He pasado unos pocos días sin escribir sobre el acontecer político y ahora no encuentro por dónde empezar. Podría hacerlo diciendo que la división de la oposición se hizo más evidente por lo que ahora hay dos directivas de la Asamblea Nacional, ambas opositoras y ambas integradas (según acusaciones mutuas) por ladrones de siete suelas.

 

Por supuesto que para efectos de la perenne campaña antirrevolucionaria, la culpa de todo es del gobierno porque supuestamente compró a una de las facciones oposicionistas. Los acusados, en tanto, alegan que sus adversarios internos nadan en mares de dólares aportados por Estados Unidos.

 

Visto desde cierta distancia, se puede pensar que no estamos ante una clase política, sino frente a una pandilla fracturada por el reparto del botín. Ante una situación tan asqueante, una parte de los opositores comunes optan por tomar partido por unos o por otros, mientras el resto (se me hace que la mayoría) se hunde en la desesperanza o asume la indiferencia política como un estilo de vida light.

 

La ruptura interna ha mostrado al público opositor algunos comportamientos de su dirigencia sobre los cuales el chavismo había advertido muchas veces. Por ejemplo, el uso de las medidas coercitivas unilaterales como arma de represalia política. Las personas que se salieron de la línea impuesta por Washington (que era reelegir a Guaidó como peor-es-nada de la Asamblea Nacional) fueron inmediatamente «sancionadas» por EEUU. También se desató contra ellas la persecución mediante campañas del tipo «reconócelos a ellos y a sus familiares», una criminal apelación a los instintos violentos de los más radicales… Nada que el chavismo y la gente que «parece chavista» no hayan sufrido durante dos décadas.

 

En estas semanas sin escribir también quedó ratificado el hecho de que la derecha no está haciendo ningún trabajo político interno que valga la pena resaltar, sino que se mantiene en los planos de la mediática global, las tendencias de las redes sociales y el funesto aparato diplomático al que llaman «comunidad internacional», entendida como EEUU y sus compinches. Pero ha quedado claro también que en esas instancias la oposición venezolana tampoco vive su mejor momento, luego de un año 2019 plagado de violencia represiva en Chile, Haití, Colombia, Ecuador, Bolivia, España, Francia y otras naciones bajo control de la derecha, con Trump empichacado en el impeachment y Almagro bajo amenaza de ser cesanteado en el reality show de la OEA.

 

Ante ese panorama, es espeluznante apreciar cómo muchos opositores apuestan abiertamente por el magnicidio que ejecutaría el gran sicario internacional, el mismo que empezó el año matando al general iraní Qasem Soleimani de manera «preventiva».

Convertido en presidente de una de las dos partes de la AN, Guaidó participa en esa jugada, tratando de alimentar internacionalmente (sin ideas propias y, según parece, sin entender cabalmente las ajenas) una matriz de supuestas amenazas terroristas que le permitan al sicario internacional «asesinar preventivamente» a líderes revolucionarios venezolanos. Así de grave es lo que está haciendo este personaje que parece reunir todos los «atributos» de la dirigencia política derechista de probeta.

 

Lo más triste del asunto para los opositores que tuvieron alguna esperanza en el autoproclamado es que este hombre ha recibido -además de muchísimo dinero- espaldarazos increíbles de parte del poder hegemónico global y ni aun así ha logrado consolidarse. Antes bien, cada día su liderazgo vale menos. El año pasado le montaron un concierto y una tramoya de ayuda humanitaria, y no pudo. Este año le pusieron alfombra roja y parada militar en Colombia, le cortaron a la medida una cumbre de terroristas (perdón, quise decir, de antiterrorismo), lo llevaron a que hiciera el papel de una Greta Thumberg tropical en el Foro de Davos… Y nada… Hasta algunos de los grandes engranajes de la maquinaria mediática global han comenzado a reconocer lo que por acá se sabe hace mucho: el joven ultraderechista no es ningún fenómeno político, y muchos síntomas indican que no es ni siquiera un político más o menos interesante. Bajo la pátina del mercadeo político y comunicacional, yace un personaje bastante opaco.

 

Así pasamos la tradicional efemérides del 23 de enero, que siempre ha sido utilizada por la antirrevolución para anunciar marchas, supermarchas, megamarchas o la-mamá-de-las-marchas, fecha que marcó además el primer año de la autojuramentación de Guaidó, y la oposición no marchó ni siquiera en Twitter. El «líder» estuvo de gira, cual músico famoso, y la prensa libre de Eliott Abrams (un tema sobre el que quedo pendiente de escribir) se dedicó a aplaudirlo porque lo recibió Duque, lo abrazó Pompeo, tomó el té con Boris Johnson y se tomó una foto con Ángela Merkel. Bueno, ya se ha dicho: peor hubiese sido nada.

 

(Clodovaldo Hernández / La Iguana.TV)