Estás en la unidad de terapia intensiva de un hospital, tienes solo un respirador mecánico disponible y dos pacientes con COVID-19 que se lo necesitan por igual. He aquí la peor pesadilla de un médico venezolano que ejerce su profesión en España.

 

«Lo peor que he vivido de todo esto es haber tenido que decidir a qué paciente le toca un ventilador mecánico o no, qué paciente se salva o no, cosa que no me había pasado jamás en la vida», dice Ítalo Pisani, especialista en anestesia y dolor crónico en un hospital de Cataluña (noreste de España).

 

Pisani agrega que «esa situación ha sido muy dura para mí, para mis colegas, es algo que nos ha provocado incluso pesadillas, remordimientos… este señor se hubiese salvado quizá si hubiésemos hecho más esfuerzos…»

 

Es egresado de la Universidad Central de Venezuela como internista y con especialidad en anestesiología cursada en el hospital Pérez Carreño de Caracas, cumple 11 años de ejercicio en España.

 

En su trayectoria ha tenido que tomar decisiones de reanimación particular muchas veces, pero lo generado por el COVID-19 es muy distinto.

 

«Tener que elegir entre un paciente que está vivo o que está, de alguna manera, fallándole sus pulmones, que está agonizando y decidir porque tiene problemas cardiovasculares o es mayor de 70 años y con patologías previas, apelar al punto estadístico de China, Italia y España, es muy duro», repite.

 

Latinoamericanos al frente

 

Pisani coordina la unidad de dolor del Hospital Comarcal del Alt Penedès, a 50 minutos de Barcelona.

 

Fue a raíz del colapso de todas las salas de terapia intensiva de Cataluña que se instaló una en ese centro.

 

«Al inicio de esto se nos planteó si podíamos abrir una terapia intensiva o semicrítica en el hospital, y fíjate la terapia se abrió, se abrió con puros latinoamericanos, un argentino, un colombiano, mi persona y el jefe de servicio, entre los cuatro en conjunto con otra gente [también] internistas», explica.

 

Con los recursos de que disponían y la adaptación de equipos lograron habilitar el área semicrítica, porque era imposible remitir a los pacientes con COVID-19 a otro hospital de la región.

 

Expuestos

 

En este hospital los equipos de protección individual pueden usarse exclusivamente para intubar a los pacientes.

 

Pisani explica que es poco factible que mientras una persona se está ahogando el médico alcance a colocarse toda la vestimenta protectora a tiempo para asistirla.

 

«Yo lo he usado en uno que otro momento, usualmente no da tiempo porque son pacientes que están ahogados y no es posible, es todo un proceso de vestimenta, eso no es ponerse una batica y ya, es verificar que todo quede bien, ponerte el hermético, ponerte las dos máscaras, dos capas, dos guantes, y hay ocasiones en las que si lo haces el paciente no se salva», dice.

 

Claro que es un riesgo, y no solo por él, sino para su familia, sus dos bebés, su esposa, sus padres.

 

«Definitivamente sí me puedo infectar, tengo 43 años, y sin bien no soy del grupo etario de mayor riesgo, aquí he visto morir gente de treinta y pico y eso es muy duro, son gente a la que no tenía por qué pasarle», se lamenta.

 

Rechazo del propio organismo

 

Pisani y sus colegas descubrieron tratando a los pacientes que el comportamiento del virus SARS-CoV-2, causante del COVID-19, en muchas ocasiones difiere de lo reportado desde China.

 

«Vimos que la cosa era algo diferente, no solo era un problema respiratorio sino también un problema inmunológico y además también embolismo pulmonar, trombosis…», describe.

 

Entonces «se comenzó a tratar con fármacos que iban dirigidos a este tema, porque pareciera que tu propio cuerpo te rechaza a ti mismo, y ese rechazo hace que se produzca un montón de inflamación, un montón de problemas internos que hacen que colapse tu cuerpo», afirma.

 

Marzo fue para Pisani el mes más difícil, porque no se había podido practicar el test de COVID-19.

 

Una vez que se lo hizo se siente un poco más tranquilo, pero sabe que sigue expuesto.

 

«Cuando me dieron los resultados negativos, mi mamá lloró, bueno, todos lloramos; yo temía ser asintomático, una fuente de transmisión», cuenta

 

Cada día, pese a bañarse en el hospital, Pisani se quita la ropa en la puerta de su casa, la mete en una caja y se vuelve a duchar; se mantiene lejos de sus hijos y de su esposa.

 

Pero lo más duro, confiesa, ha sido estar lejos de su padre, que padece demencia vascular y a quien la visita de su hijo y sus nietos le haría mucho bien.

 

«Mi papá llegó a creer que estaba enfadado con él», cuenta, tras explicar que hace pocos días fue hospitalizado por un ictus.

 

«La situación que estoy viviendo ahora es más complicada, a él no lo puede visitar nadie», dice el médico con la voz quebrada, pues sabe que para mitigar la dolencia de su padre es vital la cercanía de las personas que lo aman. Esa cercanía que el coronavirus nos ha vedado.

 

(Sputnik)