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En las elecciones del domingo no ganarán las maquinarias, no ganará el recurso de la política, no ganará el ingenio; el domingo 15 nadie saldrá a proclamar «ganó Venezuela» o «ganó la democracia», que son los gritos borrachos que hemos escuchado durante más de medio siglo de escaramuzas electorales. El domingo ganarán los factores regionales que logren movilizar de manera consciente y con actitud militante a más personas, primero hacia los centros de votación y después hacia el objetivo establecido por cada uno: la celebración y el sabotaje. ¿Perogrullada? ¿Obviedad? Seguramente parezca eso. Hasta que nos dejamos de vaivenes retóricos y admitimos que, en todas las elecciones celebradas hasta la fecha, los triunfos han sido a billetazos, a talento para el proselitismo y la propaganda. En un tiempo en que el entusiasmo y el factor emocional no está inclinado de un bando ni del otro, ¿cuáles son las armas melladas que se deben usar? ¿Cuál es esa espada secreta que sustituirá a las feromonas que estallaban nomás aparecían la imagen y el verbo de Hugo Chávez?

 

No ganarán las maquinarias: ni el partido más grande de Venezuela ni la facción financiada por Estados Unidos han realizado ningún despliegue que indique una gran inversión. Estas son las elecciones del tiempo de la austeridad y eso, en cierta forma, se agradece. ¿Significa esto que ha dejado de moverse la danza de los millones? No: significa que probablemente alguien está pensando en términos de «Dancemos en privado» y en términos de «No a la ostentación». Como las aguas subterráneas, los ríos de dólares no se desparraman pero fluyen.

 

No ganará el recurso de la política: en Venezuela la noción de «política» ha caído en un pozo de dimensiones abismales desde el momento en que un bando decidió probar a derrocar al otro por medio del terror, la amenaza y la agresión directa. Siempre nos tratamos feo los chavistas y antichavistas; siempre nos insultaron y los insultamos, siempre supimos cuáles eran sus territorios y los nuestros, pero nunca se había deteriorado a tales niveles la posibilidad de salir a captar gente con argumentos de construcción de país y de necesaria reconfiguración de su estructura social y productiva. Como pueblo andamos haciendo política cotidiana y localmente, incluso sin saber que la estamos haciendo, y eso no tiene que ser malo necesariamente, pero lo que estamos entendiendo por «alta política» es una cosa infame e indigna perpetrada por gente muy lejana a la que le creo si me trae comida o me promete que me va a complacer en vengarme de aquel funcionario que me cae tan mal y que tiene tan mala reputación. Hoy la calle difícilmente puede ser el escenario de una agradable y fresca campaña puerta a puerta y cara a cara, porque el discurso del linchamiento y la destrucción de la imagen del otro hace inviable cualquier encuentro cercano del candidato con la multitud. Pareciera que el domingo poca gente va a votar por unos candidatos sino en contra de otros: ellos invitan a castigarnos y nosotros a castigarlos a ellos.

 

No ganará el ingenio: la inversión en imagen, en despliegue de ingenio o de simpatía se ha reducido a su mínima expresión. Están ocurriendo pequeñas o grandes monstruosidades, como por ejemplo la activación de un Carlos Andrés González, candidato del fascismo a la gobernación de Trujillo. El equipo de este aspirante a gobernador bombardea varias horas del día a los trujillanos con parlantes, cornetas y megáfonos que vomitan a todo volumen un jingle conocido: «Ese hombre sí camina / va de frente y da la cara: / ¡CARLOS ANDRÉS!». En la misma grabación, repetitiva e inacabable, después de la canción se oye un poco de cháchara de un locutor que remata con un lema, también conocido por la gente de cierta edad: «Esto no lo aguanta nadie». Un muchacho de 18 años no está en la obligación de saber qué son o qué fueron esas piezas electoreras; tal vez sí son unos genios los diseñadores de la campaña y están en realidad jugando con la desmemoria o el desconocimiento.

 

Ganarán entonces, de nuestra parte, la acción militante, el músculo físico, el fervor y el compromiso; y del lado de ellos, la rabia y el deseo de venganza matizado con despecho. Como en este momento de la Revolución y de la conspiración reaccionaria ya nadie va a ser convencido de nada sustancial, pero sí de un acto tan concreto y factual como ese de «levántate de ahí y vente a votar», hay que ir ensayando las formas de derrotar a la apatía, al desencanto y sobre todo a la terrible dolencia llamada pérdida del norte (o del sur): hay chavistas que parecen no recordar o no comprender que la tarea fundamental de este momento y de todo momento es no cederles ni un milímetro de territorio a los nazis. Así que esta es la hora del militante y no del emocionado circunstancial que se dirige a la victoria sólo porque la celebración va a ser bien chévere.

 

Me ha dado por recordar un pasaje de alguna crónica brillante sobre fútbol. Habla ese libro de un juego practicado por los aztecas, un antecedente del balompié moderno, que se jugaba con una pelota de cuero. Al parecer hay indicios de que en ciertos torneos se realizaba un juego crucial y uno de los dos bandos era sacrificado al final del juego. El cronista dice que se ignora si el equipo que era pasado a cuchillo en terrible ceremonial era el ganador o el perdedor.

 

No sabemos qué ocurrirá en Venezuela si el chavismo gana de manera aplastante las elecciones regionales de este domingo. Hay algunas señales que nos quieren enviar de por allá arribota. Lo cual nos galvaniza más en la idea: es el tiempo del chavista militante. El que comprende de qué proceso venimos y qué historia es la que estamos defendiendo. Estas elecciones tenemos que ganarlas por paliza. Como sea.

 

(José Roberto Duque/Misión Verdad)

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