¿Cómo estaría la oposición venezolana si la gran maquinaria mediática global fuese medianamente objetiva, neutral, si hiciera algo parecido al periodismo en la cobertura de la realidad nacional?

 

La respuesta es meramente especulativa, pero parece evidente que no gozarían del “posicionamiento” que hoy tienen, según el cual son un sector pacífico, democrático y oprimido por un malvado dictador. Por el contrario, algunos de ellos serían considerados unos elementos peligrosísimos  y un dudoso ejemplo de lo que significa oponerse en una sociedad seria.

 

A la vez que les proporciona ese posicionamiento (entendida esta palabra en su sentido más publicitario), el ser los niños consentidos de la mediática global no los ayuda tanto como ellos creen a mejorar su liderazgo dentro de nuestras cuatro paredes nacionales.  Tal vez por eso siguen sin rebasar los límites de una maltrecha clase media, justo la que resulta más permeable a dicha prensa global.

 

¿Qué pasaría si no tuvieran tan buenos compinches en las empresas comunicacionales extranjeras? Es una pregunta que hasta los mismos dirigentes deberían hacerse, pero que no se harán porque esa maquinaria mediática global es, a su vez, un engranaje de un gran aparato hegemónico que no admite reflexiones ni disidencias.

 

Si la prensa informara verazmente, ya muchos de los supuestos líderes habrían recibido su merecido, allá en sus exilios dorados o acá en sus andanzas de gobiernos interinos y provocaciones en busca de sangre fresca. Y conste que cuando digo “su merecido” no me refiero a nada violento, sino al mismo látigo de la indiferencia y el desprecio con el que ya han sido castigados por estos lados.

 

Al revisar los hechos nacionales más recientes podremos hacer este ejercicio en caliente. Las actuaciones del antichavismo han sido fallidas, y no pocas de ellas notoriamente delictivas. Ni aún con el apoyo abierto de la potencia militar y política más temible del planeta han podido lograr sus objetivos. Ni siquiera orquestando sanciones, bloqueos  y sabotajes contra su propio país han podido hacerse con el poder. Pero la maquinaria mediática global sigue sosteniendo la versión de que luchan por la libertad y la democracia y que están a punto de derrotar a un gobierno ilegítimo y dictatorial. Siguen tratando de hacer creer que están ganando, incluso cuando protagonizan episodios tan patéticos como el del martes.

 

Si ese aparato comunicacional fuese medianamente respetuoso de la verdad tendría que haber informado, en primer lugar, que el alzamiento militar proclamado por Juan Guaidó, Leopoldo López y la pandilla de Donald Trump fue un estrepitoso fracaso, rayando en un tremendo ridículo. Pero no quiere hacerlo porque el conglomerado de medios está tan intrínsecamente asociado a los factores de poder capitalista global que debe insistir en lo contrario: fue un gran éxito y un momento épico y heroico.

 

Si tuviéramos una prensa cumplidora de los mínimos preceptos profesionales, habría dicho que el llamado de Guaidó y de su jefe político local a que todo el pueblo acudiera no solo a La Carlota, sino también a las guarniciones militares del resto del país, únicamente fue atendido por un reducido grupo de personas, en su mayoría del tipo guarimbero. Hubiesen dicho que las mismas imágenes transmitidas por los supuestos alzados  (con ametralladoras y otras armas) les quitaron las ganas de movilizarse a los opositores realmente pacíficos. 

Si estuvieran en funciones informativas y no propagandísticas, los periodistas también hubiesen dicho que Guaidó, López y sus militares alzados nunca estuvieron en la base aérea y que tan pronto se percataron de que estaban derrotados, se movilizaron hacia el enclave opositor de la plaza Altamira, tras los cual fueron a refugiarse a embajadas del Grupo de Lima. En cambio, las primeras planas de los diarios y los prime time de los medios audiovisuales aseguraron que esos personajes habían sido más valientes que Antonio Ricaurte cuando se inmoló en San Mateo.

 

 Dentro de la maquinara mediática –porque siempre hay excepciones- existen personas que quieren contar los sucesos con un mínimo de veracidad. Pero no pueden. Se trata de un modelo diseñado para que nadie pueda romper el falso consenso. Si alguien lo hace una vez, aprovechando un descuido, lo paga con el desempleo y el ostracismo.

 

Si los grandes medios de comunicación mundiales, que arrastran tras de sí a buena parte de las redes sociales, fuesen mínimamente equilibrados, tendrían que haber informado la realidad de la violencia planteada el martes: un reducido grupo de militares y de civiles sumamente hostiles tenían poderosas ametralladoras y largas ristra de municiones. En algún momento, debidamente registrado por sus propios teléfonos, dispararon contra la base La Carlota y también al aire. Los medios hicieron ver esos gestos como una demostración del éxito que le atribuyeron a los opositores alzados y, de la manera más insólita, como una  expresión de lucha pacífica… ¿Qué hubiesen dicho esos mismos medios de haber ocurrido una escena de tal virulencia en las ciudades donde tienen sede, como Washington, París, Madrid, Londres o Bogotá?

 

Cuando en el futuro alguien quiera investigar lo que pasó el martes 30 de abril en Caracas, si se queda con lo dicho por la nefasta maquinaria, jurará que una manifestación de angelitos inermes que  fue salvajemente reprimida por la dictadura de Maduro.

 

Si quedara algo de enfoque periodístico en ese entramado mediático y de redes, también habrían llovido las críticas y hasta las burlas con respecto a las justificaciones de los funcionarios-pandilleros estadounidenses acerca de cómo los oficiales supuestamente conjurados se echaron para atrás a última hora y hasta les apagaron los celulares. Al menos alguien hubiese acotado que eso no se lo hubiese dejado hacer el agente especial Jethro Gibbs, el duro de la serie de TV Criminología Naval.

 

Para completar el gran tinglado favorable, la maquinaria mediática global le hace otro favor a la oposición (y otro gran daño al periodismo): ignora por completo al pueblo chavista, lo silencia, lo esconde, y si acaso lo muestra es para descalificarlo y satanizarlo. La mejor prueba de esto es que el miércoles, apenas horas después de que supuestamente Maduro estuvo montado en un avión, presto a abandonar el cargo, una multitud entusiasta y firme llenó las calles de Caracas con una marcha a favor del gobierno. El ominoso aparato no registró ese dato. Debe ser porque se dedicó a ver en qué embajada había terminando López encontrando cupo.

 

 (Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)