A partir de este miércoles Claudia Mijangos, conocida como “la hiena de Querétaro”, sale en libertad. O al menos así dicta la condena que emitió un juez mexicano sobre esta mujer que asesinó a sus tres hijos luego de enamorarse de un sacerdote católico.

 

Mijangos antes de asesinar a puñaladas a sus tres hijos -dos niñas y un varón- había sido reina de belleza.

 

La fatídica escena ocurrió hace 30 años, en la entonces apacible ciudad ubicada al centro de México, que se conmovió tras enterarse que una madre había apuñalado hasta la muerte a sus hijos: dos niñas de 11 y 9 años, y un niño de 6.

 

Tras la noticia, la población comenzó a conocer a la victimaria como “La hiena de Querétaro” y en el detalle policial se dio a conocer que el incidente se había perpetrado durante horas de la madrugada dentro de la casa de la familia ubicada en un sector “clase media”. El crimen habría durado unas tres horas.

 

El retorno a la libertad plena de Mijangos quien se encuentra recluida en el hospital psiquiátrico de Querétaro -lugar donde pasó más de la mitad de su condena- está condicionada, pues sólo podrá dejar el nosocomio si alguna persona firma un documento donde se haga responsable de ella y lo que pueda hacer.

 

Esa advertencia la detalló el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Querétaro, José Antonio Ortega Cerbón: “Lo que sigues es que primero se tiene que hacer un análisis en cuanto a su salud mental y lo que prosigue es que se pudiera entregar a un familiar que se haga responsable de ella, o de acuerdo al análisis, si ella amerita seguir estando en internamiento, quedará en internamiento pero ya no como una medida impuesta por la sentencia, sino como una medida de prevención en temas de salud”.

 

Las declaraciones de Ortega indicaron también que hasta la fecha nadie se ha acercado al tribunal para realizar trámites en el caso de Mijangos.

 

La noche fatal y la psicosis de Mijangos

 

El domingo 24 de abril de 1989 ocurrió el trágico hecho que conmocionó a Querétaro. En la noche del 23, Claudia Mijangos había llamado a su amiga Verónica Vázquez para decirle que escuchaba y veía cosas: ángeles y demonios que le habían advertido que Mazatlán se “había caído” y que “todo Querétaro era un espíritu”.

 

Vázquez le dijo que se tranquilizara, que todo estaba bien y que al otro día por la mañana iría a visitarla. Cuando llegó aproximadamente a las 8 de la mañana, a la casa marcada con el 408 de la calle Hacienda Vegil, de la colonia Jardines de la Hacienda, vio una escena dantesca.

 

Las paredes ensangrentadas le advirtieron que algo estaba muy mal, caminó por la casa y se encontró con el cuerpo de Alfredo, de 6 años, el hijo menor de Mijangos quedó a la mitad de las escaleras con una charco de sangre alrededor.

 

En las paredes había huellas de manos marcadas y charcos en el piso de sangre. Al ver la horrible escena Vilchis llamó a la policía y al padre de los niños, Alfredo Castaños.

 

Un día antes Castaños había llevado a un kermés escolar a sus 3 hijos, al terminar el evento los había regresado a la casa donde vivían con su madre y él se retiró. Desde hace meses Claudia y Alfredo se encontraban en un proceso de divorcio, por eso ya no compartían casa.

 

Los peritos encontraron dos cuerpos más en la vivienda, el de Claudia, la hija mayor de 11 años y el de María Belén de 9. A María Belén la encontraron en su habitación apuñalada en numerosas ocasiones, al lado, su madre estaba dormida con sangre en la ropa y con un cuchillo junto a ella.

 

Al llegar los policías la despertaron y la enviaron al hospital por estado de shock que presentaba. En el hospital después de horas, cuando despertó, agentes ministeriales empezaron a preguntarle qué había pasado. Ella solo decía que tenía que ir por sus hijos a la escuela que la dejaran ir.

 

Mientras tanto, las autoridades retuvieron a Alfredo Castaños , creyéndolo responsable en un principio de los hechos. Declaró lo que él sabía. Los había llevado un día antes en la noche después de la kermés a la casa de su madre, Claudia Mijangos, cuando los dejó discutió con ella una vez más, era cosa habitual desde hace ya mucho tiempo, él le dijo que volvieran, que podían arreglar las cosas pero ella una vez más lo rechazó. Eso fue todo lo que sabía de aquellas horas en las que sucedió el terrible multihomicidio.

 

Castaños sabía más, pero no lo relacionó. Sabía que una de las causas por la que se estaban divorciando era porque Claudia se había enamorado de otro hombre.

 

Claudia, que estudió administración en su natal Sinaloa y fue reina de belleza, se había mudado con Alfredo unos años atrás a Querétaro, montó una exclusiva tienda de ropa para mujeres en el centro de la ciudad con la onerosa herencia que había recibido debido a la muerte de sus padres y metió a sus hijos a una escuela católica, el Colegio Fray Luis de León en donde hasta la fecha imparten las clases padres de la orden de los Agustinos Recoletos.

 

Se enamoró de un sacerdote, una relación prohibida

 

Toda era perfecto. Con una familia bonita, estabilidad económica y sus hijos creciendo, a ella parecía que la vida le sonreía, por eso quería regresar a la comunidad, algo, de lo bueno que ella tenía.

 

Mijangos se acercó a la escuela de sus hijos y se ofreció a dar las clases de ética y catecismo a los alumnos, ahí conoció al padre Ramón.

El padre Ramón era un “tipazo”, así lo definían, además de joven y amable era muy guapo. Con sus ojos azules y su 1.90 m de altura ella se enamoró.

 

Cada vez más Claudia se alejaba de su esposo y era habitual encontrarla en la escuela, en las clases de catesismo. Al padre Ramón tampoco le era indiferente y comenzaron un romance. O al menos eso apuntan versiones, porque la escuela jamás dijo nada al respecto, pero tampoco lo negó, únicamente la arquidiócesis de Querétaro tramitó el cambio del padre Ramón, después de los asesinatos.

 

De esta relación prohibida sabía el director de la escuela, el padre Rigoberto, tanto así que habló del tema con el mismo padre Ramón y con el esposo de Claudia. El padre Rigoberto le recomendó a Alfredo que él fuera quien se quedará con la custodia de los niños, no su madre.

 

Al parecer después de estas advertencias o pláticas que tuvo el padre Ramón con el director de la escuela, él ya no quiso continuar con el idilio que mantenía con Mijangos. También le pesaba demasiado la traición a los votos que había hecho cuando se ordenó sacerdote.

 

Por toda esta complicación el padre Ramón decidió terminar con la relación. Claudia no lo tomó nada bien. Lo buscaba, lo seguía, diría años más tarde el padre Rigoberto.

 

Rompimiento y alucionaciones

 

Claudia entonces empezó a hablar de que escuchaba voces, que eran ángeles que le decían que tenían que estar juntos. Ella nunca perdió la esperanza de estar con el padre Ramón.

 

Según dicen los peritos, que este evento tan fuerte para ella que detonó los problemas de salud mental que venía arrastrando. Su amiga Adriana, cuenta que con sus hijos siempre fue cariñosa, que con la gente muy amable, pero unos meses antes mostraba actitudes extrañas, nunca violentas.

 

Sin embargo, el terapeuta de pareja, al que habían estado acudiendo Claudia y Alfredo, en un intento desesperado, por él, de recuperar su matrimonio, contó que si había advertido conductas violentas de Mijangos, pero nunca pensó que escalaran tanto, pues eran durante la terapia en donde los dos discutían y se levantaban la voz.

 

El terapeuta les recomendó que se divorciaran por lo dañada que estaba ya su relación. El mayor episodio de violencia que había ocurrido hasta entonces, por parte de Claudia, fue la vez que sacó a media noche a Alfredo al patio de la casa y lo dejó ahí en calzones por horas.

 

Claudia Mijangos buscó entonces desesperadamente la anulación de la iglesia de su matrimonio, no había argumentos suficientes y esto la frustró. Ella seguía muy enamorada del padre Ramón y no entendía por qué no podían estar juntos.

 

El 23 de abril cuando Alfredo regresó a sus hijos a la casa, Claudia y él tuvieron una discusión muy fuerte. Le dijo que sabía el romance que tenía con el padre y se lo reprochó, aún así, él quería regresar con ella.

 

Ella no negó la aventura, en cambio, defendió el amor que tenía por el padre Ramón. Los gritos los escucharon los vecinos pero no intervinieron. Alfredo se retiró.

 

A la mañana siguiente, en el interior de la casa marcada se presentaba una escena que parecía sacada de una película de horror. El piso de la sala y las escaleras que iban hacia la planta alta estaban manchados de sangre, al igual que el pasillo entre la recámara principal, la recámara del pequeño Alfredo, la recámara de las niñas y el baño.

 

Los investigadores afirman que por lo menos había 10 litros de sangre distribuidos por la casa. La puerta de la alcoba estaba entreabierta y el cuadro que se ofrecía a los ojos era aterrador.

 

En la esquina de la recámara, sobre un sillón, dos cuchillos de cocina, uno de 40 centímetros y el otro de 33 centímetros, ambos con cachas de madera en color café, limpios. Un tercer cuchillo de 31 centímetros se halló en la recámara de las hermanas Claudia María y Ana Belén, caído sobre la alfombra y lleno de sangre.

 

Los hijos eran demonios

 

En la madrugada, destaca el reportaje de Infobae, las voces al interior de su cabeza no paraban de hablarle, le dijeron que sus niños eran demonios que impedían que estuviera con el padre Ramón y los mató.

 

Mijangos fue interrogada y no recordaba lo ocurrido, parecía desconocer el destino final de sus hijos. Según el interrogatorio, deliraba diciendo que sus hijos dormían y ella debía preparar el desayuno.

 

Tras las investigaciones se apreciaron los problemas psicológicos que presentaba, por lo que se determinó, tras algunos estudios, que en el momento de la tragedia Claudia Mijangos se encontraba en medio de un episodio psicótico.

 

Mijangos enfrentó su proceso en el penal de Querétaro y finalmente el 19 de septiembre del 1991, fue recluida en el anexo psiquiátrico del Centro Femenil de Readaptación Social de Tepepan, al sur de la Ciudad de México.

 

La casa de la “Hiena de Querétaro”, en donde ocurrieron los trágicos asesinatos de sus hijos, durante años fue el escenario de rituales satánicos hasta que tapiaron completamente la vivienda.

 

El juez le impuso la sentencia más alta que se puede dictar en este tipo de casos, 30 años. Mañana concluye su condena a la edad de 63 años. Probablemente se quede ahí, pues como dijo el presidente del Tribunal de Justicia de Querétaro, nadie ha ido a reclamar a Claudia Mijangos.

 

(LaIguana.TV)