Algunos periodistas-influencers deberían agregarle a sus títulos el de malabaristas: son unos expertos en trucos con pines pero, sobre todo, con bolas y con fuego.

 

Por el ejemplo, a propósito del “alzamiento militar” de La Carlota (lado de afuera), los periodistas-influencer-malabaristas arrancaron muy temprano en tono de gente que lo sabía todo. Los más humildes aseguraron que estaban dateados acerca de lo que iba a pasar, mientras los más audaces dieron a entender que estaban metidos personalmente en la movida y que en horas de la tarde ellos (y ellas) estarían en Miraflores asesorando al nuevo presidente. ¡Upa!

 

Acicateados por el triunfalismo que siempre embriaga a los opositores en las primeras de cambio, los comunicadores funambulescos 2.0 empezaron a pronosticar el derrumbe acelerado del gobierno. Comenzaron a hacer sus malabares con antorchas y, tal vez por eso, se convencieron de que el país estaba ardiendo por los cuatro costados.

 

Apenas comenzó a quedar en evidencia que el alzamiento era más que nada de Twitter (principalmente de tuits en inglés), los periodistas-influencers se esforzaron más por a aplicar a fondo su arte. Señalaron que el objetivo no era en realidad un golpe militar, sino generar la “masa crítica” para la etapa final de la Operación Libertad.

 

Cuando se percataron de que tampoco había mucha gente en las calles, apelaron al divertimento de las altas fuentes que dicen tener en el gobierno (¡qué envidia!). Estas reportaron que el gobierno, pese a que el “alzamiento” no alzó y la masa no creció, estaba negociando una salida no tan fea, tal como si la jugada hubiese sido un éxito clamoroso. “Lo tienen en Miraflores”, escribieron, refiriéndose al presidente, como su fuese un lugar inusual para que él estuviera. Algunos hasta presentaron uno de sus típicos ultimátum: Maduro tiene hasta las seis para renunciar.

 

Para el atardecer había tantos periodistas-influencers-malabaristas, y tantas bolas en el aire que ya hasta la gente más fiel se aburrió y comenzó a bostezar.

 

Algunos tuvieron cierta vergüenza por el balance de la jornada y lanzaron algunas “informaciones” para explicar el magro resultado. En realidad, la cosa no era para este martes, pero fue necesario precipitarla porque el gobierno estaba a punto de poner preso a Guaidó. En el adelanto, algunos de los oficiales que estaban cuadrados, terminaron arrugando.

 

Horas después, los más habilidosos habían cambiado el enfoque de la madrugada. Ya no eran asesores del complot sino unos analistas desapasionados. Algunos hasta se atrevieron a ser críticos con la estrategia de la que horas antes eran cheerleaders.

 

Es que de verdad son tremendos malabaristas: se vinculan a lo que parece que va a salir bien y, si sale mal –como casi siempre-, se hacen los desentendidos. ¿No los necesitarán en algún circo?

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)