Columbine en 1999 (12 alumnos, un profesor asesinados), Virginia Tech en el 2007 (33 personas asesinadas), Sandy Hook en el 2012 (27 muertos), etcétera: durante mucho tiempo los principales asesinatos en masa en Estados Unidos parecieron apuntar sobre todo a los establecimientos escolares, se hablaba del fenómeno del school shooting, los tiroteos en escuelas. El guion era un poco el mismo por todas partes: un joven, movido por un individualismo extremo y un inmenso resentimiento entraba fuertemente armado en una escuela y allí mataba el máximo número de personas, alumnos, enseñantes, otros trabajadores, antes de ser abatido por las fuerzas del orden.

 

Sin embargo, el mal se ha ampliado, las matanzas en masa se han diversificado; y, si bien sus significados varían cuando consideramos el perfil de los asesinos, parece sobre todo como si se hubieran desplazado para ser menos escolares, y mucho más raciales.

 

Un informe de USA Today menciona, en los años 2006-2017, 271 asesinatos en masa (al menos 4 víctimas) con un total mil 358 muertos. Ese tipo de estadísticas no siempre menciona a los heridos, algunos de los cuales mueren más tarde y otros quedan gravemente lisiados de por vida, ni a los traumatizados, personas cercanas a las víctimas o testigos que no consiguen superar el trauma.

 

El fenómeno afecta ahora, además de los establecimientos escolares, a los centros comerciales, las iglesias, los clubs nocturnos, los festivales de música, etcétera. Las motivaciones o los móviles son variados. Aunque, debemos repetirlo, la tendencia dominante reciente es ya claramente de unos crímenes de inspiración racial.

 

Y aquí hay que empezar a plantear cuestiones importantes. La primera está relacionada con la naturaleza de esas matanzas. Suelen estar vinculadas en lo esencial a ideologías supremacistas sostenidas por blancos para quienes su raza estaría en peligro por la inmigración hispana o árabe, así como por la presencia detestada de los negros. Teniendo en cuenta su número, se trata de un fenómeno social, colectivo, que reviste la forma del terrorismo; lo cual nos recuerda que no sólo el islam radical actúa como inspiración del terrorismo contemporáneo. Ese terrorismo estadounidense está menos estructurado en la práctica, menos organizado que otros, es mucho más viral, no responde a una organización centralizada. Cuando se habla de él, resulta frecuente achacar a sus autores una enfermedad mental, que es lo que ha hecho de nuevo el presidente Trump al referirse a la matanza de El Paso (3 agosto 2019). En realidad, semejante actitud refleja una incomprensión de la naturaleza política de los asesinatos y de su sentido desde el punto de vista de sus autores: el paso al acto, ahí, no se reduce a un psicologismo elemental, es también social, cultural, político, religioso incluso. Naturalizar esos asesinatos, reducirlos a graves trastornos psíquicos impide considerar responsables a sus autores, y juzgarlos como tales, puesto que es como si hubiese que vincularlos con la psiquiatría y no con la justicia.

 

Trump esconde la naturaleza política de los asesinatos bajo la excusa de que son simples “enfermos mentales”

 

¿Qué relación hay entre el contexto político general y esos asesinatos? Tres elementos que tener en cuenta: el poderoso lobby de la Asociación Nacional del Rifle defiende el derecho de llevar armas de fuego (unos 400 millones en la actualidad); las organizaciones supremacistas, Ku Klux Klan, grupos neonazis, así como otros, se encuentran desde hace unos años en fase de crecimiento, y, por último, Donald Trump y su entorno, con la ayuda de medios de comunicación como Fox News, lanzan afirmaciones que fomentan el clima de odio (por ejemplo, calificando a los mexicanos de violadores y criminales, o vacilando a la hora de denunciar el supremacismo blanco).

 

Los asesinos no actúan en un desierto práctico e ideológico, perciben bastante bien el tejido ya denso de agentes que legitiman sus actos en razón de su misma existencia, que les indica que no están aislados ni solos; por eso resulta de lo más contradictorio que el presidente Donald Trump psiquiatrice sus crímenes y no se muestre completamente ajeno o desconectado en relación con el sentido que traducen en actos.

 

Por último, la paradójica relación que vincula el supremacismo blanco y la idea de nación. El complejo ambiente que integra en grados y modos diversos a los autores de ciertas matanzas, la Asociación Nacional del Rifle, las organizaciones extremistas y la presidencia, así como sectores no despreciables de la opinión pública estadounidense, está obsesionado por la raza. De suerte que su nacionalismo se limita a los blancos, no puede desembocar en llamamientos por la unidad nacional del país. Y esos llamamientos son indispensables frente al exterior; sobre todo cuando el contexto geopolítico pone en duda la capacidad estadounidense de ser great again y, en especial, si se trata de la competencia con China.

 

El nacionalismo de los supremacistas blancos es divisorio, se basa en una escisión del cuerpo social allí donde la unidad nacional exige, en cambio, consenso. Y también eso lo convierte en una ideología radical.

 

(LaVanguardia)

Protestas contra la visita del presidente Trump a El Paso