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Con temor se acercó a la ventanilla del carro, tal vez llamarla “bella” sirvió para romper el hielo y para que se atreviera a contar su historia. El pronombre “él” nunca lo utilizó para referirse a sí misma y su nombre prefirió reservárselo.

 

Se hace llamar Chelsea y la avenida Doctor Portillo se ha convertido en su nicho de trabajo, luego de que hace un año fuese despedida de la Clínica Los Olivos a causa de una reducción de personal; allí cumplía funciones como auxiliar de laboratorio y respondía a todos los estereotipos de la masculinidad.

 

La prostitución mezclada con el transformismo se ha convertido en el sustento de vida para este joven de 20 años, que descubrió su identidad de género en la adolescencia, tras una experiencia con un compañerito de su clase de danza, cuando apenas tenía 15 de edad.

 

El abandono familiar no fue el motivo que lo llevó a pararse en una esquina para vender su cuerpo vestida como una mujer. “Aunque no vivo con mi familia, mi mamá y mi abuela me aceptan y me han apoyado, por eso logré profesionalizarme como asistente de enfermería, auxiliar de laboratorio e hice tres semestres de la carrera en la universidad”, aseguró.

 

La elocuencia para hablar demostró su grado de instrucción, a pesar de que no es un atributo que necesite para ofrecer su servicio, que se cotiza en 5 mil bolívares por un oral y 10 mil si hay que ir al hotel.

 

Cada vez que llega un carro a su puesto, se pavonea, camina y mira fijamente al conductor, sin demostrar el temor que se repite con cada cliente, pues el peligro siempre está al acecho.

 

“Claro que hacer esto representa un peligro, pero lo hago por la necesidad, no porque quiera operarme algo, ni quiera esto para el resto de mi vida. Estoy mentalizada que esto es pasajero”, dijo retraída.

 

En la zona también trabajan tres “trans” más, solo una se ha operado los senos y las nalgas, todo gracias a la cuota de 90 mil bolívares que pueden ganar en un fin de semana.

 

Enfermedades y agresiones

 

Son dos las razones para correr peligro en el ejercicio de la prostitución. “Yo me hago mis exámenes cada 6 meses y estoy constantemente en control a pesar de que uso preservativo. La cosa más inusual que me han pedido hacer es tener sexo sin protección y eso si no lo hago”.

 

El maltrato y las agresiones físicas la obligan a llevar en su bolso algún artilugio que permita defenderse por si algo se sale de control.

 

“La historia de la hojilla es cierta, pero yo no uso esos métodos. Hay quienes llevan en el bolso ácido de batería con vidrio molido o azufre, pero esos son casos extremos que gracias a Dios a mí no me han tocado vivir”, explicó.

 

Sin ser una experimentada en el tema dijo: “para esto se necesita tener instinto, observar mucho, tener picardía pero saber medirse porque estamos expuestas. No sólo a que nos maten por ahí sino a ser detenidas por la policía, porque existe un decreto que prohíbe que nosotras estemos aquí”.

 

Jornada laboral

 

Desde las 3:00 de la tarde inicia la faena de prepararse para el trabajo. Todo inicia con el maquillaje y la peluca, luego colocarse la ropa interior de mujer y acomodar en ella las almohadillas para el busto y el trasero. De último, escoger un short que muestre las piernas torneadas y alguna blusa que acentué la cintura, para ponerse sus plataformas y llamar a un taxi que le lleve desde los fondos del Hotel Aladín hasta su esquina de trabajo.

 

“Vestida así no podemos andar por ahí, hay que agarrar taxi. Yo trabajo de 7:30 a 10:30 de la noche para ir agarrando campo y poder regresar a casa temprano, pero en general se trabaja de 10:00 de la noche hasta las 3:00 de la madrugada”, confesó.

 

En tal sentido, detalló el perfil de sus clientes: “Quienes más buscan servicio son los hombres mayores de 30 años, muchos casados y que no pretenden platicar ni hacer amistad. Sólo he tenido un cliente que sí se enamoró, pero para trabajar en esto no se puede tener novio. Se vuelve muy complicado”.

 

Las rivalidades también forman parte de la cotidianidad, por lo que señaló que su amiga Georgina, con quién vive actualmente, le ha servido de apoyo en esto porque tiene más experiencia.

 

“Yo te voy a ser sincera, yo entré en esto porque mi entorno me empujó. Bastante que critiqué la prostitución, pero aquí estoy. Gracias a Dios no me he ganado enemigas, pero he escuchado historias de que hay quienes de te piden vacuna por el punto y hay que pagarles”, afirmó.

 

La experimentada

 

Más de 10 años en las calles le ha permitido a Georgina elevar ese instinto de supervivencia dentro de la prostitución superando lo que llamó “etapa de principiante”.

 

“El primer día que me prostituí terminé presa y me han pasado montones de cosas. Yo antes no me paraba aquí, sino en el centro, pero allá llevé mucho palo”, cuando explicaba las golpizas que sufrió en un bar del casco central.

 

Según cuenta, una amiga que ya mataron fue la que la indujo a la prostitución: “A mí me trajo fue una amiguita que por cierto ya la mataron. Ella cayó primero que yo”, dijo.

 

“Qué te puedo contar, un día me bajaron de un carro a punta de pistola sin pagarme. También me atracaron cuando daba un servicio y hasta un perro de la policía me mordió”, son las anécdotas que ha acumulado durante el tiempo.

 

Ella, en medio de la ironía, delató las malas mañas que pueden tener algunas de sus compañeras diciendo: “Las de otras partes son ladrona, por eso le dan palo a todas las que encuentren. La policía conmigo no se mete”.

 

Su anatomía

 

Sin embargo, los trapos y las almohadillas en Georgina son cosa del pasado, su anatomía muestra a simple vista el sometimiento a operaciones, a pesar que lo negó.

 

Su conocimiento sobre el proceso a la inyección de biopolímeros da cuenta de ello, aunque reconoció tenerle miedo.

 

“Yo no estoy operada. Sí quería, pero cuando vi que se estaban muriendo me dio miedo y desistí de la idea”, manifestó mientras se pavoneaba.

 

“Esas operaciones no te las hace ningún médico. Eso te lo inyecta otra loca más. Las Inyecciones se  compran en Cúcuta y cuando te inyectan hay que guardar reposo y cuidarse, pero se ponen de alborotadas a dar tumbos y rumbear y después se les mueve”, delató.

 

Explicó que luego de someterse a la inyección de biopolimeros se debe usar un vendaje y guardar reposo para que el producto de asiente y no sea rechazado por el cuerpo.

 

“Existe mucha diferencia entre las que hacen show y nosotras, porque yo me quito la ropa y quedo intacta, las otras se bajan de la tarima, se quitan el tirro y se les sale el tripero”, aclaró con jocosidad.

 

Su cuerpo, más torneado y femenino, no significa que su tarifa sea más alta que la de su amiga Chelsea, que se para unas cuadras más allá. De hecho, sus tacones talla 40 no desentonan con el aspecto, que su estraple y mini short dejan ver.

 

Los gustos y preferencias

 

“La hora cuesta 10 mil bolívares. Aquí no aplica la que este más buena cobra más caro, aunque hay algunas que son atrevidas y piden millonadas”, sentenció.

 

El aspecto del cliente le da luces para saber cuando cobrar, cómo y que tan lejos puede llegar con el cliente. Sus años en la prostitución le han permitido ver  y experimentar de todo.

 

“En esto te piden de todo, pasivo, activo, más activo en realidad. Se ven muchas locuras. Yo he hecho tríos que incluyen mujeres y hasta defecar me han pedido”, aseveró sin decoro, con actitud de madame, aunque “ya eso no se ve. Yo nunca he pagado por pararme aquí”.

 

Jóvenes, adultos y ancianos formar parte de su variada y selecta clientela, pues aseguró no irse a la cama con cualquiera: “Yo tampoco es que me voy con cualquiera. Un día vino un guajirito hediondo y yo no fui. Soy selectiva”, entonó.

 

En su piel y cabello se notan los cuidados a los que se somete la profesional de la peluquería, que inicia su furcia luego de las 7 de la noche en 5 de Julio.

 

Georgina dejó su casa al cumplir la mayoría de edad. Se fue a vivir con unas amigas en El Marite, pero un 23 de diciembre fue agredida por causa ajena al problema de una de su compañera con una vecina, por lo que su mamá le pidió retornará a casa, aceptándole su condición de trans. Pasó un mes para que se volviera a ir de su hogar.

 

(NAD)

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