¿Quién es ese señor tan importante de apellido Marrero, que cuando lo metieron preso, de inmediato salieron a defenderlo los más altos jerarcas de Estados Unidos, la Unión Europea, el tipo de  la OEA, los de Lima y hasta las cancillerías de países que muchos ni siquiera sabían que existían?

 

La pregunta llegó por diversas vías, desde el exterior y desde adentro también porque sucede que el señor Marrero era (y todavía lo es, en muchos sentidos) un ilustre desconocido.

 

No es insólito que lo sea, pues su jerarquía proviene de ser el asistente de otro caballero que hasta no hace nada, como suele decir Alberto Nolia, era muy conocido en su casa a la hora del almuerzo. Pero eso que los viejos periodistas estudiamos alguna vez con el nombre del factor de la prominencia noticiosa, tiene un comportamiento contagioso (viral para actualizar el léxico): usted se puede volver prominente por mérito propio, pero también por ser el favorito de un verdadero prominente o –como en este caso- por ser el asistente del favorito de un prominente.

 

Lo cierto es que al ilustre Marrero lo detuvieron las autoridades legítimas de Venezuela, con las órdenes respectivas y le imputaron unos delitos gravísimos, que en los países antes mencionados acarrearían penas bastante graves, por cierto. Pero los altos jerarcas de esas naciones no necesitaron ni siquiera unos minutos para decidir que el arresto es ilegal, que los cargos son falsos, que al señor lo están torturando en las mazmorras del Sebin y que, ¡coño, Maduro, más te vale que lo sueltes o te vamos a…!

 

¿Cómo se compagina esa conducta con la libre determinación de los países consagrada en el Derecho Internacional? De ninguna forma. No se compagina porque esa rama del derecho solo se aplica al gusto de la «comunidad internacional», que es como EEUU y sus compinches gustan autodenominarse, el equivalente a la “sociedad civil” como contraposición de la chusma.

 

Pero con una velocidad de respuesta cercana al llamado tiempo real, esa conducta tampoco se compagina mucho con el sentido común. Gobernantes, diplomáticos, directivos de organismos internacionales y otros actores de la “comunidad internacional” se lanzaron a defender al señor Marrero con una instantaneidad que contrasta –dicho sea de paso- con la lentitud y a veces con la inacción de esos mismos personajes y organismos en torno a casos verdaderamente graves de torturas, asesinato selectivos, desapariciones y detenciones de líderes sociales que han asolado a muchos de sus propios países a lo largo de los últimos años. Así es la dirigencia decente y pensante de este planeta.

 

Ok. Vamos a suponer (solo por analizar, pues) que están actuando de buena fe: En tal caso, ¿cómo podían estar tan seguros de que Marrero es un pobre inocente si ni siquiera habían tenido acceso a los datos mínimos de la investigación y en algunos casos si ni siquiera sabían quién era el sujeto? (Algunos no saben tampoco quién es el jefe del sujeto, pero ese es otro tema).

 

Un mínimo de prudencia recomendaría echarle al menos un vistazo a los cargos y a los presuntos indicios manejados por el Gobierno para detener a un ser tan anónimo, no vaya a ser que Marrero sea un psicópata o un infiltrado y esos ilustrados gobiernos se vean en el papelón de haber saltado a protegerlo. Una vez revisados, tal vez habían hecho lo mismo, pero de un modo menos precipitado y sospechoso. No sé, digo yo. ¿No actuaría usted así en un caso personal?

 

Quitemos ahora la buena fe para que el análisis sea más acorde con la forma como se mueve este perro mundo. Está claro que algunos de los que chillaron tempranamente por Marrero ¡sí sabían quién era Marrero!.. y –a diferencia de la mayoría de los venezolanos- ¡sí sabían en qué andaba Marrero… no se hagan los bobos!

 

Fue precisamente por eso que se arrebataron de esa manera: el fulano Marrero tenía una tarea que cumplir y fue sorprendido o, como gustan de decir algunos “se cayó con los kilos”.

 

Un analista de barbería –que siempre están prestos a estudiar hipótesis alternativas- me dijo que tal vez “el pobre Marrero” es un chivo expiatorio. El Gobierno lo detuvo por su condición de asistente del diputado Guaidó para medir la respuesta de los dueños del tinglado del Gobierno paralelo. Observando sus reacciones sabrán si pueden (o en qué plazo pueden) ir un poco más arriba  en el escalafón de los recién salidos del anonimato. De ser cierto, ¿cómo habrán evaluado la respuesta? Es una gran incógnita.

 

Pero, vayamos al tema de fondo, que es la injerencia y la pretensión de negarle al Estado venezolano todas sus atribuciones y facultades para asignárselas a personas e instituciones a las que las potencias extranjeras han ungido o validado.

 

Cada vez que la policía detiene a un individuo investigado por estar vinculado a alguna conspiración (las guarimbas, el magnicidio, la autoproclamación, el apagón o cualquier evento anterior a ellos), se le llama “secuestro” o se dice que ha sido “desaparecido”. Con ello se pretende decir que no fue un acto ejecutado por la autoridad estatal, sino una arbitrariedad perpetrada por una banda de malhechores, para así reforzar la tesis del estado forajido.

 

Se llega a un nivel absurdo pues pareciera que si algún cuerpo policial, el Ministerio Público o un tribunal de Venezuela resuelve que debe interrogar, imputar o privar de libertad a alguien, tiene primero que pedirle permiso a Mike Pompeo, a John Bolton o a Marco Rubio. ¿Será que en EEUU le han pedido permiso a alguien cuando han arrestado incluso a niños y adolescentes por escribir tuits o correos electrónicos calificados como violentos contra el presidente?

 

Para completar los insumos de estas divagaciones, estuve caminando unos pasos detrás de dos señoras por los lados de Sabana Grande. “Vamos a gastar todo lo que se pueda con las Visa y las Master porque ahora sí es verdad que nos las van a quitar”, dijo la señora A. “¿Quién te las va a quitar, chica, tu marido?”, interrogó la señora B. “¡No seas boba, chica, nos las van a quitar a todos por las sanciones de Estados Unidos, sobre todo ahora que metieron preso a Marrero!”, respondió la A. La señora B puso cara de enigma y preguntó: “¿Marrero… y quién carrizo es ese?”. La A se quedó callada un momento y luego dijo: “yo no sé, chica, pero se ve que para los gringos es un tipo muy importante”.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)