Donald Trump busca una nueva temporada en la Casa Blanca y para ello pretende subir sus números mediante una política exterior de agresión y sanción contra potencias de gran envergadura como Rusia e Irán. En paralelo, arrecia el bloqueo económico y financiero contra Venezuela.

 

Como si de una escuela a la vieja usanza se tratara: si eres mi amigo, con ellos no hablas. Esta premisa firmó la sanción estadounidense a la empresa estatal rusa Rosneft en febrero. Para entonces, Trump dijo «veremos qué pasa», pero aunque el presidente Nicolás Maduro declaró una emergencia energética, Rusia aseguró que no cesará en su interacción con las autoridades legítimas de Venezuela. Entre líneas, Rusia seguirá exportando a Venezuela materia prima agrícola, químicos y maquinaria, se mantendrán los convenios militares entre ambos países y —vale recordar— el Kremlin sigue siendo uno de los 5 miembros con poder de veto en el Consejo de Seguridad (ONU).

 

En términos de resultados, a Washington le va fatal en su cruzada por el derrocamiento o el linchamiento mediático de quien no le siga el juego. En 2019, el presidente Vladimir Putin hablaba de la extraña manía de Estados Unidos de dispararse en el pie. Al imponer sanciones contra Rusia, las empresas estadounidenses son las que pierden, y la Casa Blanca socava el Libre Comercio que tanto dice defender. Putin se mofa de Trump, asegura que la retórica de la «amenaza rusa» es una fabricación caza tontos ya desgastada, por más películas y villanos de origen ruso que fabriquen Hollywood o Netflix.

 

Irán es otro país que no muerde el anzuelo de las agresiones estadounidenses. Asegura que cobrará justicia por el asesinato de su líder Qasem Soleimaní, pero esta “venganza” no será servida al estilo occidental del ojo por ojo o diente por diente. Sus autoridades aseguran que la respuesta verdadera a la agresión estadounidense llegará solo cuando dos objetivos de Soleimaní se cumplan: el colapso de Israel y la extirpación de la arrogancia gringa de Medio Oriente. Teherán ya demostró parte de su capacidad en misiles para eludir los sistemas de defensa antiaérea estadounidenses en Irak y atacando una base militar estadounidense sin daños colaterales. Entre líneas discursivas y unos cuantos misiles, Irán despojó a Trump de su prestigio de laca y silicón. 

 

Pese a sus sanciones de hielo y fuego ante Rusia e Irán, Donald Trump no tiene honor ni gloria en su política exterior más allá de robar Jerusalén para asignarla como capital de su hijo encaprichado, Israel. Y si miramos hacia Latinoamérica, Nicolás maduro sigue siendo presidente. 

 

 

Moscú y Teherán demuestran que, aunque la industria armamentista se frota las manos cada vez que Trump pulsa el botón republicano de la agresión, no es necesario caer en provocaciones, ni en gritos de victimización cuando en la arena internacional coinciden estos factores: igualdad de condiciones o capacidades, y algo tan preciado y escaso como el sentido común y la razón.

 

(LaIguana.TV)