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Haber estado en India durante la retirada de los billetes de 500 y 1.000 rupias fue una lección de estoicismo y de capacidad de reírse del infortunio.

 

En las colas de gente afuera de los bancos había pocas señales de enojo. Concordaban con la medida del gobierno para sacar de circulación el dinero negro, aquel que se consigue sin pagar impuestos.

 

Y hasta les parecía graciosa la situación.

 

Cualquier transacción requería complicadas negociaciones y pagarés, los diarios hablaban de bodas por las que los invitados tuvieron que pagar; el gobierno declaró que los peajes serían gratis pues no había dinero para dar el vuelto y los encargados de cobrarlos parecían sentir dolores físicos al ver pasar los autos sin pagar.

 

Quizás el único lugar en India en el que la desaparición de los billetes más comunes no tuvo ningún efecto fue Auroville, una comunidad utópica ubicada en el estado Tamil Nadu, cerca de la ciudad costera Puducherry.

 

La madre

 

Auroville fue fundada en 1968 como un asentamiento internacional dedicado a la vida sostenible y armoniosa.

 

La fundadora, una parisina carismática llamada Mirra Alfassa — quien se conocería después como «la madre»— soñaba además con una sociedad sin dinero en la que el trabajo colectivo y el intercambio de labor por servicios hiciera que las monedas y los billetes fueran irrelevantes.

Acta constitutiva de Auroville

 

1. Auroville no le pertenece a nadie en particular. Auroville le pertenece a toda la humanidad. Sin embargo, para vivir en Auroville hay que ser un servidor voluntario de la consciencia divina.

 

2. Auroville será el lugar de una educación infinita, del progreso constante y una juventud que nunca envejece.

 

3. Auroville pretende ser el puente entre el pasado y el futuro. Aprovechando todos los descubrimientos exteriores e interiores Auroville se lanzará audazmente hacia el futuro.

 

4. Auroville será el lugar de una investigación material y espiritual para dar una manifestación viva a una unidad humana verdadera.

 

Auroville —o La ciudad de la aurora— ocupa hoy en día 2.000 hectáreas en las que viven 2.500 personas de 50 naciones, entre ellos nueve argentinos, dos colombianos y un ecuatoriano, según las estadísticas de mayo de 2016.

 

Han plantado un millón de árboles, transformando un desierto abandonado en sombra verde.

 

La bola dorada

 

Nadie diría que el Auroville de hoy es la sociedad ideal que Alfassa se imaginó; su historia incluye crimen, conflicto y constantes dudas sobre la transparencia financiera.

 

No obstante, el emprendimiento florece.

 

Los aurovilianos tienen empresas desde tecnológicas hasta textiles.

 

Su centro neurálgico es el Matrimandir («templo de la madre»), un lugar de meditación que parece una bola dorada de golf gigante.

 

Soñando con café

 

En el Café de los Soñadores, cerca del centro para visitantes, le ofrezco a una nueva auroviliana un café a cambio de su historia.

 

«Los soñadores hacen el mejor café», me dice la mujer, quien prefiere mantenerse en el anonimato. «Pero es caro».

 

El camarero le pide su número de cuenta, y ella indica que yo iba a pagar.

 

«Uno tiene una cuenta a la que va tu sueldo. Apenas llevo aquí tres meses y uno tiene que financiarse el primer año», explica.

 

«En Suiza era pobre, pero aquí puedo darme el lujo de regalar dinero».

 

De Suiza a India

 

La nueva auroviliana aparenta menos que 70 años que tiene.

 

«Es en parte gracias a mi dieta y a montar bicicleta», asegura.

 

Con su blusa de algodón y con un pendiente colgado de su cuello que simboliza, según cuenta, la amistad, irradia un entusiasmo vigoroso por su nueva vida.

 

«Era administradora de tecnología informática en Nestlé, en Suiza… ¡Aún no puedo creerlo!», exclama entre risas.

 

El contraste entre la altamente tecnológica multinacional y los centros de sanación y boutiques de ropa hecha a mano que nos rodean es absurdamente vasto.

 

«Pero tenía que criar a mi hijo —cuenta—. Luego, me puse a buscar una comunidad y cuando encontré el sitio web de Auroville supe inmediatamente que este es el sitio en el que debía estar», recuerda.

 

«Fue como una energía extraña».

 

Contribuir a la utopía

 

«Mi misión es traer el transporte eléctrico a Auroville», explica. «¡Me horrorizó ver tantas motocicletas!».

 

Por ello, está financiando el proyecto eléctrico y atendiendo el punto de información. Ha hecho amigos y está decidida a pasar el resto de sus días en esa comunidad.

 

«Hay algo en este lugar que es más grande que nosotros», dice.

 

A pesar de no ser devota de las enseñanzas de «la madre» y evidentemente más realista que peregrina, manifiesta un sentimiento por algo parecido al destino.

 

«Cuando la gente recibe un llamado, las cosas fluyen», afirma.

 

Lo que ofrece es más que tiempo de trabajo.

 

«Tengo una pensión, así que no necesito que me paguen. Simplemente quiero contribuir a esta idea».

 

Algunos sueños

 

«Auroville hace que las cosas sean más fáciles si tienes un sueño».

 

«Respecto al sueño de Auroville de liberarse del dinero, no está funcionando muy bien», concede. «Pero uno no maneja dinero, lo cual es agradable».

 

«La gente que no tiene con qué recibe una manutención, pero a duras penas alcanza para vivir. Lo importante es hacer amigos en la comunidad y encontrar la forma de contribuir con tu energía», concluye.

 

Su descanso termina, así que vuelve a su puesto en el punto de información.

 

En muchas partes del mundo, gente relativamente sana y retirada contribuye enormemente con tiempo y conocimientos al sostenimiento de las sociedades.

 

Lo que me sorprendió tras conversar con esta auroviliana es que vive en una comunidad en la que efectivamente paga por trabajar.

 

Y al parecer recibe a cambio una satisfacción y alegría que el dinero no puede comprar.

 

(BBC)

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