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Afrontamos una guerra que ha tenido sus aplicaciones en diferentes países con sus respectivos contextos, fuentes culturales y situaciones políticas concretas. Las «revoluciones de color» o «golpes suaves» se amoldan a las determinaciones reales de un país, como sucede en Venezuela en estos momentos con las «marchas pacíficas» que convoca la MUD.

 

El analista ucraniano Rotislav Ishchenko en un artículo publicado (en inglés) hace un año presentó nueve tesis en torno a lo que en términos militares y académicos llaman «revolución de colores». Sin más preámbulo resumimos lo que significan y hacemos notar sus expresiones locales para entender con mayor profundidad a qué nos atenemos en cuanto a este tipo de guerra.

 

Las «revoluciones de color» son consideradas por altos mandos militares como amenazas externas, no internas. Tiene características de agresión militar, por lo que su contrarresto es trabajo de militares.

 

Estos elementos de la guerra híbrida (que Ishchenko también llama «golpes de color») resultan menos costosos para los Estados en confrontación, sobre todo si tienen capacidad nuclear de ataque. Los costos políticos, económicos y de percepción frente al resto de la llamada comunidad internacional son inefectivos con respecto a los escenarios que se producen con las «revoluciones de color».

 

En todo caso, estos «golpes de color» se prefieren a la confrontación militar directa porque son una respuesta política a ese callejón sin salida que es la guerra nuclear entre superpoderes.

 

Para acompañar esta nota se incluye la siguiente infografía, que muestra los pasos que componen estos «golpes de color», también llamados «golpes suaves» o «revoluciones de color», y sus aplicaciones en distintos países a lo largo de las últimas dos décadas. En la infografía a continuación no sólo se precisan sus fases y procedimientos, sino las experiencias históricas recientes de este nuevo formato de golpe de Estado no convencional aplicado a distintos países. Venezuela, en este marco, se ubica (en la pirámide) en la fase de calmentamiento de calle y en su intensidad en el paso 4 de «enfrentamientos con los cuerpos policiales», hasta los momentos. 

 

Métodos de injerencia en la calle

 

Un «golpe de color» se da cuando una fuerza externa está interesada en tomar el control de lo que Ishchenko llama «Estado-víctima». «Los golpes de color son imposibles sin interferencia externa».

 

Usualmente es fácil de identificar quién es el «Estado-agresor», y este siempre argumenta su interferencia en los asuntos internos del «Estado-víctima» usando excusas humanitarias y la protección de los derechos humanos. Esto se ve claramente en el contexto venezolano: el Decreto Obama fue firmado bajo el pretexto de los derechos humanos que refiere el analista, y esa misma orden ejecutiva se renueva cada año con la pretensión de aplicar nuevas sanciones contra Venezuela. El agresor en nuestro caso es directamente Estados Unidos.

 

Sin embargo, el agresor necesita legitimar sus acciones a los ojos de la comunidad internacional, dice Ishchenko. Para ello trata de obtener mandatos para interferir a través de la ONU u otros organismos multilaterales, y así conformar una coalición internacional de docenas de países para enmascarar su agresión bajo el objeto de inculpar al «Estado-víctima» de «régimen dictatorial» a las normas internacionales.

 

Esto último limita el tipo de país que puede implementar los mecanismos de los «golpes de color». El «Estado-agresor» no sólo debe tener una superioridad militar sobre el «Estado-víctima», sino que debe tener suficiente influencia política y diplomática para encubrir su injerencia. Por ello, se ha usado a la OEA -con sede en Washington- como pivote regional para intentar imponer la mentada coalición internacional. De igual forma sucedió con Siria y la Liga Árabe. No en balde diversos presidentes de la región se han reunido o conversado telefónicamente con Donald Trump para tratar el tema de Venezuela, y desde Argentina se ha hablado sin tapujos de un tutelaje internacional sobre el país.

 

Como toda guerra u operación militar, el «golpe de color» es cuidadosamente planeado y preparado. El escenario ideal comprende la inmediata capitulación por parte de quienes tienen el poder político en el «Estado-víctima». Cuando esto no sucede, se usan los métodos de «protestas pacíficas en la calle».

 

Dice Ishchenko: «En esencia, se da una elección entre la capitulación voluntaria y la tentativa de suprimir las protestas, con el riesgo de pérdidas humanas ‘accidentales’, que dan el pretexto de llamar al gobierno de ‘represivo y dictatorial’, con acusaciones de ‘brutalidad policial’ y así declarar que su legitimidad se ha perdido».

 

Si esta presión «pacífica» no funciona, se cambia a la fase de levantamiento armado. En este caso, el gobierno está forzado a escoger entre capitular y las pérdidas inevitables de la confrontación militar, que podrían contarse en docenas o centenas.

 

La fabricación de guerras civiles

 

Si la opción armada no se traduce en «cambio de régimen», el próximo escenario es la guerra civil. Ishchenko aclara: «En este caso, el ‘Estado-agresor’ declara a su víctima de poder ilegítimo, reconoce a la ‘oposición’ y la provee de apoyo político, diplomático, financiero y militar». 

 

«Finalmente -continúa el ucraniano-, si la guerra civil resulta en punto muerto, o pierde la ‘oposición’, una agresión directa (bajo pretexto humanitario) es posible. La versión más blanda de esto es la aplicación de las zonas de exclusión aérea y un masivo suministro de armas, incluyendo armas pesadas, a los rebeldes. La versión más hostil involucra la invasión directa de tropas foráneas, como regla, disfrazados de ‘voluntarios’ o implementados por fuerzas especiales».

 

Esta variante, señala Ishchenko, fue usada en Irak, Serbia y Libia. Hasta ahora ha fallado en Siria, donde se manifestó un nuevo componente. Los recursos, incluidos los militares, de otro superpoder (Rusia) se involucraron para apoyar el gobierno legítimo de Assad. La situación cambió de «golpe de color» a la directa confrontación de dos superpoderes con capacidad nuclear, como en las guerras de Corea y de Vietnam.

 

Así, se eliminaron las condiciones necesarias para cualquier escenario de «golpe de color»: absoluta ventaja política, diplomática, económica, financiera y militar del «Estado-agresor» sobre el «Estado-víctima».

 

Implicaciones globales

 

Finalmente, concluye el ucraniano que las «revoluciones de color» son operaciones locales dentro de la confrontación de superpoderes globales. De la misma forma que las guerras de Corea, Vietnam, y las otras que se dieron en los años de la Guerra Fría eran usualmente guerra por delegación (proxy wars) entre la Unión Soviética y Estados Unidos en territorio de terceros. Los modernos «golpes de color», siendo formas de la guerra híbrida, también son elementos de la confrontación entre EEUU y Rusia y, añadimos, sus aliados más representativos: China, Irán y Venezuela.

 

El trasfondo de lo que ocurre en estos momentos en Venezuela responde a una dinámica de confrontación directa entre poderes a nivel geopolítico. El Comando Sur recientemente ha señalado la influencia rusia y china en Latinoamérica como una amenaza a los intereses de EEUU, y a Venezuela como un «problema» en el que ellos se han visto «obligados a resolver».

 

Esto no quiere decir que todo está firmado: Venezuela está bajo asedio estadounidense y tanto Rusia como China han respondido diplomáticamente en apoyo del gobierno legítimo de Nicolás Maduro. Otro horizonte político distinto a lo fabricado por EEUU es posible. 

 

De cierre, Ishchenko reflexiona: «Esto es la guerra. Un nuevo tipo de guerra. No la guerra como una extensión de la política por otros medios (usando la expresión de von Clausewitz), sino la tecnología de color como una extensión de la guerra por otros medios».

 

(misionverdad.com)

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