¿Quiénes son los jefes y los aliados de la oposición venezolana en el mundo? Es una pregunta que debemos hacernos y repetirnos a menudo porque es un dato muy revelador, ya que en política se aplica la premisa aquella de «dime con quién andas y te diré quién eres”?

 

Esta pregunta deben hacérsela los chavistas, desde luego, porque es menester identificar con suma precisión al adversario político y a quienes lo respaldan. Pero deben hacérsela también los opositores, pues muchos podrían estar apoyando de buena fe a sus propios verdugos. Y también deberían formularse la interrogante los independientes, los que están hartos de los dos bandos y los que se declaran apolíticos, pues en una situación como la de Venezuela 2019, no hay manera de ponerse al margen.

 

Bueno, comencemos por los jefes. Tal vez suene como una consigna de panfleto, pero es una verdad constatable: la oposición venezolana es liderada por el ala más ultraderechista del Partido Republicano de Estados Unidos, lo cual no es poco decir. Políticamente hablando, Donald Trump y su pandilla son ultraconservadores, supremacistas blancos, imperialistas en el sentido estricto de la palabra. Desde el punto de vista económico, son instrumentos de las grandes corporaciones, del complejo industrial-militar que en tiempos actuales es también financiero, cultural y mediático.

 

Se puede entender que semejante clase política sea vista con admiración y obediencia por sus equivalentes locales o quienes aspiran a serlo. De allí que la camada de dirigentes de extrema derecha tradicional los tomen como referencias válidas. También se entiende que los grupos formados expresamente por las escuelas ideológicas que EEUU tiene para eso sean desvergonzadamente lacayos y se sientan realizados por ejercer el rol de agentes nacionales de la élite gobernante estadounidense.

 

También puede entenderse que sectores considerables de la clase media crean fielmente que semejante camarilla (de las que forman parte genocidas y psicópatas como Elliott Abrams, John Bolton y Mike Pompeo) puede ser considerada un ejemplo de democracia y derechos humanos. Puede entenderse porque el capitalismo tiene muchos años ejerciendo una implacable hegemonía cultural, educacional, mediática y, desde que fueron inventadas, también de redes sociales, gracias a la cual puede imponer sus ideas. El hecho mismo de que Trump sea el presidente de EEUU y Jair Bolsonaro el de Brasil, es una prueba clara de tales imposiciones.

 

Todo aquel venezolano que quiera analizar bien la coyuntura actual y saber lo que está en juego podría comenzar por investigar un poco quiénes son Trump y su combo, y luego preguntarse: ¿en verdad tipos como esos pueden estar preocupados por nuestros derechos? A un individuo que quiere poner un muro entre su país y los vecinos del sur, a un sujeto que separa a los padres de sus niños y los encierra en jaulas, ¿por qué habríamos de creerle que está preocupado por este pueblo mestizo y tropical de lo que consideran su patio trasero?

 

Pero, sigamos ahora con los aliados. Tenemos a la clase gobernante colombiana, empichacada hasta el cuello con el narcotráfico y el paramilitarismo, violadora de los acuerdos de paz recién firmados, asesina de líderes sociales, pero con los dedos índices siempre apuntando hacia este lado de la frontera, acusando al gobierno venezolano de todo lo que ellos mismos son. Luego de ver los amigotes  que se gasta la oposición venezolana en Colombia, lo mínimo que puede hacer cualquier venezolano que piense en el bien de su país es, por lo menos, andar con sumo cuidado a la hora de manifestar apoyos.

 

Si miramos hacia la otra frontera nos encontraremos nada menos que con el gobierno de Bolsonaro, un elemento tan troglodita que hasta Trump parece moderado a su lado. Cómo será de retrógrado ese gobierno que la ministra de  Asuntos de la Mujer dice que a las chicas pobres las violan porque no usan pantaletas. Saque usted la cuenta y piense que esa gente es amiga de los opositores de acá.

 

Podríamos ir país por país, pero, para abreviar, crucemos el resto del patético Grupo de Lima para llegar a Argentina, en vista del reciente resultado de esa especie de ensayo de elecciones presidenciales que realizaron el domingo pasado.

 

El caso del país sureño es apropiado para reflexionar acerca de lo falsas que resultan las promesas del capitalismo hegemónico global cuando quiere convencer a los pueblos de que abandonen a los gobiernos socialistas o, al menos, con algún sentido social. Ofrecen villas y castillos y terminan haciendo lo único que saben hacer: enriquecer más a los que ya son ricos y excluir más a los que ya están excluidos.

 

La clase media argentina, que con los Kirchner sacó la cabeza del pantano al que lo habían llevado los gobiernos neoliberales de Ménem y otros especímenes por el mismo estilo, cayó con Macri en la trampa de creerse el cuento de la mano invisible del mercado y de la riqueza que permea a todos los sectores sociales. Ahora, según parece, está dispuesta a darle la patada histórica a este caballero tan parecido a Trump (es un magnate hijo de papá), otro de los altos panas de nuestra oposición. Tomemos nota todos.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)