Los grandes damnificados por el avance de la opción electoral son los integrantes de la camarilla que encabeza nominalmente Juan Guaidó y que lidera, en términos fácticos, Leopoldo López. 

Con este avance sustantivo en la ruta hacia una salida electoral, las corrientes de los líderes de Voluntad Popular y de las otras organizaciones extremistas, quedan más aisladas que nunca, sobre todo si a su evidente estancamiento como opción real de cambio se le suma el reciente fiasco de la invasión mercenaria y la crisis interna que padece su sostén principal, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. 

La situación que afrontan López y Guaidó (más el ala de Primero Justicia que lidera Julio Borges) podría considerarse todavía más precaria que la vivida por ellos luego del intento de golpe de Estado del 30 de abril de 2019 y de los sucesos de Macuto, del 3 de mayo de 2020.

La iniciativa la tiene Maduro

Entre los rasgos de la derrota destaca uno que tiene un alto peso en las circunstancias actuales: la elección del CNE, con participación de un sector opositor es una nueva evidencia de que quien tiene agarrado el mango del sartén es Maduro.

El sociólogo Javier Bierdeau lo expresó de esta manera: “Despierten, la iniciativa y la ventaja político-institucional en el orden político interno la tiene Maduro…”.

Esa realidad de Maduro como el que propone el juego, desarticulando al proyecto Guaidó, es algo que viene ocurriendo hace tiempo. En la mayor parte de los ítems de la agenda política de 2020, incluyendo el Covid-19, la camarilla opositora ha lucido a la defensiva o, como mucho, a la contraofensiva. El gobierno, ciertamente, ha tenido que responder a ataques, pero no los del dúo López-Guaidó, sino los ejecutados directamente por EEUU.

¿La Mesita? …no hay enemigo pequeño

Ya se ha dicho demasiadas veces que uno de los problemas de la dirigencia opositora es que subestima al gobierno. Pero desde mediados del año pasado también ha subestimado a los grupos internos que expresaban posturas disidentes.

De antología fue el desprecio del binomio López-Guaidó (en ese caso, con el respaldo casi pleno del G-4, integrado por Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular) respecto a los partidos y personalidades que, en el segundo semestre de 2019, decidieron sentarse a conversar con representantes del gobierno. El desdén se apreció incluso en el remoquete que le pusieron: los llamaron “la Mesita” y los tildaron de minoría, además de otros epítetos como traidores, colaboracionistas y enchufados.

Pero los integrantes de ese segmento opositor no se dejaron influir por las descalificaciones. Siguieron trabajando con el foco puesto en la salida electoral. A este sector corresponde, en buena medida, el éxito de la declaratoria de omisión legislativa que disparó la designación de los rectores del CNE renovado.

A finales de 2019, en el seno de la Asamblea Nacional afloraron las rebeldías que venían sacudiendo el piso de la oposición sottovoce. Conocedores de la realidad interna del antichavismo aseguraron que, una vez más, el clan dominante subestimó a los rivales y sobrestimó su propio liderazgo. Ello causó que el 5 de enero de 2020, día de la renovación de la directiva de la AN, Guaidó no pudiera concretar su propósito de ser ratificado por amplia mayoría. En lugar de eso, surgió una nueva directiva que obligó entonces a una nueva autoproclamación y generó la existencia de dos presidencias para el mismo cuerpo legislativo.

Esa condición bicéfala es una de las causas de la omisión legislativa, aunque en cierto momento, los dos bandos opositores se habían avenido a un entendimiento. Esto, por cierto, ocurrió apenas en febrero, pero a estas alturas, dada la gran cantidad de acontecimientos que ha vivido el país y el mundo, luce como un hecho remoto.

Tanto los dirigentes de la apodada “Mesita” como el bando disidente de la AN le dieron lecciones a las arrogantes “mayorías” internas de la oposición: no hay enemigo pequeño.

Se ensanchan fisuras del G-4

El G-4, como estructura sobreviviente del naufragio de la Mesa de la Unidad Democrática, no ha sido nunca una alianza más allá de las bancadas parlamentarias y de algunos de los repartos de botín que se han realizado bajo la figura del interinato de Guaidó, como por ejemplo, el descuartizamiento de Monómeros, la filial colombiana de Petróleos de Venezuela.

Así ha mantenido una apariencia de unidad que sufrió daños serios con las disidencias de enero, pues los parlamentarios que rompieron con el plan Guaidó pertenecían al bloque de partidos.

Otro aviso de que la coalición estaba fracturándose llegó justamente con el reinicio de las negociaciones para designar el CNE, en las que tuvo un rol protagónico el diputado Stalin González de Un Nuevo Tiempo.

Ahora, con la designación del nuevo CNE y el disparo de largada para las elecciones parlamentarias, es de esperar que cada uno de los partidos y, más concretamente, de los parlamentarios, asuma una posición sobre participar o no en unos comicios de los que depende su permanencia en la AN. No es descabellado pensar que muchos van a participar para defender su cuota de poder.

Argumentos a favor de participar no les van a faltar. El primero de ellos es la posibilidad muy cierta de que, en caso de no hacerlo, el chavismo retome la mayoría que tuvo luego de las elecciones de 2005, cuando la oposición declaró un boicot al proceso comicial. También dirán que si ellos, los de los partidos del G-4, no se postulan, lo harán los de la “Mesita” y pasarán a ser entonces la oposición institucionalizada del país.

En contra no habrá tantos argumentos, pero sí un poderoso garrote: Las amenazas de EEUU de tratarlos como ya se trata a los dirigentes del gobierno. La sanción anunciada por el “embajador designado” James Story contra el presidente de la AN, Luis Parra, cumple esta función de amedrentamiento a cualquiera que esté pensando en discrepar de la línea de cambio de régimen en la que las elecciones llamadas libres solo se realizarán después de una “limpieza” política a cargo de un gobierno de transición.

Habrá que ver cuántos sucumben a la presión y cuántos la soportan.

El problema específico de Guaidó

La veloz movida llevada a cabo por factores opositores y que recibió una respuesta relámpago del Tribunal Supremo de Justicia, pone a toda la camarilla en graves aprietos, pero especialmente al protagonista nominal, Juan Guaidó.

Si el nuevo CNE entra en funciones con la misma rapidez que ha caracterizado su elección y convoca al proceso legislativo, se ratifica la fecha de vencimiento que tiene la actual AN, según preceptos constitucionales: el 4 de enero de 2021. Al expirar su período, todos los parlamentarios electos en 2015 cesarán en sus funciones y serán sustituidos por quienes sean elegidos en las votaciones de este año. Entre esos diputados, obviamente, está Guaidó. Si no participa en las elecciones, para el 5 de enero de 2021, ya no será ni siquiera diputado, por lo que resultará todavía más cuesta arriba mantener la ficción de la presidencia encargada, que ya este año perdió fuerza por la bicefalia de la AN.

La periodista Maripili Hernández opinó en su cuenta Twitter que con las elecciones parlamentarias, se diluye por completo el interinato. Para la comunicadora, Guaidó no tiene otra opción que negar hasta el final la legitimidad de las elecciones porque aceptarlas lo obligaría a postularse y a hacer campaña como candidato a diputado, una degradación inadmisible, con el agravante de que existen grandes probabilidades de que, en tal caso, pierda la curul, pues el chavismo le opondría un excelente contrincante y su bien lubricada maquinaria, y muchos opositores no lo respaldarían porque ya están decepcionados de él, y lo estarían más si lo ven en esas lides.

Minada la credibilidad del opositor promedio

El escenario político en el que se produce la designación de las nuevas autoridades electorales es muy complejo para las fuerzas opositoras, a pesar del gran descontento con la situación general del país.

Aunque es importante el segmento opositor que espera por una salida electoral, la rabiosa e incesante campaña de descrédito que se ha hecho contra las rectoras salientes del CNE ha minado la credibilidad del opositor promedio en el voto, a un grado que en muchos casos es irreversible.

Los rostros nuevos en el Poder Electoral podrían no ser suficientes para que esas personas recuperen la confianza en el sufragio. El hecho de que la designación la haya tenido que hacer el TSJ (por la omisión de la AN) abona a las matrices adversas.

Intencionalmente o no, la sistemática demolición de la fe en el voto, perjudica a la oposición en un momento como el actual y podría ayudar al gobierno a recuperar, aunque sea parcialmente, el control del Poder Legislativo.

El politólogo Carlos Raúl Hernández, partidario ferviente de la salida electoral, lanzó la siguiente hipótesis: “1. Habrá elecciones y concurrirá parte de la oposición 2. El abstencionismo, igual que en 2018, hará esfuerzos para derrotar los ‘colaboradores’ y que gane el gobierno. 3. Pase lo que pase, esa será la AN  4. Los abstencionistas posiblemente desaparezcan de la escena política”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)