Cuando Juan Carlos y su novia se fueron nadie lo entendió. Tenían tantas perspectivas aquí, se decía, que les iba bien en sus trabajos y, además, estudiaban. Eran de esa clase media, ahora casi baja, en la que precarización de la vida es algo así como una cuerda tensada por la que pasan todos los días intentando no caer.

 

Juraron que “iban y venían”, un tiempo nada más para hacer unos dólares que sirvieran para la familia que dejaban atrás y para iniciar un emprendimiento que les diera cierta holgura. Ya tienen casi dos años en Lima, Perú, pero las cosas no han salido como esperaban: Están ilegales, los miran y atacan con los ojos del racismo, los trabajos a los que pueden aspirar son tan precarios en condiciones y paga que el ahorro ahora es un lujo y, además, ahora miran con horror el infierno en  el que se les están convirtiendo los días como consecuencia de la pandemia de COVID-19 que tiene paralizada la vida en casi todo el planeta.

 

Juan Carlos y su novia no son los únicos. Ellos forman parte de la migración venezolana que, inducida o no, se movió hacia otros países convencida de que el paraíso estaba en otra parte y hoy, como ironía macabra, quedó en el centro del infierno que ha creado la pandemia.

 

La cuarentena es igual a desempleo

 

En España y en muchas regiones de los Estados Unidos donde la cuarentena voluntaria ya es un hecho desde hace semanas, el temor dentro de la migración venezolana es el mismo: la pérdida de los empleos. Y no es para menos. De acuerdo con un reporte de la televisora rusa RT, hace una semana las empresas  españolas, grandes y pequeñas, iniciaron el despido de miles de trabajadores. Una forma de enfrentar las pérdidas que impone el costo contra la sobrevivencia de las mujeres y los hombres que allí laboran.

 

En el caso de la migración la pérdida del empleo es más grave. Compuesta en buena medida por personas residenciadas en condición ilegal en estos países, los venezolanos acceden a los trabajos más precarios y básicos, aquellos que nunca ejercieron en su patria, y cuyas condiciones laborales son inexistentes. Cargan bolsas, atienden mesas, lavan platos, limpian casas, y cobran por día trabajado. Muchas veces ni siquiera cobran, pues no hay ley que los ampare. Por estos días, son los primeros que se están quedando sin trabajo.

 

No faltan los testimonios cercanos de hijos, nietos y sobrinos que, de un día a otro, han visto eliminados sus ingresos en medio de la situación de pandemia que requiere más gastos que lo cotidiano. En algunos casos, incluso, les han empezado a exigir el pago por adelantado de los alquileres de los sitios en los que viven, en aquellos países –la mayoría- donde no se han impuesto medidas de protección.

 

La cuarentena es igual a poner en riesgo la vida

 

En aquellos países donde la cuarentena no era obligatoria, la migración venezolana también se ha enfrentado a otra calamidad. La obligatoriedad de acudir al trabajo a riesgo de contraer el virus y de contagiar a otros, so pena de ser despedido. Incluso en aquellos casos donde los migrantes residen legalmente, el miedo a quedarse sin ingresos los ha expuesto a la imprudencia. En las redes sociales, una venezolana que vive en Chile, narró, la semana pasada, todas las vicisitudes que hubo de vivir para ser diagnosticada de COVID-19, después de haber acudido tres días a su trabajo pero, en especial, para obtener el reposo médico que la eximiera de acudir a su centro laboral. En ese país, el estado de excepción y la cuarentena obligatoria recién se estableció hace apenas una semana.

 

Este no es el caso de Venezuela. La cuarentena obligatoria, decretada en el mismo momento en el que fueron detectados los primeros casos, ha venido acompañada, una semana después, de medidas paliativas para garantizar la sobrevivencia económica de la población.  Distribución de las cajas Clap en medio de estrictas medidas de seguridad sanitaria; bonos especiales a través del sistema Patria; suspensión del cobro de alquileres; ratificación de la inamovilidad laboral; así como disposiciones especiales en el caso de compromisos contraídos con la banca por las empresa son, entre otras, formas de protección que mantendrán las condiciones mínimas de sobrevivencia de la población venezolana.

 

Sin acceso a la protección

 

A las caóticas condiciones existentes en el mundo, que ponen al borde de la indigencia a buena parte de la migración venezolana, se suma el hecho de que tampoco tienen acceso a las medidas de protección económica impuestas en algunos países, como Perú y El Salvador, pues la condición de residentes no legales de muchos de las venezolanas y los venezolanos que se encuentran en esos países les impiden optar a estos beneficios. Es el caso de las ayudas en dinero. E incluso la suspensión del cobro de alquileres puede ser negado en muchas ocasiones bajo la amenaza  de denunciar su estatus.

 

Y es que la condición de ilegales, convirtió a los venezolanos en no ciudadanos. El fin de semana, un grupo de venezolanos que se encuentran en Estados Unidos solicitó desesperadamente ser rescatados de ese país. En un video que rueda por las redes sociales, uno de ellos aseguró que le había sido negado su permiso de permanencia en suelo estadounidense por lo que debía abandonarlo inmediatamente. Es decir, en medio de la pandemia, cuyo epicentro actual está por colocarse en la nación norteamericana, las autoridades decidieron expulsarlos del territorio. Pero el ilegal bloqueo económico contra Venezuela y el cierre necesario de las fronteras para contener el virus, impiden el regreso. Estos migrantes quedaron así en el limbo.

 

A juzgar por las estimaciones de la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (Cepal),  después de que pase la pandemia, la situación de la mayoría de la migración venezolana será más comprometida que ahora, tal como sucederá con el resto de los latinoamericanos. Y es que de acuerdo con este organismo, la pobreza crecerá seis puntos porcentuales como consecuencia de la crisis por el COVID-19, pues su impacto económico aumentará en 10% el desempleo y creará 220 millones más de pobres.

 

De las medidas que tomen las gobiernos para no cargar en la pobreza las consecuencias económicas de la pandemia, dependerá la sobrevivencia de esta migración que, irónicamente, ahora vive lo que más temía que sucediera en Venezuela.

 

(LaIguana.TV)