cuadro-boste.jpg

En la política, las personas tienen su momento clave. Si lo aprovechan, cosechan importantes frutos. Si no lo aprovechan, deben esperar pacientemente por otra oportunidad… si es que llega.

 

Pensé en esta característica de la lucha por el poder el pasado jueves 5 de enero, mientras recorría las calles de la parroquia Candelaria y constataba que ¡no estaba pasando nada!

 

Sospecho que debo explicarme un poquito mejor: bueno, sucede que exactamente un año atrás, el 5 de enero de 2016 había hecho el mismo recorrido y resultó ser que esta zona caraqueña de clase media-media (tirando a baja), profundamente antichavista, bullía de euforia por la instalación de la nueva Asamblea Nacional, y el “muchacho” de aquella película era Henry Ramos Allup.

 

De las tascas salían gritos de aclamación para el veterano dirigente de Acción Democrática, quien empezó a vivir un segundo debut de aires épicos. Recuerdo a un señor que iba saliendo de un pequeño tomadero llamado Los leones del Anauco y exclamó: “¡Vuelven los adecos, nojoda, aprieten esas nalgas!”.

 

Político avezado y astuto, Ramos Allup se afincó en un papel de vengador maluco, arremetiendo contra la iconografía chavista de la AN, es decir, contra las fotografías del comandante Hugo Chávez y la imagen digitalizada de Simón Bolívar. También se dedicó a prometer cambios políticos en plazos muy cortos. Mientras más tremendistas fueron sus propuestas, más se elevó la cotización del secretario general de Acción Democrática en la competida bolsa de valores del liderazgo opositor. Por un tiempo, le quitó el puesto a los “lechuguinos, petimetres y maripositas” (según su propio decir) en las encuestas de los presidenciables contrarrevolucionarios.

 

Pero, todo parece indicar que no supo aprovechar realmente la oportunidad que se le planteó en términos personales, ni tampoco logró capitalizar ese momento para convertir a la AN en un enclave institucional válido. Por el contrario, se quedó en el gesto revanchista, en el desplante grosero, en el reto callejero, y el Parlamento de mayoría opositora, cuando apenas cumple un año en funciones, está anulado y sumido en el olvido, en la indiferencia.

 

Eso fue lo que percibí el pasado jueves: Julio Borges asumía la presidencia del Poder Legislativo Nacional y la gente de la calle, en este territorio opositor, ni pendiente.

 

¿Cómo puede ocurrir un cambio así en apenas un año? Mi segunda politóloga favorita, Eva Ritz Marcano, opina que había que hacerlo realmente mal para “lograr” semejante nivel de decepción de una militancia que acudió a los centros de votación el 6 de diciembre de 2015 y dio una demostración de fuerza incuestionable.

 

Por supuesto que los índices acusadores apuntan a Ramos Allup, pues fue él el director de esa orquesta que terminó tocando tan desafinadamente a lo largo de su primer año en funciones. Pero es obvio que la culpa no es toda suya. El hombre hizo lo que le pareció que debía hacer, pero (para seguir con el símil de la orquesta) los músicos que tenía no eran ninguna gran cosota. De lo que sí puede responsabilizarse a Ramos Allup es de haber incurrido en el inveterado pecado de la vanidad. Al parecer, se puso a escuchar demasiado a quienes le calentaban las orejas con pronósticos de un meteórico pase del palacio Legislativo al de Miraflores, y terminó perdiendo la perspectiva igual que cualquier novato obnubilado por la ilusión del poder.

 

Luego de aquel pase de revista a las calles de la escuálida Candelaria, miré lo que se decía en los medios y las redes acerca de la nueva directiva de la AN. Entendí que para no desentonar con su antecesor, Julio Borges se estrenó profiriendo algunas amenazas y prometiendo salidas fáciles y rápidas. La diferencia es que esta vez no hubo estallidos de euforia, sino esos típicos bostezos de comienzos de enero, con friíto caraqueño, modorra y resaca. Es difícil imaginar a alguien gritando “¡Llegaron los lechuguinos, carajo!”.

 

Todo parece indicar que Ramos Allup perdió su oportunidad y que tendrá que esperar por otra… si es que le llega. Veremos que hace Borges con la suya.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])