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La amenaza del presidente Donald Trump, por más que en este punto del conflicto poco faltaba la confirmación del papel de EEUU como gran operador de la guerra contra Venezuela, sí comprueba los límites dispuestos a ser rebasados para alterar el rumbo político del país por la fuerza y con el apoyo de dirigentes antichavistas locales.

 

1. Contexto político. La revolución de colores impuesta en Venezuela por más de tres meses tuvo como cerebro central al Departamento de Estado de EEUU.

 

Financiamiento y soporte diplomático a grupos mercenarios todavía en estado de germinación, presiones internacionales y financieras acompañadas de sanciones específicas a la línea de flotación en seguridad y defensa institucional del Estado venezolano, fueron los recursos de guerra asimétrica utilizados por EEUU para dirigir el conflicto hacia un escenario de intervención camuflada.

 

En los meses de abril, mayo y junio, Julio Borges y Freddy Guevara, cada uno delegado a construir distintas líneas de influencia a lo interno de EEUU y la región, clamaban por una mayor presión de Trump, mientras que exigían a la banca un feroz bloqueo financiero, por lo que la reunión de Borges con H.R. McMaster fue el punto clímax en la exigencia por una acción de fuerza.

 

No sería otro que Juan Requesens, del mismo partido de Borges, hoy vanguardia de la inflada «resistencia» a la que le otorga ese corte de movimiento estudiantil para consumo simbólico en el extranjero, quien asumiría públicamente un mes después en un foro en la Universidad Internacional de La Florida (Miami) que había que prepararse para una intervención extranjera. Luego de no recordar en que lugar se encuentraba hasta hace una hora, comentó que para llegar a la intervención había que pasar primero la etapa de violencia (armada), la que por cierto detuvo la elección constituyente del 30 de julio.

 

La amenaza de Trump tiene el clamor opositor de fondo, bien trabajado durante meses en la elevación de su perfil como cabeza de playa y legitimadores internos de la intervención. Acción que aunque es en sí misma miserable y cobarde, abre un debate en este momento, también electoral, sobre la participación por parte de dirigentes políticos que pidieron abiertamente una intervención de potencias extranjeras.

 

Y cabría también dividir entre pedir y la coordinación e involucramiento que subyace, en tanto no se «piden» intervenciones a menos que un sector político las acompañe. La boconería y la excitación del momento por parte de Requeses comparte el mismo atributo de otros bocones del sur de La Florida, quienes canalizando el fondo de grandes petroleras y corporaciones armadas han logrado influir sobre el qué hacer en Venezuela.

 

Una vez instalada la Asamblea Nacional Constituyente, bajo amenaza de sanciones económicas y financieras de alto calado, el contexto cambió las variables políticas y geopolíticas y cómo inciden en ellas los factores locales e internacionales del golpe. La amenaza se volvió «opciones en estudio», mientras luego de las sanciones contra el presidente Nicolás Maduro por parte del Departamento del Tesoro sólo ampliaban el enigma de por qué Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López no entraban en la ronda.

 

Aparece entonces la inédita «opción militar» de una potencia extranjera contra Venezuela, en medio del incumplimiento de amenazas anteriores y con una oposición sin capacidad de imponer el ritmo político del país, más allá del bombeo de oxígeno que se envía y que parece ya no ser suficiente desde los gobiernos satélites de Washington en la región, agrupados en torno a la Declaración de Lima.

 

Por más que en las primeras de cambio hubo contradicciones entre lo expresado por Trump y fuentes del Pentágono citados por la prensa global, la amenaza para labrar el camino hacia lo que el analista Rotislav Ishchenko denomina la última etapa de la revolución de color, reseñada por Misión Verdad: de no lograr los objetivos propuestos por el Estado agresor (EEUU) a través de estructuras delegadas (en este caso la oposición venezolana y sus derivaciones armadas) o una guerra civil, procede a la intervención directa contra el Estado-víctima, con base a suministro de armas, entrenamiento a grupos mercenarios y agresiones directas sobre blancos estratégicos.

 

Entramos ineludiblemente a esta etapa del conflicto, una determinante y decisiva que coloca el debate entre la verosimilitud de la amenaza y los mecanismos a emplear en estado latente. Pues de las sanciones contra el presidente Maduro y el bloqueo financiero que aún persiste, no muestran otra cosa que no sea la ruta de intervención contra Venezuela, ya decidida y sin ningún gesto de ser revertida.

 

Por más que algunos actores públicamente aseveren no estar trabajando en función de una intervención militar, caso H.R. McMaster, aparecen en lo colateral el bloqueo financiero y el asedio diplomático, también herramientas de intervención extranjera toda vez que moldean un escenario preparatorio para la militar. La última fase de Rotislav Ishchenko.

 

2. Amenaza y certeza. Fuera de avances o retrocesos en las actuaciones que se mueven en la superficie política, el tiempo que toman en actuar en una dirección, en otra o en desistir de un objetivo táctico específico, la trama subyascente avanza de forma ininterrumpida: la sostenida operación de cambio de régimen, con esa salida a la superficie por parte de Trump no debe entenderse (incluso siendo así) como el clásico bluff. No en balde, en la reunión del Consejo Nacional de Seguridad inmediatamente previa a las declaraciones, John Kelly y H.R. McMaster hicieron parte. En el caso de McMaster era más que evidente por ser él quien la preside, pero el jefe de gabinete no integra el consejo de seguridad: la experticia sobre la región del general Kelly es lo que podría suponerse que define su presencia.

 

Sobre el muy específico plano de la seguridad energética, y la lógica operativa que propone McMaster (como un actor bien colocado del Estado/sistema profundo) se hace necesario recordar la pieza de opinión firmada por McMaster y Gary Cohn el 30 de mayo de 2017: el mundo es una arena donde países, actores no gubernamentales y negocios compiten por su ventaja. No se trata de aliados o socios en el mundo, sino la política de la fuerza, principio que, tal como señala el artículo, ellos «abrazan». El estar dispuestos a trabajar únicamente ahí donde están alineados los principios en común, y de lo contrario, imponerse. Venezuela como principal reserva de petróleo del planeta, no escapa del mapa de los países soberanos a doblegar.

 

Tomado directamente del artículo: «(La consigna) America First señala la restauración del liderazgo norteamericano y el papel de nuestro gobierno fuera de sus fronteras: el emplear los recursos diplomáticos, económicos y militares de los Estados Unidos para promover la seguridad norteamericana, promover la prosperidad norteamericana, y extender la influencia norteamericana por todo el mundo». 

 

Y es ahí donde se debe encuadrar 1) la visita de Borges poco menos de un mes previo al artículo, y 2) una línea maestra que opera con o sin Trump. De la mano del Congreso y los sectores fanatizados del Pentágono.

 

En conclusión, fuera de la retórica deslenguada de Trump, es imposible concebirlo como un ejercicio retórico: se trata de una amenaza cumplible con todas sus letras.

 

3. Disposición del tablero y empleo de recursos. Antes de caer directamente en el factor Trump y el sinnúmero de pugnas internas en curso dentro de los círculos de poder gringos, se debe recordar que a diferencia de una guerra de carácter industrial (el desembarco de marines, el despliegue de portaaviones y toda la mitología de la propaganda fílmica), se trata de una guerra post-industrial, neoliberal y privatizada. Volviendo Brasil al mismo estatuto de finca que tiene Colombia, la probabilidad de una guerra proxy (por delegación) con retaguardias funcionales, a saber, estructuras armadas mercenarizadas, a todo nivel es más que latente. Las elecciones regionales son en octubre, los ejercicios militares en la triple frontera Brasil-Colombia-Perú también.

 

La costra política que conocemos como dirigencia opositora venezolana cada vez se reduce más dramáticamente a ese papel, cuyo principal activo es la construcción de sentido y el otorgamiento de contexto «político» y narrativo a una operación cuyo carácter esencial es geopolítico/energético, y que en su plano ulterior apunta contra el único proyecto histórico que demostradamente es capaz de revertir el estatuto neocolonial de toda la región. La pobreza intelectual de esa suerte de clase político-gestora se está suplantando gradualmente con la operación de reingeniería psicológica que apunta a la juventud y «la resistencia» en un cálculo a mediano plazo, de ahí que también sea necesario el sostenimiento de Freddy Guevara como figura central y como bisagra generacional.

 

El papel de canalización circunstancial de figuras como Borges, Machado, Capriles (que no de López) una vez que avance la violencia armada (si es que avanza como algunos calculan) es probable que se acentúe, una vez la guerra borre esa dimensión fronteriza entre lo bélico y lo «político». Por lo tanto, ¿qué sentido de participación política tiene la presencia de este cúmulo de «dirigentes» frente a la seguridad nacional, más que como correas de transmisión de una acción pensada para agredir nuesta soberanía en todas sus esferas?

 

4. La región, la subordinación, el temor a los precedentes y la «estrategia del loco» de Kissinger. Las reacciones de los promotores de la Declaración de Lima entrañan varias capas a considerar: 1) la declaración de Trump, que definitivamente fue a contrapelo de la presión diplomática que se atribuyeron esos «países», fue una decisión tomada desde una instancia superior, y muy probablemente no discutida por los canales hasta ahora empleados, 2) de ahí que el pretendido juego «soberanista» (en el caso de Chile) o de viuda plañidera (en el caso de Almagro) ofrece ese matiz de negación plausible y la ilusión de policía bueno empeñado en preservar las formas «diplomáticas», 3) pero en el fondo, ocurre una combinación discursiva que para la Casa Blanca surte efecto como «negación plausible» creando la ilusión de dos bandas que chocan y dejan de confluir, mientras que al ofrecer una oportunidad imprevista de autoblanqueo de los gobiernos parcelarios también señala algo que la guerra contra Venezuela sigue siendo difícil de vislumbrar: precedentes que en su ejecución pudieran dejar sentadas las bases para que a esos dirigentes y esas clases políticas verdaderamente subordinadas y comprometidas sufran el mismo y exacto destino de ser eficaces contra el Gobierno venezolano.

 

Eso ha estado desenvolviéndose desde la última serie de rondas de sanciones. Y 4), otro elemento entra en juego en consonancia con lo más parecido a una «estrategia» de la administración Trump: la «estrategia del loco de Henry Kissinger», en donde una inestabilidad de vectores no permite definir un cuadro ni un curso de acciones visibles y por lo tanto inminentes, y todos los dirigentes de la región sumados a la operación de cambio de régimen contra Venezuela son víctimas de lo mismo. En el país esa estrategia traducida en caos que se promueve como agenda (anti)política, alimentada por la guerra económica y financiera (y de ahí que sea necesario mantener a la nación bajo ese asedio), viene a configurar un sentido del momento (y por ende de la historia) donde la intervención por vías convencionales y no convencionales adquiere «necesidad». Donde Freddy Guevara y Julio Borges son los encargados de servir la mesa y de darle cobertura política, mientras los medios globales y grandes tanques de pensamiento, la banca mundial y las corporaciones, forzan la barra para despojarle todo ribete político al conflicto.

 

5. Contexto interno, urgencias «objetivas», y la imperiosa necesidad de un conflicto contra el eslabón más débil a la vista. El narcisismo del Pentágono, en la voz de su escuela de guerra, produjo un documento donde señalaba el declive del poder de los Estados Unidos en tanto «imperio», pero lo más dramático del mismo radica en que plantea las mismas soluciones que ha venido empleando desde hace 20 años (concentración en el eje propagandístico, la necesidad de preservar la supremacía por la fuerza y el arbitrio global, a riesgo de colapsar). A la luz de esa percepción excepcionalista, generalizada en los círculos neocon y neoliberales, se enfila la lógica de política exterior que en el caso específico de Trump necesita una salida estilo Clinton (ejemplos: en Kosovo y en Sudán) para afirmar la posición de fuerza. De las cinco regiones en pugna, Rusia, China, Irán, Corea del Norte y Venezuela, es la última la que representa las opciones más viables para una operación de esta naturaleza. La reunión de la que luego Trump ofrecería esas declaraciones tuvo como temas centrales la República Democrática de Corea y la República Bolivariana de Venezuela.

 

Y, por encima de eso, existe otro elemento clave: ha sido una enorme y voluminosa inversión el debilitamiento interno del Gobierno y el Estado venezolano. Es decir, se trata de una decisión burocrática de gran calado que se hace prácticamente imposible de revertir. Tal como ha sido desde los bombardeos alfombra contra la Alemania Nazi a nuestros días: se trata de una decisión administrativa. Misma naturaleza que comparte la lógica de las sanciones (de por sí actos de guerra abierta). Es una inversión irrefrenable: el ablandamiento de una nación podrá ser más barato que una invasión, pero eso no lo hace menos costoso por la naturaleza empresarial de quienes la promueven y ejecutan por vía indirecta.

 

La guerra es, sobre todo, un asunto de negocios. Y Venezuela por sus gigantescos recursos promete una rentabilidad gigantesca y quizás inédita, pues lo que no pueda hacer Julio Borges y Freddy Guevara por cuenta propia tiene, ahora sí de forma declarada, esa carta bajo la manga. De Venezuela depende, también, el cambio de régimen a escala regional para retornar al continente a su estatus original de patio trasero.

 

Mientras la Asamblea Nacional Constituyente ejecuta sus primeras medidas en pro de rescatar el orden y la autoridad del Estado, en paralelo el país entra en un ambiente electoral marcado por las venideras elecciones regionales. Y ese contexto en el cual se anuncia esta seria amenaza de intervención militar por parte de EEUU, en boca de Donald Trump, dice bastante de las perspectivas y noción de futuro que tiene esta potencia sobre nuestro país: un botín que debe ser reconquistado. Su tamaño e importancia geoestratégica es proporcional a los recursos a utilizar. Ahora, incluidos los militares.

 

Y eso, que ya es en sí excesivo en forma y sustancia contra un país sin bombas nucleares ni portaaviones, tampoco ha logrado volver a «calentar la calle»: lo que la dirigencia antichavista llama a las zonas de clase media donde no creo que extrañen esos vecinos los enfrentamientos entre encapuchados y fuerzas de seguridad. 

 

(misionverdad.com)