coyuntura como la actual en la que el comercio está simple y llanamente enloquecido.

 

En conclusión, parece ser una actitud prudente que el gobierno y el pueblo revolucionario salgan tan pronto puedan de la modorra del día después de la fiesta y “prendan la luz, que es enero”. No será (lamentablemente, no podrá  ser) la misma luz cándida y benigna de la Navidad. Eso sería un peligroso autoengaño. Tendrá que ser la luz del reflector para localizar las asechanzas de los que vienen con todo y por todo. Ha llegado la hora de darle las gracias a la bella letra de Galíndez (Mi parranda está mirando / como se abrieron las flores / y hasta los tambores / pretenden hablar) y volver con Alí Primera, para cantar: “Abre brecha compañero  / que ya sopla viento de agua / y que hay que espantar el perro / antes que se eche la meada”.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])