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Las fiestas de carnavales o carnestolendas tienen su origen hace poco más de 5000 años, en las regiones de Egipto, Sumeria, Grecia y Roma. Estas celebraciones paganas se hacían en honor al dios Baco (dios del vino), y su mayor característica consistía en el desenfreno que propiciaba el alcohol, la gula y la lujuria.

 

Para muchos historiadores, como el investigador del acervo histórico del estado Zulia, José Gregorio González, estas fiestas eran vistas como “una válvula de escape o una catarsis” de la sociedad, que antes de la llegada de la cuaresma podían desatarse para luego iniciar, según la religión católica, la purificación en los días de Semana Santa, época de la crucifixión y resurrección del hijo de Dios, Jesús.

 

La inspiración cultural de estas festividades llega a Venezuela junto a los colonos españoles. Con el mismo desenfreno y esencia de las “bacanales” se aderezaron, entrada la República, con la fuerza de los “bacantes”, hombres que amedrentaban al embadurnar de harina, agua, y mezcla de ceniza y aceite a las personas que circulaban por las calles, por lo que cada quien procuraba resguardarse.

 

En 1857, con la llegada al poder de Antonio Guzmán Blanco, el “caos de las carnestolendas” entra por los carriles de la “civilidad”, iniciando los desfiles, las carrozas y, sobre todo, el disfraz (antifaz) que en otras formas permitía el desborde de la lujuria y el desenfreno, pero ocultando la identidad. Estas modalidades de festividades son las que aún persisten en las distintas regiones de Venezuela, siendo las más reconocidas las de Carúpano, El Callao, Puerto Cabello, Maturín, Mérida y Boconó.

 

(LaIguana.TV)

 

 

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