La disputa entre facciones políticas por la representación del pueblo opositor es un síntoma interesante y esperanzador, derivado de los más recientes acontecimientos.  

Es interesante porque la élite que ha dirigido el antichavismo durante los últimos años reivindica sus derechos exclusivos a ejercer esa representación, mientras otros factores han optado por tomar iniciativas: arde Troya.

De entrada se ha generado una especie de batalla semántica, de por sí muy reveladora. La élite hasta ahora dominante ha calificado a los factores que aceptaron ir al diálogo con el gobierno con denominaciones como seudo-oposición o con adjetivos como colaboracionistas y enchufados. En el fragor de la controversia política, algunos dirigentes, comentaristas e influencers han utilizado incluso insultos más ramplones como vejestorios y cachivaches políticos para referirse a los opositores que firmaron el principio de acuerdo de la Casa Amarilla.

El sector que rechaza esta nueva modalidad de aproximación política se refiere a sí mismo como la oposición mayoritaria, institucional, tradicional o verdadera.

En esa lucha en el plano retórico, los opositores que respaldan a los firmantes, por su parte, llaman a la élite dominante (hasta ahora) con epítetos como la oposición insurreccional, abstencionista, fantasiosa, solicitante de sanciones o soñadora de invasiones. Los más contundentes, los han llamado sencillamente fracasados.

El debate interno del antichavismo parece girar entonces alrededor de la frase «tú no eres opositor, yo sí».

 

¿Escuálidos dentro del escualidismo?


Es curioso, por decir lo menos, que se use en lo interno el argumento de la falta de representatividad por ser minoría. Irónicamente, fue con ese látigo que el comandante Hugo Chávez azotó a la oposición toda durante los 14 años que estuvo en el poder. El ingenio natural que tenía para poner nombres y sobrenombres se expresó en este punto con la hasta entonces no muy utilizada palabra escuálido y sus variantes. «La derecha hace unas marchitas ahí, ¡escuáaaalidas!», dijo un día Chávez, refiriéndose a la escasa asistencia que registraban las manifestaciones contra su gobierno hasta finales de 2001. Desde ese momento se instauró el concepto de escualidismo, que tiene muchos otros componentes, pero que nació como sinónimo de ridículamente minoritario.

Pues bien, ya lo que nos falta es oír que algún dirigente de los partidos de la élite opositora o algún aliado mediático llame «escuálidos» a los que firmaron el acuerdo, por su pequeño número de seguidores.

2015 contra 2018


Ahora bien, estudiando el planteamiento con algo más de profundidad, habría que decir que el tema de mayorías y minorías es, al menos en este momento, muy discutible dentro del bando opositor. Veamos:

La condición mayoritaria que se arroga el sector formado por los partidos Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular (controlado en los tiempos recientes por este último) deriva de las elecciones parlamentarias de  diciembre de 2015, cuando la coalición entonces denominada Mesa de la Unidad Democrática obtuvo un contundente triunfo que le dio 112 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional. 

Esos cuatro partidos fueron, en teoría, los que aportaron más votos, aún cuando es difícil probarlo, dado que la tarjeta electoral fue única. Lo que sí es cierto es que estos fueron los cuatro partidos que salieron del reparto con más diputados, es decir, aquellos cuyos dirigentes lograron sacar mejor provecho en las negociaciones internas de la MUD para establecer las candidaturas unitarias.

¿Son esos números de 2015 unos indicadores confiables de la realidad política actual? En un escenario de cierta estabilidad, podría ser, pero ese es el bien más escaso de nuestra vida política. Entre 2015 y 2019 ha habido importantes eventos que han incidido en el apoyo al bloque opositor y también en su condición de tal, es decir,  en la unidad interna. De hecho, la MUD ya no existe y en su lugar se menciona el Frente Unido Venezuela Libre, que tiene mucho de entelequia.

Entre los eventos significativos de estos cuatro años hay que contar las numerosas y fallidas expectativas cortoplacistas creadas por tres de quienes han dirigido la AN: Henry Ramos Allup, Julio Borges y Juan Guaidó (Omar Barboza no forma parte de este grupo porque pasó sin pena ni gloria).

Desde la promesa de liquidar a Maduro en seis meses (Ramos Allup, en 2016) hasta el cese de la usurpación (Guaidó, este año), la cosecha de decepciones es  muy sustanciosa y, sin duda, ha ido rebanando la credibilidad y el respaldo de las masas opositoras al grupo que se autodenomina mayoritario.

La cadena de eventos incluye la violencia de 2017, la negativa a participar en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, las actitudes erráticas sobre las elecciones de gobernadores y alcaldes y la división en torno a las presidenciales.

En lo que respecta al diálogo como salida al conflicto político, hay que anotar en este lapso la apertura y el fracaso del diálogo de República Dominicana y los intentos fallidos de llegar a acuerdos del grupo de Guaidó este mismo año, en Noruega y Barbados. 

Pero, en términos más inmediatos, hay que tener en cuenta que la irrupción de los nuevos actores opositores que buscan acuerdos se produce justo cuando el liderazgo de Guaidó ha entrado en una fase de crisis aguda, derivada de la revelación de sus nexos con el narcoparamilitarismo colombiano. Si de aprovechamiento de la oportunidad se trata, la jugada fue efectuada en un momento inmejorable. 

Otra variable de la ecuación sobre qué grado de representatividad tiene cada factor del espectro opositor es que la última medición electoral nacional ha sido -guste o no- los comicios presidenciales de mayo de 2018. En esas elecciones, los partidos de mayor votación en 2015 llamaron a la abstención, pero los que están ahora sentados en la mesa de diálogo participaron y acumularon más de tres millones de votos. Entonces, ¿es coherente llamarles minoritarios o afirmar que no representan a nadie?  

El punto deja al descubierto un fenómeno característico de los tiempos: se pretende equiparar presencia mediática y apoyo de actores internacionales con representatividad. Y esos criterios no siempre van juntos. 

La camarilla que ha tomado el control de la coalición opositora en los últimos meses tiene mucha  figuración en la prensa hegemónica global, en las redes sociales y gran apoyo de gobiernos y entidades diplomáticas, pero ello no significa que sea popular. El 30 de abril eso quedó demostrado.

La controversia interna acerca de quién tiene y quién no tiene derecho a hablar y negociar a nombre de la oposición es también un síntoma esperanzador porque, como lo dijo muchas veces el comandante Chávez, y como lo ha repetido también el presidente Nicolás Maduro, la falta de un liderazgo leal y coherente en la oposición ha sido una desgracia para la Revolución.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)