Un año exacto transcurrió entre la incursión de Sebastián Piñera en la frontera colombo-venezolana en 2019 y el inicio del Festival de Viña del Mar, en 2020.  

En ese cercano ayer, Piñera estuvo en Cúcuta, participando en la conspiración internacional contra Venezuela. Llamó dictador a Nicolás Maduro y lo acusó de usar la fuerza y la violencia  para reprimir a su pueblo. Un año más tarde, en el icónico festival de su  país, miles de chilenos le devuelven un poco de su propia receta, al insultarlo y equipararlo con el sangriento gorila. Augusto Pinochet.

En los tramos finales de 2019, Piñera ordenó hacer lo que pretendía criticarle a Maduro: reprimir las manifestaciones en su contra, a pesar de que las del pueblo chileno no tuvieron, ni por asomo, el nivel de violencia de las guarimbas perpetradas por la ultraderecha venezolana en 2014 y 2017.

La derecha continental pretendió que el concierto Venezuela Aid Live, el acto montado en el departamento de Norte de Santander, en febrero de 2019 fuese un detonante para la arremetida final contra el gobierno venezolano. Por eso Piñera se atrevió a afirmar que «el dictador Maduro tiene los días contados». Por artes de la justicia poética de los pueblos, ahora Viña del Mar está cumpliendo exactamente esa función, en contra de la voluntad del capitalismo hegemónico. Todo parece indicar que es «el dictador Piñera» el que está contra las cuerdas y apoyándose únicamente en una feroz violencia de Estado.

En el concierto de Cúcuta, los artistas participantes hicieron lo que era previsible: denigrar de Maduro y calificarlo de tirano. Algunos actuaron así porque están convencidos de que esa es la verdad; otros solo cumplieron con el guion que les pusieron por delante. No hacerlo hubiese sido cerrarse puertas demasiado importantes en una industria que en muchos sentidos vive tiempos de macartismo subido.

En Viña del Mar, en cambio, está ocurriendo lo que no se previó: varios artistas y, sobre todo, el público («el Monstruo», como se le llama) han opinado de una manera inequívoca contra el gobierno neoliberal. 

Piñera calculó mal en febrero de 2019 y calculó mal en febrero de 2020. El año pasado se unió a los muchos dirigentes (tanto nacionales como de otros países) que han cometido el grave error de subestimar a Maduro, a la Revolución Bolivariana y al nivel de conciencia del  pueblo de Venezuela. Este año subestimó el grado de descontento e indignación que acumula el pueblo chileno. Pensó que ya lo peor había pasado y que llevar a cabo el Festival de Viña del Mar era la mejor oportunidad para dar una apariencia de normalidad.

 

Piñera tal vez creyó que sería suficiente con  la complicidad de la maquinaria mediática global, que ha ocultado y tergiversado durante meses la realidad de las protestas chilenas. El festival sería como mostrar de nuevo a Chile como el país ideal, próspero, en concordia, como poner cristales nuevos a las vidrieras rotas. Para ello contaba también con la alcahuetería de muchas grandes figuras del espectáculo, incluyendo algunas de las que siempre están prestas a protestar contra Venezuela.

Pero ha resultado obvio que el malestar es de tal magnitud que ya no es posible mantener en alto las apariencias.

 

Los síntomas de la convulsión se han sentido en la tarima, en las gradas y también en las afueras de la emblemática Quinta Vergara.

 

En la tarima, tal como se esperaba, la posición más contundente la adoptó la cantautora chilena Mon Laferte, quien ya se ha manifestado antes en contra de los excesos represivos de los Carabineros. Pero no ha sido la única. El puertorriqueño Ricky Martin también opinó, en la rueda de prensa previa a la presentación, cuando dijo que apoya la protesta chilena y espera que genere un efecto dominó. Mientras tanto, otro chileno, el imitador Stefan Kramer, presentó una parodia de Piñera que permitió la catarsis del público en contra del mandatario. En uno de los pasajes más ovacionados, encarnando al presidente, dijo, viendo el celular: «Me queda 4 por ciento de batería y 3 de aprobación».

 

La actuación de Kramer ha sido retirada de Youtube con la excusa de que violaría los derechos del festival y de los artistas sobre el material.

 

El mayor impacto lo ha tenido precisamente la conducta del público, que ha aprovechado cada oportunidad para descargar su rabia contra el presidente. La consigna «¡Piñera, conche’ tu madre, asesino igual que Pinochet!», ha sido, por decirlo irónicamente, el gran éxito del festival. Tan es así que las transmisiones televisivas del festival han intentado censurarla, bajando el audio ambiente por algunos momentos, solo que en los tiempos actuales eso no impide que los hechos se difundan.

Mientras tanto, en las calles de la ciudad balneario, miles de manifestantes reeditaron las escenas que se hicieron comunes en Santiago y otras ciudades desde el 18 de octubre, cuando se produjo el estallido popular. 

Las fuerzas sociales que se han mantenido desde entonces en protesta consideraron clave reanudarlas con mucha fuerza en Viña del Mar, pues el festival funciona como una de las ventanas publicitarias más importantes de Chile, un país que, hasta el inicio de la oleada de manifestaciones, se presentaba al mundo como el oasis de estabilidad económica, política y social en una América Latina convulsionada y en perenne crisis.

Los disturbios, reprimidos por los Carabineros, han afectado a la propia Quinta Vergara y a los lujosos centros turísticos de la localidad. El hotel O’Higgins, el más importante de Viña del Mar, sitio tradicional de pernocta  de los artistas invitados, cerró sus puertas hasta que se restablezca la normalidad.

(LaIguana.TV)