La conformación de la Mesa Nacional de Diálogo entre el Gobierno y un sector de la oposición cambió el mapa de posibilidades del conflicto y expuso una división dentro de la derecha. Quienes firmaron, acordaron en dos puntos centrales: un posible escenario electoral y el rechazo al bloqueo económico de Estados Unidos.

 

Los cuatro partidos que integran la Mesa de Diálogo son Avanzada Progresista, del excandidato presidencial Henry Falcón, el Movimiento al Socialismo (MAS), el Movimiento Soluciones y el partido conservador Esperanza por el Cambio, del evangelista Javier Bertucci.

 
 

Los cincos puntos iniciales acordados son la reincorporación de los diputados del chavismo a la Asamblea Nacional, la conformación de un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE), trabajar con el sistema de Justicia para abordar la situación de los políticos detenidos, el rechazo a las sanciones económicas estadounidenses, la defensa de la Guyana Esequiba -territorio en disputa internacional- y la aplicación de un programa de intercambio de petróleo por alimentos.

 

¿Aire fresco?

 

La firma coincide con un momento marcado por el crecimiento de la amenaza internacional, a través de la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), la situación en la frontera con Colombia y la crisis de Juan Guaidó.

Este último punto es central en el análisis Castillo, para quien todos los partidos que firmaron el acuerdo con el Gobierno  «apostaron al triunfo de Guaidó, lo apoyaron, sea de manera activa o silenciosa». 

«Los momentos en que ven una crisis y posibilidad de acabar con el chavismo se alinean guardando silencio o apoyando abiertamente las propuestas conspirativas, pero cuando ven todo el negocio montado alrededor de la conspiración de Guaidó abren un espacio de diálogo», evalúa el periodista venezolano.

 
 

Castillo utiliza esa clave de análisis para comprender una matriz que ha recorrido la oposición venezolana a lo largo de los últimos 20 años: «En Venezuela hay una sola oposición con dos patas, una en la legalidad y otra en la ilegalidad, una en la Constitución y otra en la conspiración, cuando les es posible participar en procesos electorales se legitiman a través de elecciones. Así obtienen alcaldías, gobernaciones, diputados. Y cuando ven momentos políticos de debilidad del chavismo entonces apoyan las acciones violentas, desestabilización, paramilitarismo, magnicidio, intento de golpe de Estado».

La construcción de Guaidó como un mecanismo golpista creado desde Estados Unidos (EEUU) abrió ese momento de alineamiento de todos los factores de la oposición. Su actual crisis produjo la esperable fractura de partidos que, si bien no son mayoritarios en la oposición, abren la posibilidad de buscar una salida en un laberinto que tiene elementos novedosos a la vez que repetidos.

Para comprenderlo es necesario analizar la oposición venezolana.

Dos historias y un antichavismo

 
 

La oposición se construye sobre dos vertientes principales. La primera proviene de la socialdemocracia y la democracia cristiana, centralmente en los partidos de Acción Democrática (AD) y COPEI, que se alternaron en el gobierno entre 1958 y 1998, y que en los años 90 capitanearon el proceso de neoliberalización.

«Se conformó esa masa política cuyas fronteras ideológicas no están claras, todos se alinean a las políticas de occidente, de EEUU, la propuesta neoliberal, aunque en su discurso público expresen diferencias entre ellos», señala Castillo.

La crisis de estos partidos fue la que permitió el surgimiento de Hugo Chávez a fines del siglo pasado. En los 90 nació la segunda vertiente de la oposición, que Castillo llama la «neoderecha». Comenzó con el partido Primero Justicia (PJ), con la referencia de Henrique Capriles Radonski. 

De allí se desprendió Voluntad Popular (VP), con la figura de Leopoldo López, ahora de Juan Guaidó, y varias fuerzas menores, como la de María Corina Machado. Entre sus rasgos se encuentran liderazgos que fueron financiados y formados por instituciones como USAID, agencia estatal de EEUU para el desarrollo internacional.

 
 

Ambos sectores «han coexistido con diferencias, momentos de desunión, pero unidos en torno a un objetivo común que es el derrocamiento del chavismo, la imposibilidad de convivir con el chavismo», remarca Castillo.

Esta coincidencia en los fines les permitió unirse en los últimos años en una «línea de antichavismo radical», según Castillo, borrando sus fronteras ideológicas y conformando la matriz de la doble estrategia: la legalidad y la golpista.

En síntesis, han participado en elecciones cuando consideraron esa táctica como posible, a la vez que desplegaron un abanico que abarcó, entre otras acciones, el sabotaje petrolero, la denuncia de fraude electoral ante cada derrota, el retiro de elecciones, hasta el pedido de bloqueo económico y de intervención internacional.

El momento de oro de la oposición fue la victoria en las elecciones legislativas de 2015. Esto le permitió a Henry Ramos Allup, de Acción Democrática, afirmar que el presidente del país, Nicolás Maduro, se iría al cabo de seis meses. 

 
 

Desde ese momento, «solo hemos tenido una política conspirativa, con guarimba, sanciones», la «plena aplicación» de la táctica de «cambio de régimen dura», en la cual estamos todavía, agregó Castillo. 

Relevo y subordinación

Una de las características centrales de la oposición antichavista ha sido su pérdida de autonomía política, en el caso de los partidos tradicionales, y la conformación de organizaciones que son correas de transmisión de las directrices estadounidenses, en el caso de las más recientes.

Un ejemplo temprano fue la abstención electoral en las elecciones legislativas del 2005, cuando la oposición se retiró porque estaba dividida entre los que estaban a favor y en contra de participar. Pero «hubo una orden desde EEUU para que no participaran y la oposición se retiró», recuerda Castillo. El resultado fue una mayoría absoluta del chavismo en la Asamblea Nacional y un retroceso de la oposición.

Eso mismo sucedió en las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018. «Hubo una orden de EEUU de no participar y 80% de la oposición la acató», afirma Castillo.

 
 

La táctica fue vaciar la contienda, denunciar la ilegalidad del resultado, para luego desconocer a Maduro y construir la figura del gobierno paralelo con la fachada de Guaidó a partir del 23 de enero de 2019.

Para Castillo, el liderazgo lo encabeza Voluntad Popular, de López y Guaidó. La otra figura de la oposición, Capriles, «ha aceptado la orden de EEUU de tomar el partido de Leopoldo López como conducción».

El resto se pliega. Además, según Castillo, «los mecanismos internos de funcionamiento de la oposición fueron desmontados» y la dirección pasó al mando de EEUU a partir de 2015, cuando el entonces presidente, Barack Obama, declaró a Venezuela una amenaza inusual y extraordinaria. Desde entonces, «hay pocas líneas divisorias que encontrar», explica el periodista.

La fisura pública y la oportunidad

El balance de los 20 años del antichavismo arroja resultados negativos tanto en lo que lograron como victorias como en los daños cometidos. El punto de inflexión fue el 20 de mayo de 2018, cuando decidieron no participar en las elecciones presidenciales en las cuales Maduro fue electo.

 
 

Tal decisión provocó una fractura en la oposición, cuando, a contracorriente de la directriz de Washington, se presentaron en esas elecciones los candidatos Henri Falcón, exgobernador del estado de Lara, y Javier Bertucci, con rasgos de outsider proveniente del evangelismo.

Por primera vez partidos de oposición piden el desmontaje del bloqueo de EEUU. Según Castillo, analizan que existe un rechazo extendido en la sociedad venezolana respecto a las sanciones. Una muestra de eso son los casi 12 millones de firmas recogidas para oponerse a la asfixia estadounidense, que no son todas chavistas.

 

«Las presiones que van a recibir por parte de EEUU van a ser muy duras, presiones políticas y económicas», prevé Castillo. 

 

El Departamento de Estado del país norteamericano ya ha ratificado que no quitará sanciones hasta tanto Maduro continúe en la Presidencia.

 
 

«El Estado tiene un sistema electoral, ha sido probado, podrá ser observado por quien quiera, es sólido, bienvenido sea que se actualicen las autoridades electorales del CNE y el país marche a un proceso de normalización que tiene que ser electoral, pero también tiene que ser económico, por eso es importante el tema de eliminar el bloqueo como una parte de la condición para ir a unas elecciones en situación normal», explica Castillo.

 

EEUU y sus partidos subordinados en Venezuela anunciaron que seguirán, por ahora, en búsqueda de la salida por la fuerza. La apuesta es que la Mesa de Diálogo Nacional continúe acercando a más partidos para traccionar hacia un acuerdo. Lograrlo sería una victoria para alcanzar una desembocadura democrática y construir otras claves dentro de estos 20 años de recorrido opositor.