La reciente fotografía de la dirigencia opositora reunida alrededor de Juan Guaidó es una de esas que da para escribir un libro. La gráfica circuló intensamente esta semana en las redes sociales y generó toda clase de comentarios que también deberían ser parte del análisis.

[Sería un libro parecido a Anatomía de un instante, del escritor Javier Cercas, que tiene como punto de partida la foto tomada el 23 de febrero de 1981 en el hemiciclo del Congreso de los Diputados de España. Habían ingresado unos militares echando tiros, en un intento de restaurar la dictadura franquista. Casi todos los parlamentarios se arrojaron al piso, debajo de sus curules para salvar el pellejo, mientras el presidente del gobierno, Adolfo Suárez, se quedó impertérrito, sentado en su puesto. A partir de esa escena, Cercas escribió una obra de casi 500 páginas].

Pues bien, la foto de la que hablamos no es tan dramática, pero sí dice mucho de lo que está pasando en este sector del país que desde el 23 de enero pasado pretende no ser la oposición, sino un gobierno interino.

Lo primero que puede decirse de la foto es que refleja una unidad un poco rara, como pegada con alfileres. Tan es así que algunos desconfiados piensan que no fue un acontecimiento real, sino una escena montada a punta de fotoshop. Los hombres de poca fe sospechan que en algún laboratorio por ahí tomaron las fotos individuales de todos estos sujetos y las pusieron juntas para hacer un simulacro (la palabra de moda) de cohesión. 

Otros piensan que salió de un laboratorio del rrrégimen, pues  una foto así solo puede tener el propósito de rayar al niño consentido de Washington.

Pero los testigos presenciales dan fe de que sí ocurrió el encuentro en la tarima, y que esas caras de burros amarrados en la puerta del baile fueron también verdaderas.

David Paravisini, un experimentado político y estudioso del lenguaje no verbal de quienes luchan por el poder, cree que ese retrato en grupo fue el fruto de una orden imperial. Desde la torre de control en las orillas del Potomac habría llegado la orden de fotografiarse juntos, aunque tal vez les faltó exigirles que no solo estuvieran físicamente uno al lado del otro, sino que también hicieran el paro de que están de acuerdo, unidos alrededor de su presidente accidental. Tal vez durante el próximo simulacro lo hagan mejor.

La orden habría sido el producto de la lectura que hacen los expertos acerca del clima interno opositor luego de casi tres meses del traspaso de mando de la presidencia de la Asamblea Nacional de las manos del muy nulo Omar Barboza, un veterano exadeco, a las de Guaidó, un «líder» made in USA. Esas lecturas reflejan que ya el ala moderada-taimada de la oposición está planeando la forma de huir de la cornisa en llamas, de aplicar su clásica receta del «yo no fui, fueron los radicales», tal como lo han hecho todas las veces anteriores en los que les ha fallado el plan violento.

A regañadientes, por no caer en desgracia con los jefazos gringos, varios de los dirigentes opositores fueron a hacerle los coros a Guaidó y esa podría ser la explicación de que se les vieran esas expresiones de «qué hace un muchacho como yo en un lugar como este».

Conocedores de la dinámica interna de la heterogénea oposición piensan que  a varios de los allí presentes les cuesta varios tragos gruesos el respaldar a un novato como Guaidó, cuyos únicos méritos son ser el mozo de espadas de Leopoldo López y, de un tiempo a esta parte, el favorito de Trump y su banda.

Para algunos de esos, la cosa tiene cierto sabor a nostalgia. Es el caso de Henrique Capriles Radonski, quien pudo haber sido el muchacho de esta película, pero al parecer ese tren también lo dejó.

Sin embargo, no hay que llamarse a engaño. La mayor intensidad de los celos que padece el liderazgo opositor no tienen que ver tanto con el rol protagónico que ha ostentado Guaidó estos tres meses, sino más bien son una mezcla de celos, envidia y, sobre todo, codicia, pues el meollo del asunto son las fabulosas cantidades de dinero que el recién llegado está manejando, como operador principal del gran atraco gringo a los activos de Pdvsa en EEUU. Esa mezcla de pecados capitales se hizo patente en algunas de las caras largas del acto unitario.

Otro detalle significativo del grupo allí reunido es que la foto permite evocar los episodios infaustos que algunos de los líderes (además del propio Guaidó) han protagonizado en estos pocos días. Por ejemplo, estaba Edgar Zambrano, el hombre que cuando se siente en estado de necesidad, en medio de un apagón, va a comer a La Castañuela; y estaba Freddy Superlano, el diputado que sucumbió a la escopolamina  en Cúcuta, mientras luchaba valientemente por ingresar la ayuda humanitaria.

Los comentarios de la militancia antichavista en las redes sociales fueron como para otro capítulo del hipotético libro. Por un lado aparecieron los que censuraron a Guaidó por reunirse con semejante gente. 

Muchos de los que hicieron este tipo de críticas son de los que quieren borrar el pasado de la derecha y creer (o hacer creer) que los líderes millennials, como Guaidó, representan un cambio solo porque tienen menos años. En este sentido, salen aporreados los adultos mayores Ramos Allup, Manuel Rosales y Barboza, a quienes calificaron como muertos vivientes, fantasmas y presencias ectoplásmicas perniciosas.

Capriles, a pesar de no ser de ese grupo etáreo, sino apenas cuarentón, cobró también en estos mensajes de odio generacional. Muchos antichavistas no le perdonan que haya perdido dos veces como candidato presidencial y por eso lo consideran un viejo fracasado, terribles epítetos en un segmento social que tanto valora la juventud y el éxito.

Podríamos seguir analizando la escena en cuestión, pero acá no tenemos el espacio de un libro. Cerremos con la reflexión acerca del mensaje central que emitió Guaidó en ese acto: que el 8 de abril es el día… aunque no exactamente el día, porque será más bien un simulacro del día que vendrá luego. 

Los acompañantes de la ceremonia aplaudieron y lanzaron vivas y hurras también un poco raros, según los testigos.  En todo caso, allí quedó la foto para los análisis, o como dice el primer párrafo de Anatomía de un instante: «Esa es la imagen; ese es el gesto: un gesto diáfano que contiene muchos gestos».

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)