Todos los miércoles santos los devotos caraqueños salen de procesión por las calles de la ciudad a rendir devoción a la imagen del Nazareno de San Pablo, la estatua que es una talla de madera de pino y fue traída de España en el siglo XVII.

 

Sin embargo, muchos de los cristianos que realizan la procesión en la Semana Mayor desconocen las particulares y conmovedoras historias de fe que envuelve a la imagen. Cuenta la historia que el escultor una vez terminada su obra, se le presentó el mismísimo Nazareno y le dijo: «Donde me has visto que tan perfecto me has hecho».

 

Cuando el Nazareno fue llevado a Caracas lo recibieron con gran veneración y lo llevaron a la Capilla de San Pablo en 1674, precisamente de ahí deviene el nombre de Nazareno de San Pablo. Otra de las leyendas que envuelven a la imágen es la que cuenta sobre una terrible epidemia que azotó a Caracas en 1597, durante la peregrinación la corona de espina del Nazareno se quedó enredada y cayó en un racimo de limones de unos de los huertos por donde pasó la imagen, los devotos recogieron los limones y se los dieron a los enfermos quienes sanaron luego de tomar el fruto que tocó la estatua.

 

En 1880 el entonces presidente, Guzmán Blanco, ordenó la destrucción de la Capilla de San Pablo, para dar paso al teatro municipal, trasladando la imagen a la Basílica de Santa Teresa donde desde entonces es adorada por miles de feligreses.

 

Para rendirle tributo, el famoso poeta venezolano Andrés Eloy Blanco dedicó un hermoso poema que relata no solo la religiosidad hacia el Nazareno, sino la profunda tradición que representa la peregrinación para el caraqueño que año tras año con fervorosa fe recorre las calles de la ciudad tras la imagen.

 

A continuación el poema completo, escrito por Andrés Eloy Blanco:

 

El limonero del Señor

 

En la esquina de Miracielos
agoniza la tradición.
¿Qué mano avara cortaría
el limonero del Señor…?
Miracielos; casuchas nuevas,
con descrédito del color;
antaño hubiera allí una tapia
Y una arboleda y un portón.

 

Calle de piedra; el reflejo
encalambrado de un farol;
hacia la sombra, el aguafuerte
abocetada de un balcón,
a cuya vera se bajara,
para hacer guiños al amor,
el embozo de Guzmán Blanco
En algún lance de ocasión.

 

En el corral está sembrado,
junto al muro, junto al portón,
y por encima de la tapia
hacia la calle descolgó
un gajo verde y amarillo
el limonero del Señor.
Cuentan que en pascua lo sembrara,
el año quince, un español,
y cada dueño de la siembra
de sus racimos exprimió
la limonada con azúcar
Para el día de San Simón.

 

Por la esquina de Miracielos,
en sus Miércoles de dolor,
el Nazareno de San Pablo
Pasaba siempre en procesión.

 

Y llegó el año de la peste;
moría el pueblo bajo el sol;
con su cortejo de enlutados
pasaba al trote algún doctor
y en un hartazgo dilataba
su puerta «Los Hijos de Dios».

 

La Terapéutica era inútil;
andaba el Viático al vapor
Y por exceso de trabajo
se abreviaba la absolución.

 

Y pasó el Domingo de Ramos
y fue el Miércoles del Dolor
cuando, apestada y sollozante,
la muchedumbre en oración,
desde el claustro de San Felipe
hasta San Pablo, se agolpó.

 

Un aguacero de plegarias
asordó la Puerta Mayor
y el Nazareno de San Pablo
salió otra vez en procesión.
En el azul del empedrado
regaba flores el fervor;
banderolas en las paredes,
candilejas en el balcón,
el canelón y el miriñaque
el garrasí y el quitasol;
un predominio de morado
de incienso y de genuflexión.

 

—¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.
La peste aléjanos, Señor…!

 

En la esquina de Miracielos
hubo una breve oscilación;
los portadores de las andas
se detuvieron; Monseñor
el Arzobispo, alzó los ojos
hacia la Cruz; la Cruz de Dios,
al pasar bajo el limonero,
entre sus gajos se enredó.
Sobre la frente del Mesías
hubo un rebote de verdor
y entre sus rizos tembló el oro
amarillo de la sazón.

 

De lo profundo del cortejo
partió la flecha de una voz:
—¡Milagro…! ¡Es bálsamo, cristianos,
el limonero del Señor…!

 

Y veinte manos arrancaban
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.
Y se curaron los pestosos
bebiendo el ácido licor
con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.

 

Miracielos: casuchas nuevas;
la tapia desapareció.
¿Qué mano avara cortaría
el limonero del Señor…?
¿Golpe de sordo mercachifle
o competencia de Doctor
o despecho de boticario
u ornamento de la población…?

 

El Nazareno de San Pablo
tuvo una casa y la perdió
y tuvo un patio y una tapia
y un limonero y un portón.
¡Malhaya el golpe que cortara
el limonero del Señor…!

 

¡Mal haya el sino de esa mano
que desgajó la tradición…!
Quizá en su tumba un limonero
floreció un día de Pasión
y una nueva nevada de azahares
sobre la cruz desmigajó,
como lo hiciera aquella tarde
sobre la Cruz en procesión,
en la esquina de Miracielos,
¡el limonero del Señor…!

 

(LaIguana.TV)

 

 

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