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Un 26 de marzo de 1994, luego de estar dos años en prisión junto con diez oficiales por la rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992, el presidente Rafael Caldera le otorga un sobreseimiento al comandante Hugo Chávez Frías. El pueblo lo aguardaba para agradecerle su gesta heroica.

 

El líder de la Revolución Bolivariana Hugo Chávez protagonizó junto a los soldados del Movimiento Bolivariano MBR-200 una revuelta contra el sistema político que simbolizaba el Gobierno de Carlos Andrés Pérez, cuyas políticas mantuvieron a la población sumida en la pobreza. 

 

¡Chávez libre!

 

El día que salió de la cárcel vestido con un liquiliqui beige, un delgadísimo Chávez anunció que el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 tomaría la calle. Pidió al pueblo ayudarlo a organizar un gran frente nacional para luchar por la transformación estructural del país.

 

Al día siguiente de su liberación el Comandante Hugo Chávez Frías asistió al Panteón Nacional a colocar una ofrenda floral a Simón Bolívar.

 

El periódico Últimas Noticias reseñó para ese momento que “Chávez oró 10 minutos ante el sarcófago del Libertador”, mientras que una multitud se congregó espontáneamente en los alrededores del Panteón Nacional y le hicieron un cordón humano al líder.

 

“Estamos aquí porque seguiremos luchando por la dignidad del pueblo venezolano”, señaló el Comandante ese día.

 

La aglomeración de gente que se encontraba afuera entonó el himno y llevó a Chávez cargado de hombros, mostrándole su apoyo: “Chávez es el hombre que realmente nos va a ayudar a llevar la democracia como tiene que ser”.

 

El recuerdo de sus familiares más cercanos

 

Los periodistas cubanos Rosa Miriam Elizalde y Luis Baéz, autores del libro «Chávez nuestro», publicado en el año 2004, narran de los testimonios de sus familiares más cercanos la actitud con la que Chávez permaneció en Yare.

 

Su madre, Doña Elena, relata: «Mire, así como se le aglomera ahorita la gente donde quiera que él esté, así también era en la cárcel. Eso eran colas, colas. No nos dejaban a nosotros ni un ratico para disfrutarlo. Sólo los minutos en que él estaba comiendo. Iban a conocerlo, a saludarlo quienes ya lo conocían, a llevarle cartas, regalos y comida. Imagínate que hasta allá le llevaron una nevera, una cocina y un estante», recuerda. 

 

“Él fue a la prisión de Yare un mes, o mes y medio después del levantamiento, porque al Cuartel San Carlos iban cientos de personas cada día a visitarlo. Ya se sentía fervor en el pueblo. Estuvieron a punto de tumbar la cerca de alambre. Para la familia no había muchas restricciones en las visitas, e íbamos todos los fines de semana a verlo», evoca su hermano Adán Chávez.

 

El propio comandante relata en su libro Cuentos del Arañero cómo fue ese primer encuentro con el pueblo, ya en plena libertad:

 

«Me monto y enfilamos por Los Próceres rumbo a la alcabala que está ahí, y ahí me bajé. Un capitán, un soldado, el otro soldado, un abrazo. Y cuando volteo, lo que viene es una avalancha sobre mí, una avalancha, compadre. Lo vi clarito, dije: ‘Dios mío, y ahora qué hago yo’. Tumbaron la mesa, el micrófono, ahí había una moto, se cayó; un soldado se atravesó diciéndoles que se pararan, lo tumbaron, el fusil rodó por allá. Yo rodé, me rompieron el liquiliqui. Ahí entendí mi destino».

 

Aquel 26 de marzo el comandante expresó: “Me voy a las catacumbas a acompañar al pueblo”.

 

(Telesur)