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La necesidad y un despido injustificado convirtieron las manos de Carlos Hernández en pinceles sobre un lienzo suavemente manejable y lleno de libertad creativa, ¿el motivo? dar rienda suelta a lo que un día soñó, aunque lo tildaran “de loco”: convertirse en el mejor artesano de este país.

 

Con determinación aseguró que sería su propio jefe, “dije que más nunca iba a trabajarle a alguien”, postulando así y de manera irreversible aquella pasta de barro de color marrón rocoso que cautivó a muchos en la niñez, mejor conocida como la arcilla, en su principal herramienta de trabajo, la cual continúa acompañando su vida desde hace más de 20 años.

 

“Enséñame lo básico”, fue la primera petición de Carlos hacia su esposa, Hedith Hereira, quien ya se había educado en este arte desde tiempo atrás. “Me movió el piso, hubo una química (…) yo tengo que aprender a hacer esto, si lo ha hecho otro hombre, yo también lo puedo hacer. Sentí que encontré lo que yo andaba buscando“. Además, enfatizó que Hedith era la guía que necesitaba, “ella me transmitió esto”.

 

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