Era alta, fuerte y muy alegre, la Negra Matea, y vino a este mundo con una salud tan robusta que está en la lista de las personas más longevas de las que se tenga registro por estos lados: vivió casi 113 años.

 

Vivió tanto esta Matea que ya tenía 9 ó 10 años cuando nació Simón Bolívar y lo sobrevivió por más de medio siglo. Estuvo en los actos organizados por José Antonio Páez, en 1846, para la repatriación de los restos del Libertador; y estuvo también cuando Antonio Guzmán Blanco encabezó el traslado del Padre de la Patria al Panteón Nacional, en 1876. Para ese solemne momento, tenía 103 años de edad.

 

Que iba a durar mucho (aunque no tanto, claro) era algo que se habría podido sospechar desde su juventud. En su breve libro Simoncito, hijo de Hipólita, pupilo de Matea, el gran africanista Reinaldo Bolívar inserta una descripción que hicieron de Matea. Vamos a imaginarla, usando este retrato escrito:

 

“Se trata de una joven mujer de entre 14 a 16 años, encargada de cuidar y enseñar habilidades psicomotoras a un niño de entre 5 a 7 años, de nombre Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, hijo de Concepción Palacios y huérfano de Vicente Bolívar. La joven ha estado junto al niño desde su nacimiento, siendo ella una infanta de 9 años. En sus primeros momentos, Matea niña era supervisada por la joven Hipólita, mujer de 18 años. Tanto Hipólita, como Matea habían estado en el pueblo de San Mateo, en los Valles de Aragua, por tanto se conocían muy bien, eran como hermana mayor y menor”, dice el texto.

 

En cuanto a los orígenes de sus ancestros, se cree que los padres de Matea fueron traídos desde el oeste de África, de las tierras que van de Benín a Senegal. Su estatura, que llegó a pasar del metro setenta, concuerda con el fenotipo de esta región. Tenía la piel negra suave y el cabello crespo, el rostro ovalado, los ojos negros, boca de labios carnosos, dientes blancos y bien alineados.

 

Como era el aya de un niño de familia rica, a Matea se les permitían ciertos “privilegios” que no tenían otras afrodescendientes esclavizadas. Por ejemplo, ponerse argollas en las orejas, usar determinado tipo de pañoletas, lucir vestidos coloridos de estilo africano y alisarse el cabello con ciertos rudimentarios productos cosméticos.

 

Otro detalle característico de quienes ejercían este tipo de labores era el tener las manos cuidadas, a pesar de realizar tareas domésticas de cierta rudeza.

 

Esta descripción compensa la falta de registros gráficos del personaje que, después de todo, era una negra esclavizada. Los investigadores indican que el único retrato que se conoce de ella fue hecho en 1870, es decir, cuando ya se aproximaba a los cien años de edad. El artista puso en evidencia que ella seguía siendo una persona activa, que se desplazaba por sus propios medios y gozaba de mucha salud.

 

Por el rol que tuvo en la vida de Bolívar, Matea fue un personaje de interés para Antonia Esteller Camacho Clemente Bolívar, sobrina bisnieta del Libertador, quien escribió una reseña biográfica. A pesar de esto, durante muchos años cundió la confusión entre Matea y la otra Negra, Hipólita. Mucha gente estaba convencida de que eran una misma persona. Esta falsa creencia se prolongó por muchos años, hasta el punto de que el historiador Vinicio Romero Martínez escribió un texto titulado Matea no es Hipólita.

 

La confusión es gruesa, pues Hipólita fue la nodriza de Bolívar, es decir, que amamantó al niño, lo que no pudo haber hecho Matea, pues solo tenía nueve años cuando nació El Libertador y, por lo demás, nunca tuvo hijos.

 

Aparte de ese equívoco reiterado, los historiadores han abrigado siempre una gran duda con respecto a Matea. Su nombre no aparece en las miles de cartas conocidas de Bolívar. En cambio, en varias de ellas sí figura el nombre de Hipólita. En el acto de traslado se los restos de Matea desde el Cementerio General del Sur hasta la capilla de la familia Bolívar en la Catedral de Caracas, en 1975, Manuel Rafael Rivero, el orador de orden, dio una explicación razonable: Bolívar mencionó a Hipólita porque se preocupaba por su situación económica y giraba instrucciones para que se le brindara atención. En cambio, Matea no le causaba tales angustias porque ella vivía siempre con la familia y no sufría privaciones.

 

Reinaldo Bolívar suscribe la tesis que sostienen también otros historiadores en el sentido de que tal vez Bolívar sí la mencionó en alguna de las muchas cartas de él que se han perdido: más de 3 mil, según parece.

 

La figura de Matea ha experimentado un nuevo impulso en tiempos de Revolución Bolivariana. En primer término, por la fuerza que le imprimió el comandante Hugo Chávez a todo lo relacionado con El Libertador y la historia patria. En segundo lugar, por los avances logrados en estos años en la reivindicación de las raíces indígenas y afro.

 

Un gesto simbólico que marcó la ruta ocurrió durante el sabotaje petrolero de finales de 2002 y comienzos de 2003. El tanquero de Petróleos de Venezuela que llevaba el nombre de la exreina de belleza Pilín León había sido utilizado como arma de extorsión por los cabecillas del paro. Lo anclaron frente a Maracaibo, repleto de gasolina y corrieron el rumor de que podría estallar y de que solo la tripulación que lo había llevado hasta ese lugar, sumada a la huelga, podría moverlo de allí sin riesgos. El gobierno envió otra tripulación y lo condujo a puerto. El hecho es considerado como el punto de corte del sabotaje petrolero. Ese día, el paro fue derrotado. Una vez rescatado por el gobierno nacional, el tanquero fue rebautizado Negra Matea. El nombre de la aya en la cubierta del buque fue, en toda la línea, una victoria popular.

 

Traslado al panteón

 

La reivindicación de Matea e Hipólita se completó en 2017, cuando los restos de ambas, y los de la indígena Apacuana, fueron trasladados al Panteón Nacional, reuniendo en un solo gesto la lucha contra el patriarcado y el racismo.

 

La idea había motivado por años a Reinaldo Bolívar, entre otras razones porque él también nació en San José de Tiznados, el terruño de Matea. En 2008, el comandante Chávez prometió que las dos negras, así como otras mujeres insignes de nuestra historia, descansarían en el Panteón.

 

Tras concretarse el ascenso, en un acto de celebración en San Juan de los Morros, al internacionalista (entonces vicecanciller para África) no le cabía el corazón en el pecho. En su discurso destacó el rol de las dos negras guariqueñas en la vida del Libertador, y a Matea la caracterizó -apoyándose en Teresa de la Parra-, como la primera maestra del pequeño Simón. “Huérfano desde muy niño, es en los brazos de la esclava Matea donde Bolívar oye y mira por primera vez la honda poesía de la vida rural que es la faz más querida y noble de la Patria (…) Claro que hubo otros grandes. Rodríguez, Bello y todos los demás, pero Matea fue la primera, y dice la leyenda popular que en 1827, cuando regresó a Caracas, Bolívar preguntó por las que llamaba “mis negras”: “¿Dónde está Hipólita, que me dio de comer? ¿Dónde está Matea, que me enseñó mis primeros pasos?”.

 

(Ciudad Caracas)