Entre 1918 y 1919, la humanidad se enfrentó a la pandemia más mortífiera que había conocido: la gripe española, una influenza que se extendió por todo el orbe. Tres oleadas que duraron unos pocos meses, segaron la vida de al menos 50 millones de personas, más de las que murieron durante la Primera Guerra Mundial.

 

Estimaciones menos conservadoras indican que unas 100 millones de personas –muchas de ellas jóvenes y adultos sanos– perdieron la vida a causa del virus. Una mortandad de proporciones épicas, si se considera que en el mundo habitaba la cuarta parte de seres humanos que hoy en día. 

 

Refieren las fuentes de la época que los primeros signos de alarma se reportaron en Estados Unidos, en donde se produjeron brotes de gripe simultáneos en varios estados entre enero y marzo de 1918. Sin embargo, la mayoría de los expertos coincide en que el primer brote se produjo en el Campamento Funston y de allí, a consecuencia del conflicto bélico que se libraba en los cinco continentes, se esparció rápidamente, siendo Estados Unidos uno de los países más afectados. 

 

El virus de la influenza, del tipo que causó la gripe española, fue aislado por primera vez en 1933, lo que significa que los expertos no contaban con suficiente información acerca de su comportamiento. No obstante, algo pareció estar claro desde el inicio: el agente parecía propagarse por medio las secreciones nasales y orales, por lo que los tapabocas, extremar el higiene y las medidas de cuarentena parecían ser los únicos mecanismos disponibles para minimizar los contagios. 

 

Pareciera que hablamos de la Covid-19. Pero no. Hablamos de la gripe española, pandemia ocurrida hace poco más de un siglo y a pesar de los innegables avances en la ciencia y la medicina, las medidas recomendadas entonces y ahora son las mismas: confinamiento de grupos humanos, uso de tapabocas y el lavado frecuente de manos. 

 

Sin embargo, los confinamientos, voluntarios o impuestos, no suelen ser píldoras fáciles de tragar ni para los gobiernos ni para los ciudadanos, que creyendo que “lo peor ya pasó”, se ven tentados a relajar las medidas, lo que puede traer consigo consecuencias trágicas. 

 

Pasó antes en Pennsylvania y hoy puede pasar en muchos lugares como Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia o España, que ya discuten el fin de las cuarentenas y la incorporación masiva de grandes grupos humanos a la vida cotidiana, pese a que la Organización Mundial de la Salud ha advertido que lo peor de la pandemia de coronavirus no ha pasado. 

 

Corría 1918 y la ciudad de Filadelfia decidió adelantar el fin de la cuarentena dos semanas, luego de que se produjera una manifestación en contra de las medidas de confinamiento doméstico decretadas por las autoridades, lo que a la postre sería un grave error que comprometería la salud de miles y le costaría la vida a unas 4.500 personas. 

 

Producto de aquella decisión, aproximadamente 20.000 almas circularon sin restricciones por las calles de la ciudad durante los últimos días de septiembre y de acuerdo con las fuentes históricas, al cabo de 72 horas ya no quedaba una sola cama libre en los 31 hospitales de Filadelfia. 

 

Algo similar vemos hoy en el propio Estados Unidos, que negado a aprender de sus errores, los repite. 

 

El pasado viernes 17 de abril, autoridades de la ciudad de Jacksonville levantaron la prohibición de circulación, asentamiento y uso en las playas de la localidad. Al poco rato, miles de ciudadanos abarrotaban los espacios, sin portar tapabocas y sin guardar la mínima distancia social. Inevitablemente, el resultado de esta acción se traducirá en tragedia. 

 

Por su parte, el mandatario estadounidense, Donald Trump, aseguró que desea abrir el país el venidero 1 de mayo, aunque finalmente dejó la decisión en manos de los gobernadores y oras autoridades locales, lo que es indicio de una irresponsabilidad sin precedentes y de la ausencia de políticas generales para hacer frente a los estragos de la Covid-19, que a la fecha suma en el país 840.340 afectados y 45.075 fallecidos, según cifras publicadas por la John Hopkins University. 

 

En esas circunstancias, en Estados Unidos, Alemania, Italia, España y en cualquier otro sitio donde levanten el confinamiento antes de que la pandemia esté controlada, acabará pasando lo mismo que en Pennsylvania un siglo atrás: colapso aún mayor de los sistemas sanitarios –lo que ya sucede en esos sitios, excepción hecha de Alemania– y decesos que podrían haberse evitado.

 

(LaIguana.TV)