El pantanal de corrupción  en el que está hundida la oposición venezolana y la proverbial sacada de cuerpo de los padrinos imperiales a Juan Guaidó, hace prever una temprana pelea a cuchillo en enero por el cargo de «presidente encargado».

 

Varios deben ser los candidatos a ocupar la presidencia de la Asamblea Nacional en sustitución de Guaidó, quien, de acuerdo todos los indicios de que se dispone, se irá de la escena políticamente derrotado, pero económicamente «buchón».

 

Es cierto que el puesto de presidente paralelo luce surrealista y en cierto modo hasta ridículo, pero hay varias poderosas razones para que muchos quieran desempeñarlo aunque sea por un ratico.

 

Una de ellas es la vieja postura del “quítate tú, pa’ ponerme yo”, expresado muy bien por el hasta hace pocos días desconocido diputado José Brito, cuando acuñó la palabra «frustrarrechera», sentimiento mixto entre la decepción por las inoficiosas ejecutorias de Guaidó para derrocar a Nicolás Maduro y la rabia porque la camarilla que ha dirigido a la oposición este año montó sus negocios turbios y no compartió debidamente el botín.

 

La frustrarrechera se incrementó exponencialmente porque la misma gente que no repartió bien el producto del pillaje, sí ha pretendido diseminar las culpas, arrojando las de mayor peso sobre los actores de reparto.  Así, cuando aparecieron las denuncias, varios de los parlamentarios de poca proyección mediática fueron usados, aparentemente, como chivos expiatorios. Son ellos, justamente, los que ahora andan insurrectos o frustrarrechos, como quiera decírsele.

 

Esto nos lleva a la segunda razón -que en realidad, es la principal- por la que se agarrarán de las greñas: la presidencia de la AN representa la oportunidad de llenarse los bolsillos, tal como lo ha hecho la pandilla de Voluntad Popular y Primero Justicia en este 2019.

 

Es fácil imaginar a los posibles aspirantes soñando con encabezar su autoproclamación, ser reconocido (o reconocida) por cincuenta y pico de países, convertir a su esposa en Primera Dama (o a su marido en Primer Caballero), pautar sesiones de fotografías con alguna revista chic, nombrar a sus compadres como embajadores y directivos de Citgo, Monómeros y cualquier otra empresa  la que se le pueda echar mano, y así, pues, hacer todo lo que han hecho Guaidó y su combo para convertirse en multimillonarios en un abrir y cerrar de ojos.

 

La tercera razón (a mucha distancia de las primeras) por la que varios se van a fajar por ese cargo es porque siempre existe la posibilidad de que 2020 sí sea el año que tanto han esperado y que el elegido o la elegida del 5 de enero termine siendo no un fracasado político como Guaidó, sino el equivalente a una “exitosa” Jeanine Áñez, aunque de preferencia sin tanto muerto ni pornografía.

 

Telón de fondo: la ruina moral

 

Sería bastante comprensible y normal que los diputados se sacaran los ojos debido a sus ambiciones personales o grupales, pues es lo habitual entre políticos. Lo triste -no solo para los opositores, sino para el país entero- es que esta reyerta tenga como motivo principal la búsqueda de negocios ilícitos.

 

Sin haber llegado al gobierno, la clase política de la derecha venezolana (incluso el segmento que, por razones de edad, no estuvo en el festín de la Cuarta República) ha demostrado ser estructuralmente corrupta. Las denuncias que han aflorado en los últimos días indican que mientras la camarilla del «presidente encargado» guisaba en niveles estratosféricos (en el rango de los miles de millones de dólares y euros), los de menor jerarquía se resolvían desvalijando ayudas humanitarias o internacionalizando la matraca parlamentaria.

 

Esto es muy grave porque invalida a la dirigencia opositora como alternativa a un gobierno en el que la depredación del patrimonio público es también conducta habitual de gran cantidad de funcionarios de todos los niveles, incluidos los del alternativo Poder Popular.

 

El gobierno, obviamente, sale ganando con la comprobación de todas estas perversiones de sus encarnizados adversarios políticos. Pero, ojalá ese regocijo no signifique olvidar que el virus de la corrupción nos ha hecho tanto o más daño que el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales del capitalismo global y que la guerra económica del capitalismo doméstico.

 

La euforia de ver al contrincante peleando a cuchillo y cayéndose a pedazos en lo que a moral se refiere no debería significar el olvido de que es urgente limpiar también nuestro propio pantanal. Muy urgente.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)