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¿Hasta dónde llegará la pugna entre Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos, y la maquinaria mediática del capitalismo hegemónico? Es una de las incógnitas más interesantes de la nueva etapa que se inicia este mes con la llegada del magnate a la Casa Blanca. ¿Se trata de una pelea verdadera o es una especie de reality show para distraer al público planetario?

 

Es, de cualquier manera, una peculiar confrontación intestina en la que está, por un lado, un empresario que ha logrado hacerse con el poder político, jugando con las reglas del bipartidismo estadounidense;  y, por el otro lado, está la compleja red de intereses que ejerce el poder fáctico en la nación imperial, red de la cual los grandes medios de comunicación son una expresión fundamental, su mascarón de proa.

 

Trump ha tenido un discurso frontal contra uno de los emblemas de ese entramado, la televisora CNN, a la que acusa directamente de mentir y de inventar supuestas noticias. En una reciente rueda de prensa, cuando todavía no ha tomado posesión, dejó claro que seguirá teniendo ese discurso, que aún no ha sido domado por los poderosísimos mecanismos de presión del “gobierno corporativo” de EEUU. La pregunta es si mantendrá esa postura estando ya en ejercicio del cargo o se doblegará para sobrevivir en él.

 

También será interesante saber cómo jugarán sus cartas los propietarios de los grandes medios, que son, en realidad, los propietarios de las empresas del complejo industrial, militar y financiero, los auténticos dueños del imperio. Si Trump fuese el presidente de cualquier otro país, especialmente si lo fuera de una nación latinoamericana, de Europa del Este, africana o asiática, no habría tregua en la lucha por expulsarlo del poder. Con apenas días en la presidencia se le calificaría de ilegítimo dictador o se le tildaría de desequilibrado mental y de peligrosa amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, como el hombre es uno de ellos, un caimán del mismo pozo, tal vez tendrán ante él alguna estrategia diferente.

 

A Trump no pueden acusarlo de ser comunista, socialista ni anticapitalista, aunque su discurso en este aspecto específico (en contra de la maquinaria mediática) no dista mucho del que caracterizó al comandante Chávez; del que sostiene el presidente Maduro; del que han defendido todos los presidentes latinoamericanos progresistas de los últimos tiempos (Lula, los Kirchner, Evo, Correa, Ortega y otros). Lo que dice el mandatario electo de EEUU es una verdad que internamente sostienen los intelectuales de avanzada, como Noam Chomsky y las figuras de la farándula que proyectan la imagen de izquierdosas, aunque presten sus servicios a una de las más poderosas armas de la derecha: el cine de Hollywood.

 

El sistema mediático no podrá atacar a Trump con los mismos argumentos que han empleado contra todos los líderes mencionados anteriormente,  porque Trump es una expresión acabada del millonario estadounidense, cuya riqueza es producto de su participación en despiadados ámbitos de la competencia interempresarial. El nuevo jefe de Estado es, para el poder corporativo, una auténtica cuña del mismo palo. A pesar de ser republicano y blanco, le dará al statu quo los dolores de cabeza que nunca le dio el afrodescendiente y demócrata Obama.

 

En todo caso, es una interesante confrontación endógena del capitalismo imperial que reivindica a quienes, dentro y fuera de EEUU, han denunciado el carácter antidemocrático y cínico de la canalla mediática.

 

(Por: Clodovaldo Hernández / [email protected])