Chávez tenía razón también en eso: para que los organismos multilaterales cumplan los objetivos que están plasmados en sus declaraciones de principios, tendrían que ser reformados estructuralmente, y uno de los cambios fundamentales sería librarlos del control económico de las grandes potencias.

 

El chantaje pecuniario del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la Organización Mundial de la Salud (OMS), además de ser una prueba de la nula humanidad del mandatario, demuestra que los organismos del sistema de Naciones Unidas están lejos de ser autónomos porque dependen financieramente de uno o de unos pocos de sus miembros.

 

Los gobernantes de los países que aportan la mayor cantidad de dinero tienden a actuar como el que contrata una orquesta y se considera con derecho a elegir la música que esta va a tocar. En el caso del impresentable Trump, esto ocurre nada menos que con el organismo rector de los asuntos sanitarios en el planeta, en medio de la peor pandemia que se haya registrado en cien años.

 

Bajo el mandato de Trump se han cometido toda clase de atropellos similares, basados en la tesis de que es EE.UU. quien paga la factura mensual, incluso de la propia ONU. Una de esas tropelías ha sido impedir u obstaculizar el ingreso a Nueva York (sede de la ONU) de funcionarios de gobiernos que EE.UU. considera enemigos, en abierta violación a la Carta del ente mundial, que obliga a los países sede a dar todas las facilidades, incluso a enemigos enfrentados en situaciones de guerra.

 

La integración sin potencias

 

El comandante Hugo Chávez insistió mucho en que la ONU necesitaba reformas profundas, incluyendo su mudanza del territorio de EE.UU. a un lugar verdaderamente capaz de ser neutral, que eliminara esas inaceptables limitaciones impuestas por las élites políticas de Washington, aprovechando su condición de sede. 

 

Lo mismo llegó a plantear acerca de la Organización de Estados Americanos, a pesar de que en su tiempo la confrontación nunca alcanzó los niveles que se han visto con el secretario actual, Luis Almagro. Como gran impulsor de la doctrina de Simón Bolívar, para Chávez era un contrasentido que la sede de la OEA estuviese también en EE.UU. (Washington).

 

Como alternativa a esa integración basada en la idea monroísta del panamericanismo, y de su expresión neoliberal, el Área de Libre Comercio de Las Américas (ALCA), Chávez propuso -y logró que cristalizara- una arquitectura alternativa, que tiene entre sus emblemas a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, (ALBA), la Unión de Naciones del Sur (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). Para conseguirlo, aprovechó el gran momento de la izquierda latinoamericana, cuando estuvieron al frente de sus países presidentes como Néstor Kirchner y Cristina Fernández (Argentina), Luis Inácio Lula Da Silva (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay), José “Pepe” Mujica y Tabaré Vázquez (Uruguay), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), Manuel Zelaya (Honduras) y Daniel Ortega (Nicaragua).

 

No ha sido por casualidad que la estrategia de EE.UU. y sus gobiernos aliados de derecha en América Latina, que derrotaron o derrocaron a los anteriores, haya estado encaminada a destruir esas organizaciones alternativas, incluso creando engendros como el Grupo de Lima y fortaleciendo el cariz imperial de la OEA, para lo que se ha prestado el uruguayo Almagro.

 

La conducta típica del niño rico malcriado

 

La rabieta de niño rico que ha protagonizado Trump con la OMS, a la que acusa de ser pro-China, no es la primera en su tipo. En 2017, antes de cumplir un año en funciones, anunció el retiro de EE.UU. de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), bajo el alegato de que mantiene un sesgo anti-isrelí.

 

En esa oportunidad, los comentaristas internacionales señalaron que Trump comenzó por la Unesco a cumplir con uno de los postulados básicos de su gobierno, que consiste en acabar con el multilateralismo, pues no cree en ninguna de estos entes internacionales, ni siquiera en la ONU, sino en el poder omnímodo de EE.UU.

 

Resulta obvio que con Trump se han exacerbado todas las características imperialistas de EE.UU., pero eso no significa que las actitudes contra el sistema de Naciones Unidas sean algo inédito. En lo que respecta a la Unesco, ya EE.UU. se había retirado antes, en 1984, durante la administración de Ronald Reagan, y permaneció al margen hasta 2003, lo que significa que el demócrata Bill Clinton no se ocupó de retornar. Se dijo entonces que esa fue la reacción de Reagan contra el Informe McBride, titulado Voces múltiples, un solo mundo, en el que se criticó severamente el predominio de los medios de comunicación de los países desarrollados y se clamó por un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (al que, desde entonces se le conoce como Nomic y que, dicho sea de paso, sigue sin hacerse realidad).

 

Más recientemente, en 2011, bajo la administración del demócrata y afroamericano Barack Obama, EE.UU. dejó de pagar sus cuotas a la Unesco (que representaban una quinta parte del presupuesto de la organización, con sede en París), en protesta porque se había admitido como Estado de pleno derecho a Palestina.

 

En 2013, debido al atraso en los pagos, la Unesco suspendió el derecho de EE.UU. a votar en las decisiones.

 

Queda en claro que EE.UU., con gobiernos republicanos o demócratas, siempre actúa como el muchacho pudiente del vecindario que por ser dueño del balón o del bate y la pelota se considera con derecho a ganar todos los partidos, y cuando no lo dejan, se va a su casa, llevándose sus propiedades.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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