Por el 2008, llegó un estudiante estadounidense al doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Era flaco, calvo y alto. Siempre sonriente y ansioso por absorber todo lo que pudiera sobre la situación política venezolana. Al principio del semestre, ocupaba el tiempo en escribir en su libreta de notas, sin hacer preguntas.

 

No obstante, ya al final del seminario, levantó la mano para hacer un comentario que llamó la atención de todos.

 

«En Venezuela hablan con mucha normalidad de golpes de Estado. En todos lados, en todas partes, todas las gentes. Siempre están esperando que pase en cualquier momento», dijo en un castellano bastante fluido. Luego, ante el silencio que su reflexión había creado, optó por romperlo con algo no menos denso: «¿Es posible que suceda… un golpe, me refiero?», concluyó.

 

He pensado recientemente en esa anécdota a propósito de lo que ha sucedido en Bolivia, de la reciente reunión de los países que integran el TIAR, y de analizar el oscuro laberinto que atraviesa la oposición venezolana. Dos preguntas surgen:

 

-¿Será esta naturalidad del siempre esperar golpes de Estado lo que ha deformado la capacidad de hacer política a la oposición en Venezuela?

 

-Y ¿es posible en el corto y mediano plazo que ocurra un levantamiento militar al estilo boliviano?

 

De las vías rápidas

 

Este año, como ningún otro, ha quedado claramente fundamentado el esquema de desestabilización contra Venezuela. El plan A, B, C….y Z venido desde la más recóndita entraña del Pentágono, tenía muy claro que la misión era dividir a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y dejar que esta les entregara, como ha sucedido en Bolivia, su joya de la corona.

 

Este plan, evidentemente como lo ha dicho hasta la saciedad Eliott Abrahams y Craig Faller, contempla una cruel y sostenida estrategia a la que llaman «paciencia estratégica», que es un eufemismo correcto para denominar al estrangulamiento de las capacidades del Gobierno y de la sociedad venezolana para brindar bienestar a sus ciudadanos. Derrotar por agobio y por cansancio.

 

El investigador Carlos Lanz ha demostrado que la doctrina, el enfoque y la disposición del Pentágono está orientada hacia la guerra no convencional más que a una intervención militar directa. Hace unos días, el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, confirmó este planteamiento.

 

​¿Acaso no ha sabido esto la oposición venezolana? ¿Por qué se aferra tanto a las «vías rápidas» del golpe de Estado o la intervención militar? Hay tres razones que lo explican:

 

No tienen gestión que mostrar: muchísimos líderes de oposición han llegado a altas responsabilidades de gobierno. Han sido gobernadores y alcaldes de las regiones más ricas y geopolíticamente importantes del país. Han permanecido allí por largos lapsos de tiempo (ocho años no son poca cosa). ¿Y qué pueden exhibir como logros? Nada memorable, nada que pueda ponerse a competir en la batalla electoral y que sirva para capitalizar votos.

 

Abandonaron el tablero: Otro asunto es que instalaron un esquema de filiación partidista que es muy similar a un culto religioso y ahora no saben cómo desmontarlo. Si no aceptas los preceptos de la secta, que consiste básicamente en endilgar al chavismo los males sobre la tierra, sus partidarios sufrirán un destino similar a aquellos leprosos en la Edad Media. Mecanismos que en otros países sirven para dirimir diferencias como las elecciones, el diálogo y la cooperación entre poderes son rápidamente tildados de sospechosos y execrados de la vida pública. ¿Desde dónde se maniobra cuando abandonas el juego de la política?

 

El engaño como máquina de hacer dinero: la dirigencia política y los medios de difusión a su servicio convirtieron la polarización y la división social en una sofisticada mina de oro. Les construyeron a su base electoral un enemigo y les renuevan año tras año la promesa de vencerlo. No por casualidad afirman los expertos que «la fuerza motivacional más fuerte y poderosa a día de hoy son las falsas esperanzas».

 

¿Por qué no habrá golpe de Estado en Venezuela?

 

A pesar de que el nivel de bienestar no es el mismo del 2008, y de que se ha transitado por la partida física de Chávez y por los efectos de la guerra de amplio espectro, hoy le contestaría a dicho estudiante de la misma forma que lo hice en ese instante: no, no es posible un golpe de Estado en Venezuela.

 

El argumento actual es un poco distinto al de aquel entonces. Hoy, recurriría a un método pedagógico que consistiría en preguntarle: ¿conoces a los erizos?

 

El filósofo griego Arquíloco escribió hace un tiempo una potente línea que sirvió para que intelectuales como Isaiah Berlin o investigadores de gestión empresariales como Jim Collins desarrollaran sus ideas. «El zorro conoce muchas cosas, pero el erizo conoce una sola gran cosa», sentenció. 

 

Berlin usó la frase para su ensayo El erizo y el zorro, en el que dividió el mundo en dos clases de personas. Por un lado, a los erizos —o los que «todo lo refieren a un único aspecto central, a un principio ordenador único y universal»— y, por otro lado, a los zorros humanos, es decir, quienes «persiguen muchas metas, frecuentemente sin relación entre sí e incluso contradictorias» con el añadido de que muchas veces su «pensamiento es disperso o difuso». Claro que el propio Berlin explica que la naturaleza humana es mucho más compleja de clasificar y a veces la dicotomía no lo explica todo. Sin embargo, la metáfora nos sirve para el propósito.

 

​La idea unificadora y poderosa que tuvo Hugo Chávez fue entender que una verdadera revolución social en este continente sería inviable si las fronteras del mundo militar y el civil no se reconfiguraban bajo un enfoque novedoso. De aquí nació el concepto clave que ha mantenido al chavismo en el poder: la unión cívico-militar.

 

No se trata de la militarización de la sociedad, sino de algo que siempre estuvo allí y no se nos quería mostrar. Los militares no son extraterrestres alejados de la sociedad, con códigos morales, metas y expectativas distintas al resto de la población. La división fomentada especialmente por Estados Unidos en el continente, servía para cooptar dicho estamento como brazo armado de control social en los territorios que consideraba «su patio trasero». Servían y hoy lo vemos más claramente en Bolivia, en Chile, en Colombia, como ejércitos de ocupación en sus propios países. 

 

Chávez fue un erizo, siempre supo esa gran cosa. Cuando el golpe de Estado del 2002 alejó los prejuicios, temores y dudas, adelantó un proyecto que consistió en hacer entender que la defensa del país era un acto integral que correspondía no solo a los soldados, sino a todo el pueblo, por ello se crearon las milicias, se instauró la doctrina de guerra de todo el pueblo.

 

No en vano, la masiva y sistemática campaña de desprestigio y presión psicológica dirigida al estamento militar venezolano, quería estigmatizar este enfoque. Era de esperar, el Pentágono no quiere militares que estén peleando hombro con hombro en las batallas diarias con sus pueblos, los quiere separados, diferentes. Mucho menos quiere a una sociedad civil adiestrada, preparada, con mentalidad de combate y dispuesta a responder a la defensa integral de su país.

 

La marcha que recientemente protagonizaron estudiantes de las universidades públicas y cadetes militares en Venezuela, debió ser una noticia desoladora para quienes buscan que aquí el ejército funcione como los carabineros en Chile.

 

​El exitoso modelo venezolano se resume en que los militares no se consideran una tienda aparte de la sociedad. Mientras los zorros del Pentágono y la oposición se emborrachan de soberbia y ensayan indecibles actos para derrocar al chavismo, este se adhiere a su única verdad: todos somos soldados al servicio de la defensa de la nación.

 

¿Vencerá el erizo en el largo plazo?

 

Jim Collins escribió en su libro Empresas que sobresalen que existe un concepto de erizo que ha caracterizado a los modelos de negocios exitosos. Collins lo explica a través de tres ámbitos: ¿en qué puedes ser el mejor?, ¿cuál es tu pasión? y ¿cuál es el motor de tu economía? Para prevalecer en el tiempo, hay que tener claridad sobre estos principios y aplicarlos.

 

En la adaptación que hacemos al modelo político, tendríamos que decir que si en algo la revolución bolivariana ha demostrado ser la mejor, es en entender la naturaleza de la amenaza que enfrenta y actuar en consecuencia. Evo no lo vio venir, y mucho menos Dilma y Lula. Creyeron que el capital se sacia u obedece a un amo distinto que él mismo. De algún modo, no se lucha simplemente contra una oposición radicalizada, sino contra el surgimiento global de un movimiento de características fascistas con rasgos de violencia y preceptos antidemocráticos que son exaltados y naturalizados por el monopolio mediático que dominan.

 

Por otro lado, el concepto de pasión nos lleva a entender que este no es un proyecto político cualquiera. El chavismo representa una idea, un cómo y un por qué hacer política. Puede que el pragmatismo al que nos ha llevado el asedio de Estados Unidos haya borrado de las prioridades de algunos la necesidad de luchar por la superación del modelo depredador del capitalismo y por una nueva clase de ser humano, pero estos no son bienes accesorios. Son brújulas morales y anímicas que nos distinguen de otros proyectos, de otras formas de pensar. Abandonar el nosotros políticos es apagar la pasión. Es el comienzo del fin.

 

El último ámbito, es el motor. En este aspecto la respuesta es definitiva, nuestra capacidad de resiliencia  es uno de los patrimonios inmateriales que tendremos que legarle al futuro. La resistencia ha sido nuestro método y el amor, nuestra alquimia para superar la adversidad. Se nos señala en el mundo, se nos quiere derrotados, y allí estamos con la certeza del erizo que aunque menos poderoso que sus enemigos, confía en esa gran cosa que sabe. Y se aferra a ella hasta que por fuerza y obstinación termina venciendo.

 

(Sputnik)