El gobierno estadounidense bajo Donald Trump ha asumido una posición inéditamente beligerante en torno a los asuntos de la política interna Venezolana. Aunque desde el inicio de la era del chavismo, los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca han mostrado manifiesta hostilidad hacia Hugo Chávez primero y hacia Nicolás Maduro después, e incluso el gobierno de George Bush hijo promovió y participó abiertamente en el golpe de Estado que separó a Chávez del poder en abril de 2002, la actual administración asumió el apoyo a la causa de Juan Guaidó como un asunto casi personal.

 

En opinión de David Smilde, sociólogo especializado en temas venezolanos y articulista del prestigioso diario The New York Times, “el gobierno que hace un año asumió esa causa de manera tan explícita, efectivamente convirtió a Venezuela en un peón geopolítico”, en su pugna con el gobierno ruso. De allí que, en su criterio, el hecho de que Serguéi Lavrov, canciller de la Federación Rusa esté de vista en Caracas, no obedece a una casualidad ni tampoco a un interés genuino sobre la conflictividad política en Venezuela, sino a que la semana pasada Mike Pompeo, secretario de Estado, visitó algunas de las exrepúblicas soviéticas, incluyendo Ucrania, con quien Rusia tiene una relación difícil desde el fin de la U.R.S.S.

 

Asimismo, el sociólogo valoró que la estrategia geopolítica adelantada por Trump y su equipo en torno a Venezuela, propia de los tiempos de la Guerra Fría, condujo al fracaso de las negociaciones entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y la oposición, cohesionada en ese entonces en torno a Guaidó, adelantadas en Noruega. En su día John Bolton, entonces asesor de seguridad del gobierno de Trump, prometió más sanciones contra el Estado venezolano y aseguró que “el tiempo del diálogo había terminado”, lo que impulsó al gobierno venezolano a levantarse de la mesa antes de que se hubiera alcanzado algún acuerdo.

 

Sin embargo, aunque es cierto que el gobierno estadounidense ha endurecido las sanciones contra Venezuela y la retórica de Trump y de los funcionarios de su administración, cuando menos se ha mantenido, en relación con el pasado año, ello no parece aportar nada positivo para Guaidó como líder del extremismo opositor ni tampoco para cambiar internamente la situación política de Venezuela.

 

Para Smilde, “no solo los radicales de la oposición se han envalentonado con planes completamente inverosímiles, sino que las sanciones económicas de Estados Unidos han empeorado la crisis económica del país y su éxodo migratorio, además de socavar la posibilidad de movilizaciones callejeras de la oposición”. Esto último ya fue evidente, cuando antes de la “gira”, las convocatorias de Juan Guaidó a movilizaciones de calle en enclaves de Caracas manifiestamente opuestos al presidente Nicolás Maduro, como Bello Monte o Montalbán, resultaron en un rotundo fracaso.

 

Asimismo, es evidente que la fractura dentro de la oposición venezolana es más dramática que en otros tiempos. Durante un acto en la sede de el diario El Nacional, afirmó que él había sido reelecto como presidente de la Asamblea Nacional (AN), mientras que en un acto paralelo en el Palacio Federal Legislativo era proclamado para el mismo cargo, con mayoría parlamentaria, el diputado Luis Parra, militante del opositor partido político Primero Justicia. Peor, imposible para Guaidó, pues ya no ostenta el cargo que legítimamente poseía el año pasado: presidente de la AN, sino que lo disputa con otro parlamentario y con ello se reducen sus posibilidades de cohesionar a la oposición venezolana en torno a su liderazgo; todo ello aunque Trump lo haya recibido en una audiencia privada y aunque acordara con Mike Pence más sanciones para el gobierno y pueblo de Venezuela.

 

Parece paradójico, pero no lo es tanto. Quizá la respuesta se halle en que el utilitarismo de Trump –y quizá de la clase política estadounidense, toda vez que ayer Juan Guaidó fuera recibido por Nancy Pelosi, miembro del partido demócrata y acérrima opositora del presidente estadounidense– podría ir aún más lejos que el ajedrez geopolítico entre Rusia y EE.UU. que que trata de revivir y de la retórica pro-Guaidó que expresan los políticos yanquis.

 

Daniel Smilde considera que hay indicios como para pensar que, lo que en su día sucedió con Cuba, pase ahora con Venezuela.

 

Es ampliamente conocido que después del triunfo de la Revolución Cubana, la retórica guerrerista e injerencista, así como un feroz bloqueo económico, han sido parte de la política exterior estadounidense, independientemente de quién haya sido la cara visible. Todavía más: esa retórica, que en nada ha beneficiado a los cubanos, sí ha servido para que la casta política estadounidense pesque votos en el estado de la Florida, donde reside la mayor parte de los cubanos en Estados Unidos.

 

Si damos por buenos los datos de la Oficina de Censos de ese país, en 2017, el 52% de todos los venezolanos residentes, vivían en el sur de Florida. ¿Coincidencia? No lo parece.

 

Lo que sí resulta obvio es que, esa alianza con el imperialismo estadounidense de la que está tan orgulloso el diputado Juan Guaidó, no parece ser tan beneficiosa como él cree o quiere hacer creer. Internamente, otros líderes políticos de la oposición, como Enrique Ochoa Antich, le han criticado por su condición de vasallo del Departamento de Estado y en el exterior, las solidaridades que recibe, aparentemente le rinden muchos más réditos al gobierno estadounidense que a su propio liderazgo y a la causa que él dice representar.

 

(La Iguana.TV)