Pero Pickens, que para los medios era uno de sus personajes favoritos por su aspecto deportivamente delgado y juvenil, se presentaba como un defensor de los pequeños accionistas, la «minoría descuidada». En una autobiografía titulada Boone, el empresario cargó contra las corporaciones: «Si usted es un accionista, lo más probable es que de una forma u otra, la mayoría de las compañías estén malversando su dinero». El proceder de Pickens transformó la manera de operar de las corporaciones estadounidenses. Por un lado, estas tuvieron que reconocer a los accionistas, pero también hicieron que los altos ejecutivos obtuvieran beneficios en función del rendimiento de las acciones y se enriquecieron con opciones sobre acciones, explica The New York Times.

 

En los ochenta, Pickens era odiado, famoso y rico, aparecía en portadas de revistas nacionales, se paseaba por sus gigantescos ranchos y recorría EE UU en aviones privados. Pero en la siguiente década, la de los noventa, su imperio se vino abajo después de que tratara de aumentar la producción de gas natural de su empresa y pidiera una enorme cantidad de dinero prestado. En los siguientes años, el precio del gas no subió lo suficiente, la deuda le ahogó y acabó fuera de su empresa. Sin embargo, en 2002 Pickens se levantó, y gracias a un fondo de materias primas logró enormes beneficios.

 

En ese momento, señala The New York Times, ya alejado de una antigua imagen populista, se acercó al Partido Republicano. Pickens ayudó entonces a financiar los ataques contra el candidato demócrata en las elecciones presidenciales de 2004, John Kerry, para favorecer a su oponente republicano, George W. Bush. En 2010, Pickens era ya multimillonario gracias a otro fondo, este de gas natural, llamado BP Capital y cerrado en enero del año pasado debido a los problemas de salud del que un día fuera el empresario más odiado de Estados Unidos.

 

(msn.com)

T. Boone Pickens, en una imagen tomada en 2010.