Un alto porcentaje de las poblaciones de América Latina y el Caribe, por no decir de todo el Occidente, desconoce a fondo el sufrimiento del pueblo palestino. Las grandes mayorías no tienen idea acerca de las verdaderas causas y consecuencias de esa tragedia humana sin precedentes en la historia contemporánea; mucho menos su alcance y repercusiones en la geopolítica internacional, particularmente en el Oriente Medio. Solo algunas minorías, por estar ligadas a otras luchas liberadoras, pudieran tener una mejor perspectiva de lo que ocurre allí.

 

Sin duda alguna, tal desconocimiento pudiera justificarse debido a que el tema es bastante complejo y abarca un período histórico de setenta y un años. A ello se suma la avasallante campaña mediática del usurpador, al mando del sionismo estadounidense, europeo y, por supuesto, del Estado de Israel, o de la metástasis de un mal que se ha enquistado en suelo palestino. Este poder comunicacional hegemónico cuenta con una superestructura dispersa en todo el planeta, dedicada a banalizar, ocultar, torcer y distorsionar la verdad sin descanso alguno y con recursos ilimitados.

 

Otra razón pudiera ser que esos pueblos, colonizados y penetrados por estas grandes corporaciones de la información y el entretenimiento, han sido programados para creer que los gritos de auxilio de mujeres y niños palestinos es un asunto culturalmente ajeno y geográficamente distante. En realidad este distanciamiento no solo sucede con respecto al caso de Palestina, sino también con todos aquellos hechos deleznables que pudieran estar sucediendo en un país vecino o incluso en el propio país. Si el autor material o intelectual de una barbarie cualquiera forma parte del contubernio yanquisionista de seguro poco o nada se dará conocer; o se limpiará la sangre con el típico discurso hollywoodense de los malos y los buenos. Se crea así una ficción o en el mejor de los casos se narra una historia borrosa con un discurso ambiguo, aparentemente aséptico. Lo suficiente como para que muchos no se sientan identificados.

 

Otra forma es darle al asunto una orientación teológica, presentarla como una milenaria pugna entre dos religiones, el islam y el judaísmo; la primera de estas, por otras vías y atendiendo a los mismos intereses, se presenta como ajena y peligrosa para la mayoría católica o cristiana de nuestra Región. De nuevo el estereotipo el bien y el mal pero esta vez al estilo Netflix. Dicho esto, no es de extrañarnos que los grandes desconocedores del tema pudieran haberse quedado adormilados en algunas de estas trampas de la conciencia y por ello se mantienen indiferentes, al margen, insensibles, invisibles, indoloros, inodoros e insípidos.

 

Para quienes aún no se solidarizan con la causa palestina e incluso se colocan del lado opresor vamos a enunciar solo un argumento que debería contribuir en algo a elevar su ética y afinar su pensamiento crítico sobre este tema: usted es también palestino no solo porque forma parte de la humanidad, sino porque el microsionismo convive silentemente con usted. Sí, el sionismo está en su casa, en su trabajo en su carro, en la calle, lo acecha cuando enciende la televisión o cuando se sienta a la mesa; lo lleva en la ropa y en su calzado, en las palabras y las acciones de sus vecinos. Este estado de latencia significa que el caso palestino se pudiera tropicalizar en cualquier momento, las ecuaciones podrían reordenarse para generar un apartheid en nuestra Región. De modo que la condición de palestino ha dejado de ser solo una nacionalidad y se ha convertido en sinónimo universal de pueblo oprimido. Un pueblo que nos llama a la solidaridad.

 

Quizás, luego de este breve ejercicio de empatía, algunos de los que se mantenían catatónicos ante el sufrimiento ajeno o están parados en el lado equivocado de la historia, impulsados por el engaño o la manipulación del enemigo, sientan ahora algo de vergüenza por el grado de crueldad, cobardía y degeneración moral alcanzado por el Estado sionista de Israel. Solo basta escuchar el grito de pavor de los atribulados para que nuestro corazón llene por completo la arteria que nos mueva a la acción, al acto heroico y al deseo imperioso de justicia.

 

(Por Ramón Medero)