¿Cuán distinto sería el desarrollo de la pandemia en los países latinoamericanos más afectados si la derecha no se hubiese empeñado en destruir los nuevos mecanismos de integración creados durante el tiempo de los gobiernos progresistas?

 

Las respuestas a esta pregunta estará siempre en el plano se la subjetividad, pero lo que sí parece evidente es que esos nuevos organismos no podrían haber sido tan negligentes e inútiles como lo ha sido la vieja estructura, cuyo emblema es la Organización de Estados Americanos (OEA).

 

Los novedosos entes integradores son la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), todos ellos torpedeados sin piedad por la restauración neoliberal, bajo la égida de Estados Unidos.

 

Es particularmente trágico lo ocurrido con Ecuador, país sede de Unasur, que salió del organismo y confiscó su edificio, en Quito. Con arrogancia, el presidente de ese país, Lenin Moreno, se apartó del gran logro suramericano, del que había sido partícipe como vicepresidente de Rafael Correa. No es descabellado suponer que si este organismo no hubiese sido saboteado desde adentro por ese y otros gobiernos, seguramente habría podido articular alguna política coherente para la región.

 

Moreno y los otros mandatarios (electos o impuestos mediante golpes o maniobras jurídico-políticas) se dedicaron a darle un nuevo aire a la OEA, una entidad que ha mostrado una pasmosa inacción ante la pandemia. Mientras el coronavirus cundía en Europa y empezaba a propagarse en América, la única preocupación del secretario Luis Almagro fue lograr la reelección y mantener el hostigamiento contra Venezuela, país que ya no pertenece a esa organización.

 

Tampoco ha servido de nada el Grupo de Lima, un ente paradiplomático creado con el único propósito de derrocar al gobierno de Venezuela, pero que pudo haber servido, en medio de la emergencia generalizada, al menos para coordinar algunas políticas sanitarias. Nada de eso ha ocurrido. La desfachatez es de tal grado, que incluso en medio de la pandemia han emitido declaraciones sobre Venezuela.

 

El Consejo de Salud Suramericano

 

El tema de la salud fue una preocupación de Unasur desde sus primeras reuniones, en 2008. Ya en la reunión constitutiva se incorporó la ida de un Consejo de Salud Suramericano y un Instituto Suramericano de Gobierno en Salud.

 

Estas instancias se aprobaron formalmente en 2010. La idea era “construir un espacio de integración en materia de salud, incorporando los esfuerzos y logros de otros mecanismos de integración regional, promoviendo políticas comunes y actividades coordinadas entre los países de la Unasur”.

 

“Asimismo, se aprobó un Plan de Trabajo para la agenda suramericana de salud que contemplaba, entre otras materias, un escudo epidemiológico, el desarrollo de sistemas universales que garanticen el derecho a la salud, el acceso a medicamentos y el desarrollo de recursos humanos en este ámbito”, reseña el Manual de Nuevos desarrollos en Derecho Internacional, dirigido y compilado por Norberto Consani.

 

La Unasur pudo avanzar apenas en proyectos como este, en especial luego de que se produjera el retorno de la derecha dura a los gobiernos, ya sea por elecciones  (como en Argentina y Chile) o mediante maniobras legales y traiciones (como en Paraguay, Brasil y Ecuador).

 

¿Qué efectividad pudieron haber tenido estructuras como el Consejo de Salud Suramericano y la idea del “escudo epidemiológico”, si la Unasur no hubiese sido boicoteada y, en la práctica, anulada por la oleada neoliberal? Siempre quedará en el aire la pregunta.

 

Por cierto, la sede del referido Consejo se estableció en Lima, Perú, uno de los países más afectados por la pandemia.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

 

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