Juanita Nittla, una enfermera de 42 años de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Royal Free de Londres (Reino Unido) y que trabaja para el Servicio Nacional de Salud británico desde hace 16, se enfrenta estas semanas a los momentos más duros de su carrera profesional con la lucha contra la pandemia de coronavirus, que afecta a 148 mil 377 personas en el país.

 

La situación que atraviesan los hospitales ingleses en esta crisis sanitaria ha obligado a los profesionales de la salud a tener que tomar la decisión de desconectar de los respiradores automáticos a algunos pacientes debido a la gran congestión de las unidades y a que no cuentan con aparatos suficientes para todos los enfermos.

 

Esta medida se toma por los equipos médicos tras una meticulosa valoración en la que se tienen en cuenta variables como la edad del enfermo, sus condiciones médicas anteriores y la posibilidad de recuperación.

«Desconectar los respiradores es parte de mi trabajo», explica Nittla a BBC. «Es algo muy traumático y doloroso a nivel emocional. A veces siento que soy en cierta forma responsable de la muerte de esa persona», asegura la jefa de enfermeras del centro hospitalario.

 

Uno de los momentos más complicados

 

La sanitaria ha narrado para este medio una de las situaciones más crueles que ha vivido como enfermera, cuando tuvo que poner fin al tratamiento de una enferma de Covid-19, una enfermera de 50 años de un centro de salud, en la segunda semana de abril.

 

Nittla se puso en contacto con la hija de la mujer para hablar sobre el proceso que iban a seguir. «Le garanticé que su madre no estaba sufriendo y que parecía estar tranquila. También le pregunté sobre sus últimos deseos y las necesidades religiosas de esta», narra.

 

Esta paciente se encontraba rodeada de otros enfermos, ya que las camas están unas junto a otras en la UCI. «Estaba en un compartimiento con ocho camas», explica, así que cerró las cortinas y apagó las alarmas. Sus compañeras «dejaron de hablar. La dignidad y la calma de nuestros pacientes es nuestra prioridad», dice Nittla.

 

Entonces, la enfermera llamó a la hija de la mujer por teléfono para que pudiera despedirse de su madre. «Para mí, fue solo una llamada, pero para la familia fue algo muy importante. Querían hacer una videollamada, pero por desgracia no se permiten móviles dentro de la UCI», asegura.

 

Respetando las peticiones de la familia de la paciente, la enfermera reprodujo música desde un ordenador y desconectó el ventilador. «Me senté a su lado en la cama dándole la mano hasta que murió», cuenta.

 

La enferma falleció cinco minutos después de apagar el respirador. «Vi las luces parpadeantes en el monitor y el ritmo del corazón alcanzar el cero; apareció la línea plana en la pantalla», describe Nittla. Después, desconectó las vías que suministraban los medicamentos de sedación.

 

La enfermera tuvo que comunicarle a la hija de la fallecida que su madre ya había partido, pues esta continuaba hablándole y rezando a través del teléfono.

 

Su labor con los pacientes no termina tras su muerte, y Nittla «con la ayuda de un colega, la limpié en la cama, la envolví en una mortaja blanca y la deposité dentro de una bolsa de cadáveres. Puse la señal de la cruz en su frente antes de cerrar la bolsa», explica.

 

«Es triste ver a alguien morir solo»

 

Antes de la llegada del coronavirus, los familiares tenían que hablar cara a cara con el equipo médico para tomar la decisión de continuar o detener el tratamiento de un enfermo, y a los más cercanos se les permitía acceder a la UCI para que se despidieran de sus seres queridos.

 

Sin embargo, es una práctica que en la mayoría de países del mundo ya no está permitida debido al alto riesgo de transmisión de la Covid-19, por lo que muchos pacientes mueren solos. «Es triste ver a alguien morir solo», dice Nittla, que ha presenciado a enfermos luchando por su vida antes de morir, lo que es «muy difícil de presenciar».

 

El elevado número de enfermos en la UCI ha hecho que el hospital tenga que ampliar las camas de la unidad de 34 a 60, encontrándose todas ocupadas actualmente.

 

Nittla explica que la Unidad de Cuidados Intensivos cuenta con 175 enfermeros, y que normalmente «mantenemos un ratio de un enfermero por paciente”, pero ahora hay uno para cada tres, y «si la situación empeora, tendremos un enfermero para cada seis pacientes».

 

Además, la enfermera ha tenido que ver como profesionales de su equipo se han contagiado, sufriendo los síntomas de la enfermedad y teniendo que permanecer en aislamiento. «Antes de que empiece el turno, nos agarramos de las manos y nos decimos ‘ponte a salvo’. Nos vigilamos los unos a los otros y nos aseguramos de que cada uno usa guantes, máscaras y el equipo de protección de forma adecuada», cuenta Nittla.

 

A pesar de la escasez de respiradores, bombas de infusión, tanques de oxígeno y medicamentos, en su hospital tienen suficiente material de protección para todos los sanitarios.

 

El panorama «es desalentador»

 

Por otro lado, lamenta que el panorama en la UCI «es desalentador», ya que se registra una muerte por día, lo que se sitúa por encima de la media que había antes de la llegada de la pandemia. Sin embargo, como enfermera jefa, no puede mostrar sus miedos: «Tengo pesadillas. Me cuesta dormir. Me preocupa contagiarme, lo hablamos entre colegas y todos estamos asustados», confiesa.

 

La enfermera estuvo varios meses sin trabajar tras contraer tuberculosis, lo que ha hecho que su capacidad pulmonar esté debilitada. «Muchas personas me dicen que no debería estar trabajando, pero esto es una pandemia y es mi trabajo. Cuando termino el turno pienso en los pacientes que han muerto, pero trato de desconectar cuando salgo del hospital», zanja la mujer. 

 

(20Minutos)

Juanita Nittla, jefa de enfermeras de la UCI del Hospital Universitario Royal Free de Londres.