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Las armas argumentales con las que nos están disparando desde Estados Unidos demuestran, una vez más, que estamos en medio de una etapa de escalada de la guerra no convencional que se desarrolla en nuestra contra desde hace ya varios años, tantos como tiene la Revolución Bolivariana.

 

A los funcionarios del gobierno venezolano se les acusa de narcotráfico y terrorismo, los dos factores que han servido para justificar las invasiones, los bloqueos, los golpes de Estado y las guerras durante las últimas décadas en todo el planeta.

 

Durante la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética constituía un contrapeso al capitalismo estadounidense reinante en la mayor parte del mundo, esa panoplia de invasiones, bloqueos, golpes de Estado y guerras se ejecutaron con el argumento de frenar la amenaza de la expansión del comunismo. Corea, Cuba, Vietnam, Chile y Nicaragua son cinco ejemplos entre muchos otros posibles.

 

Al colapsar la URSS y quedar EEUU como única superpotencia mundial, ese argumento era poco creíble, incluso para el estupidizado público gringo y progringo. Entonces se han creado dos grandes excusas para pisotear países y líderes: la droga y el terrorismo.

 

Entre las naciones violadas por las fuerzas imperiales con estas dos excusas están Panamá (en tiempos de Noriega), Afganistán, Irak, Libia y Siria.

 

El expediente que se está armando contra el gobierno venezolano se mueve hace tiempo alrededor de presuntas vinculaciones con el narcotráfico. Con el caso de El Aisami se incorpora formalmente el otro pivote de la estrategia intervencionista: el terrorismo, pues se le acusa de cooperar con organizaciones dedicadas a esa actividad, no solo con financiamiento, sino también con apoyo logístico.

 

La operación, como de costumbre, ha sido orquestada con la maquinaria mediática hegemónica, hasta el punto de que buena parte de las supuestas “pruebas” que manejan las autoridades estadounidenses para aplicar las sanciones no son más que materiales publicados por medios rabiosamente adversos al gobierno venezolano. La matriz de opinión oculta desvergonzadamente el hecho de que durante la gestión de El Aisami el Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz prácticamente batió récords en el número de deportaciones de capos del narcotráfico solicitados por EEUU, un dato cuando menos extraño en alguien que, según la denuncia, es parte de estas mafias.

 

La maniobra se apoya, además, en uno de los componentes más notables de la llamada lucha contra el terrorismo: el racismo anti-árabe y antimusulmán, profundamente sembrado en el pueblo estadounidense y europeo. No ha de ser casualidad que el hombre al que se dispara la artillería pesada en este caso sea un descendiente de sirios, a quien ya por su nombre y apellido se le considera sospechoso.

 

Son claros los síntomas de una escalada en la guerra no convencional. Tal vez quienes manejan los hilos en el Norte se hayan cansado de esperar que sus ineptos operadores políticos locales se pongan de acuerdo en las estrategias y reestructuren su mesa. Quizá decidieron actuar como lo han hecho antes en tantos pobres países triturados en nombre de la lucha contra la droga, contra el terrorismo o contra ambos.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])