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La oposición venezolana tiene varios récords mundiales: por ejemplo, la dictadura más breve de la historia, aquel abril; el ridículo cronometrado más prolongado del mundo, con el circo de la plaza Altamira;  haber propiciado el despido masivo más importante de la industria petrolera global…

 

En fin, son muchas esas vergonzosas marcas que nos hablan de principios antidemocráticos, poco sentido del ridículo y traición a la patria. Pero ese sector del país no descansa en sus esfuerzos por alcanzar estos raros logros. En estos días han conquistado una nueva cima: se vieron obligados a reestructurar su “gabinete”, sin haber antes llegado al gobierno.

 

Es algo que parece salido de una película de los hermanos Coen, por el humor negro y la excentricidad, pero se trata de la realidad de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática. Lo cumbre de este episodio es que la necesidad de reestructurarse no sobreviene después de una aplastante derrota, como es lo habitual en política, sino luego de una clamorosa victoria, la de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015.  En menos de un año, la dirigencia opositora, que conquistó ese gran caudal de votos y puso al chavismo contra las cuerdas, se enredó de tal manera en sus propios tentáculos que terminó necesitando una sacudida de mata.

 

Parece una prueba de que, en política, se puede morir de éxito, aunque casi siempre se muera de fracaso. Los señores dirigentes de la MUD se habían mantenido cohesionados durante varios años, logrando con ello la victoria del 6D, pero a partir de allí entraron en un ciclo de crisis interna que les ha traído hasta 2017, dando bandazos, como pollos sin cabeza.

 

El diagnóstico que han hecho sus mismos analistas indica que la oposición se trancó internamente debido al desbordamiento de las ambiciones individuales y grupales. Al perfilarse la posibilidad de acceder al gobierno con los votos, los diversos líderes se “atoraron”, comenzaron a mover sus piezas para que ese eventual triunfo electoral fuese para ellos, para su parcialidad interna. Al hacerlo, se trabaron unos a otros y bloquearon el todo.

 

La existencia dentro de la coalición de un hervidero de ambiciones personalistas y partidistas era una verdad clara para buena parte del país opositor. Pero, seguramente, muchas de esas personas no se habían convencido (o no habían querido convencerse) de las dimensiones catastróficas de ese festival de codicia. Unos meses ostentando una situación de mayoría electoral fue un tiempo suficiente para mostrar que a muchos de los líderes de ese bloque político no les interesa en lo más mínimo enfrentar los problemas del país. Su único afán es el poder y todo lo que este significa, en términos de vanidad y de beneficio económico. Para alcanzar ese objetivo, están dispuestos a comerse entre sí.

 

Los analistas de postura opositora tratan a veces de decírselo a esos líderes, pero  tal parece que no son muy escuchados. Advierten que en el caudal de votos del 6D no puede verse como una plaza ya arrebatada a la Revolución. Les han explicado que en ese número total estuvo la base dura del antichavismo, en esa oportunidad acompañada por un amplio segmento de gente que quiso ver a la MUD como una alternativa. La lucha interna que afloró en la MUD luego de esa victoria ha hecho que una parte de esos electores retornen a las posiciones que antes tenían, ya sea como ni-ni o ya como chavistas. Se asomaron por la ventana, no les gustó lo que vieron y optaron por replegarse.

 

Apegados a la lógica de que el desgaste de un gobierno es siempre un proceso irreversible, los líderes opositores se confiaron en que esa porción del electorado estaba ya conquistada. No han querido comprender que los votantes están evaluando sus intenciones reales y muchos han llegado ya a una conclusión relativamente simple: si esos sectores e individualidades políticas no son capaces de ponerse de acuerdo mientras están en el bando opositor, ¿qué puede esperarse de ellos como fuerza de gobierno?

 

Esa es una buena explicación para el extraño fenómeno de una coalición que decrece en su momento más glorioso, una oposición que reestructura su “gabinete” antes de llegar al gobierno y así, implanta un nuevo récord mundial.

 

(Por: Clodovaldo Hernández / [email protected])