El filósofo venezolano Josu Landa entiende que el problema, no solo del país, sino de la humanidad actual, es de naturaleza ética, producto del abandono de los principios y de una especie de insatisfacción perpetua que ningún bien material logra superar.

 

Pero, en un plano más concreto, opina que la actual coyuntura solo se resolverá con un gran acuerdo social, que vaya más allá de las cúpulas políticas. Para avanzar hacia ese entendimiento, considera imprescindible que los factores que dominan la economía le den una tregua al país y que Estados Unidos y otras naciones pongan cese a su política de medidas coercitivas unilaterales.

 

Landa nació en Caracas, pero ha estado radicado por bastante tiempo en México, donde se desempeña como profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Viene a Venezuela cada vez que puede y trabaja en el terreno concreto del rescate de la ética, mediante la Fundación Ethos, que tiene su base de operaciones en el estado Anzoátegui.

 

Landa conversó con el periodista Clodovaldo Hernández para LaIguana.TV. A continuación, una versión del diálogo que sostuvieron en el espacio Cara a cara:

 

-Luego de 20 años de Revolución, vemos como sigue existiendo, incluso en términos más dramáticos, el grave problema de corrupción frente al que insurgieron los oficiales del 4 de febrero de 1992. En lado de la derecha, vemos con estupefacción como personas jóvenes, de veinte y pico o treinta y pico de años, ofrecen al país para que sea invadido. Esto nos lleva a una reflexión profunda sobre la ética, sobre la moral de nuestro país. ¿Cómo lo ves tú que has trabajado el tema ético?

 

-Es una cuestión profunda y extensa, pero podemos concentrarnos en algunos puntos. Efectivamente, la relación de la ética con la política es un problema antiguo. Podría despachar el asunto diciendo que estamos viviendo las consecuencias de un giro que tuvo la política moderna en el sentido de abandonar todo compromiso con la ética. En el escenario latinoamericano, por ejemplo, casi todos los países son absolutas cleptocracias, solo que la situación de Venezuela les permite ocultarlo parcialmente. Tenemos aquí un incendio, en el que se concentra toda la atención mundial y por eso la gente no se acuerda, deja de lado o deja hacer en casos como Odebrecht, que demuestran que los gobiernos de estos países son oficinas para la administración de negocios, de intereses extranacionales y que lo que prepondera es una actitud de usurpación, robo, despojo y de representación de intereses privados, lo cual es antipolítica pura. El asunto de la corrupción es un tema complejo, aunque no creo que sea el más urgente ni importante del momento. En el caso de Venezuela estamos llegando al punto extremo de las consecuencias y secuelas del abandono de una política real. Este señalamiento lo hago a todos los bandos en pugna. Si analizamos los proyectos políticos en curso, concluimos que sigue presente una desconsideración total por el hilo constitucional. Lo que están proponiendo los factores en este momento más activos es saltarse los plazos, las fechas, los tiempos que, de por sí, ya son un problema en una democracia representativa, que la nuestra lo sigue siendo, aunque diga que es otra cosa, porque sigue teniendo unos elementos muy fuertes de la vieja democracia representativa. Ese pecado de tratar de romper el hilo constitucional aquí lo han cometido todos. Algunos lo han logrado, y eso demuestra que acá la política no importa tanto como el cumplimiento de intereses grupales y el abandono del sentido de justicia y bien común. Para mí, el punto grave es la polarización extrema, que responde a un abandono de la política, expresa la antipolítica.

 

-En alguno de tus trabajos, mencionas que a raíz de la caída del socialismo, a finales de los años 80 y principios de los 90, no solo desapareció el modelo económico y político, sino también las utopías, la posibilidad de luchar por la igualdad. ¿Eso se ha agudizado en estos 30 años o se ha atenuado?

 

-La esperanza por un mundo mejor es algo constitutivo del ser humano. Aunque se equivoque en el camino, el ser humano procura que el mundo sea más vivible, sea mejor, habitable. Esa aspiración sigue muy viva y es lo que cimienta las utopías. Eso se puso en cuestión en algún momento. Cuando fracasaron los grandes programas decimonónicos que estallaron en el siglo XX, muy particularmente los socialismos de orientación marxista. También habían fracasado los anarquistas y los programas de ultraderecha, como los fascismos. Finalmente puede decirse que todos los programas han fracasado. Entonces, con Fukuyama y toda esa corriente, se pensó que con la caída del Muro de Berlín, es decir, con la reestructuración del mundo a partir sobre todo de la caída de la Unión Soviética, vendría el fin de la historia, que era un planteamiento hegeliano muy antiguo. En ese momento se puso en cuestión el asunto de la utopía, pero hemos visto que la historia sigue su curso, si es que podemos decirlo de esa manera, aunque no es tan sencillo. Por tanto, esa aspiración a un mundo mejor sigue muy viva y continúa revivificándose, aunque hoy probablemente lo que falta es una mayor confianza en la creatividad que se tenía antes. Hoy es muy difícil encontrarse a alguien inventando lo que en venezolano clásico serían “pajaritos preñados”. Hay cierta reserva y cierta contención en cuanto a qué tramar. Es una situación de paradoja: no nos atrevemos a proponer cosas muy precisas porque sabemos que es inútil, pero no podemos estar conformes con lo que tenemos en ningún terreno, en ningún país, en ninguna situación. Por tanto, la utopía sigue muy viva.

 

-La polarización venezolana ha llegado a niveles muy peligrosos, casi al borde de la guerra civil. Al explorar las causas, he escuchado a gente de nivel, sin ninguna ironía, decir que esa polarización nació con la Revolución Bolivariana, que antes de 1999, los venezolanos solo discutíamos porque unos éramos del Caracas y otros del Magallanes. Según tu visión, ¿cuáles son las causas profundas de esa polarización?

 

-Me parece, modestamente, que hay una división muy honda no solo en esta sino en cualquier sociedad actual. Soy de los que piensan que aquella ilusión decimonónica de que las clases y la lucha de clases iban a desaparecer en algún momento, se quedó en ilusión. Las clases han existido, existe y me atrevo a vaticinar que existirán siempre, aunque se modelara de manera diferente según el curso del tiempo. Siempre habrá clases, pugna de intereses, confrontación y conflicto. En lo personal, pienso que en Venezuela se ha exacerbado un distanciamiento social. Un sector da muestras muy claras de pretender que tiene una superioridad, antropológica incluso, y por tanto no puede integrarse con el conjunto de la sociedad. Ese me parece a mí que es el gran problema: que la brecha de las élites con respecto al conjunto de la población se ha ido abriendo más y más, y han estado, además, racionalizando eso con discursos francamente imposibles de sostener. Por cierto, noto síntomas de eso también ahora en México (aunque no quisiera hablar de México, ya bastante tenemos con Venezuela). Las primeras manifestaciones de la gente que fue derrotada por el aluvión tremendo que encabezó Manuel López Obrador, está dando muestras de que creen tener una superioridad mental, moral, racial, social, económica, y que la chusma es la culpable de todo lo malo que pase. Esto está operando aquí, aunque no lo acepten o no lo quieran ver. El problema entonces sería ver cómo se reintegra una nación, lo que no es sencillo y va más allá de los plazos de la política normal y corriente. Allí es donde yo colocaría, sin embargo, unas iniciativas urgentes. La primera sería la procura de un acuerdo nacional. Por fortuna ahora se están dando ciertos visos de al menos un diálogo que desemboque en una negociación. Eso es imprescindible y, además, normal en cualquier país del mundo donde hay conflictos, hay clases e intereses. Pero debemos ir más allá de eso, no debemos quedarnos en una negociación de cúpulas, sino procurar un acuerdo de carácter social, nacional, en el que los sectores que conforman el país tengan la conciencia de un proyecto único y participen de él. Que se den cuenta de que todos cabemos y que lo logremos a partir de un encuentro. Esa sería la apuesta. Por eso hay que comenzar a tender puentes de diálogo, de estudio de lo que ha pasado en otros momentos porque la historia siempre nos da muchas lecciones. Ahora, ese acuerdo requiere de una inmediata tregua en la parte económica porque ha funcionado como una modalidad de guerra, una manifestación de antipolítica que incide en la política. Debe ser una tregua real. Sin eso no podemos hacer nada. Es obvio que quienes tienen la posibilidad, en el mundo del comercio, de las empresas, de las finanzas, aquí hacen lo que les da la gana, y hay una población que está sufriendo las consecuencias. A eso se le suman unas sanciones que empeoran por completo la situación. No se le puede echar la culpa a una abstracción, a un modelo (el socialismo) porque en realidad tenemos el mismo modelo de siempre. No se le puede achacar a nadie lo malo del modelo socialista. En todo caso, se les puede achacar el que haya persistido el anterior, el no haber logrado su superación. El modelo vigente es el mismo de ellos (las clases dominantes) y ellos son los que siempre le han sacado el mayor provecho, incluso bajo la égida del propio proceso bolivariano. Es necesaria esa tregua económica, que las sanciones sean levantadas. No hay razón para que la población esté sufriendo las consecuencias de esa política de asfixia tomadas por gente que no vive aquí, que no sufre directamente los perjuicios. Creo que es necesario enfocarnos en el problema central, que es la enorme riqueza que tiene este país y el déficit ético que frente a esa riqueza. Hasta ahora, esa riqueza ha sido manejada por los grupos que tienen acceso al control del Estado. En este momento es un sector. Antes fue otro. La pugna es precisamente por tener ese control. Creo que tenemos que pensar en un mecanismo de mediación entre el Estado como tal, el aparato gubernamental administrativo del espacio público, y la sociedad, conformando un órgano, un consejo federal, muy representativo y plural, que tenga la responsabilidad de orientar la relación con la riqueza nacional. Quitarle el control omnímodo que tienen los grupos y los partidos políticos sobre esa riqueza. Eso distendería mucho. En Anzoátegui, donde tenemos una fundación para la promoción de la ética, hemos propuesto esto, pero nadie hace caso. No nos responden ni siquiera para decirnos que estamos locos de perinola y deberían meternos en un manicomio. Si no asumimos esa discusión, no vamos a llegar a ninguna parte. Me parece que lo que se debe acabar es ese estado de guerra con pinta de política, que en el fondo es una antipolítica.

 

-Cada vez que se plantea la posibilidad de dialogar, de inmediato emergen unas reacciones muy fuertes, muy violentas. Se dice que no se puede dialogar con este o con el otro. ¿Desde el punto de vista de la ética, existe una base mínima para que el diálogo sea fructífero?

 

-Una base fundamental es entender que un diálogo es una búsqueda en común de un propósito que tiene que ver con la verdad y con el bien, y que no se puede condicionar previamente. Cuando se trata de diálogos políticos, la idea es asumir problemas graves y urgentes por la vía de la concordia. El problema en Venezuela, insisto, es que no tenemos una plataforma ética a la altura de la enorme riqueza nacional. Parece normal acceder a los espacios públicos para robar. Sabemos que no es normal y despotricamos, pero el fenómeno sigue. El bachaqueo es también un problema, o el saltarse los semáforos, el que nadie respete nada. Estamos en una especie de salvajismo que tiene que ver con nuestro déficit ético. Es el resultado de un abandono de la ética, que podríamos cifrar no solo en la Venezuela actual, sino remontarnos incluso hasta la irrupción de la Ilustración y el triunfo de la revolución francesa y su aspiración educativa. Todo eso se ha ido diluyendo y hoy no tenemos prácticamente ninguna institución que se encargue de impulsar la ética. La familia está desecha como institución, no puede hacer nada al respecto, más bien espera que lo haga la escuela, pero la escuela está peor todavía. Las religiones se han convertido en organizaciones muy distintas a los fines éticos. Los partidos políticos, ni se diga. Debería ser el Estado el que promueva la ética en el espacio público con el concurso de todos los que estén interesados. Cuando enfrentamos el tema de un diálogo, lo que está en juego son toda esa serie de valores, de virtudes, de necesidades, de aspiraciones justas y razonables de un país como este, que tiene el derecho y la posibilidad de vivir bien y no lo logra. ¿Por qué no logra Venezuela vivir bien? Para mí la razón está en el ethos completamente abandonado. Se abandonó el alma, y estamos preocupados por el carro último modelo, por el traje de no sé qué marca, por la corbata no se qué, por el whisky de no sé cuántos años, por los bienes materiales, con un abandono total de lo esencial, que son los valores. En un diálogo político habría que ser más concretos, tratar de establecer una ruta frente a la crisis. Algunos proponen cosas como elecciones ya, otros proponen un referéndum. A mí me parece que todo eso apunta, una vez más, a la antipolítica. Significa desesperación, sucumbir al miedo, al terror, a la rabia, al odio, a la desesperación, que son las grandes pasiones que están muy vivas y muy activas. Eso es lo que permite que se diga que no podemos seguir ni un minuto más con lo que tenemos. En una verdadera democracia, eso es absurdo porque hay una Constitución, unos plazos, unas normas, unas rutas. Aquí tendemos, con singular alegría, a romper el hilo constitucional. Lo que deberíamos hacer es dialogar para cumplir la Constitución que, por ejemplo, contempla que el presidente que fue elegido (con los cuestionamientos que tenga por parte de un sector, pero que fue electo) puede ser revocado. Bueno, eso está en la Constitución, solo tenemos que cumplir las normas establecidas. ¿Por qué tenemos que adelantar nada? Ah, porque fue ilegítimo el proceso… Esa es una interpretación estimable, pero hay otro sector que piensa que no fue así. Por eso hay que dialogar. El diálogo es la clave que nos inmunizaría ante el horror que sería una guerra. Si no hay diálogo, concordia, encuentro, acuerdo, lo que viene esa la guerra civil o la intervención. ¿Eso es lo que quieren? En el fondo, eso no beneficia a nadie. Ya estamos mal todos, incluyendo los que se han atiborrado en miles de millones. Están mal. No sé ni cómo hacen para dormir. Eso no es estar bien. Tenemos derecho a una vida feliz, que se sustenta en el bien, en la verdad y en la belleza. Eso es lo que vale. Lo demás, no vale.

 

-La crisis ética es mundial. ¿Cuáles serían sus principales rasgos?

 

-Algo que ya dije es que hemos abandonado la vida interior, el alma, lo que vale en favor lo que no vale. Le damos más importancia a cuestiones que son efímeras, intrascendentes, perecederas, variantes, sin sustento y sin solidez, en detrimento de lo que realmente nos realiza como humanos y nos eleva con respecto a otros seres en el mundo. El capitalismo en su extremo neoliberal ha introducido una lógica contraria a esa realización. No habría una kriptonita más terrible para el neoliberalismo que la satisfacción. Estamos habituados a sentirnos insatisfechos y consideramos con algo normal que existe un aparato de marketing que nos dice que no podemos estar satisfechos porque no tenemos el carro último modelo o la pluma de tal clase, tus hijos no estudian en tal escuela, no vistes de tal manera, no te peinas de tal forma, no estás en esta moda, no estás in… Eso se ha convertido en algo normal, pero responde a una lógica que es antihumana, es incluso mórbida, es enfermiza. No se puede sostener ni económicamente ni humanamente ni políticamente ni socialmente. Ese es el fondo del asunto. No niego que se hagan negocios, que se produzca. No niego que la producción sea importante, pero no es lo humanamente más importante. Lo humanamente más importante es el ethos, es el alma, es la vida interior.

 

-Me encontré por casualidad estos versos que parecieran hechos para esta ocasión. Dicen: “Los lotos silentes en la orilla del río / entre el agua y el cielo / la luz en llamas / fundiendo el ojo de la iguana”. Es parte de un poemario titulado Neverí flash. ¿Se lo escribiste al río Neverí?

 

-Sí. No solo eso sino que luego lo amplié. Cada libro mío pretende ser el cierre de un ciclo, y cuando salió Neverí flash pensé que había sucedido eso. Pero luego escribí trece poemas más e hice una nueva edición que la prefiero ahora y se llama Mundo Neverí. Este es un poema de Mundo Neverí en el que la iguana es una presencia inevitable, a pesar de todos los pesares… ¡Pobres iguanas que están allí… salven a las iguanas del río Neverí! La situación allí es francamente deplorable y lo peor es que parece que a nadie le importa.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)