Una vacuna contra la poliomielitis que se generalizó en los años 50 gracias a pruebas realizadas por dos científicos soviéticos en sus hijos, vuelve a ser objeto de atención por parte de investigadores —incluidos los propios descendientes de la pareja, que ahora también son virólogos—, como un posible remedio contra el coronavirus, gracias a un efecto secundario.

La vacuna

La primera vacuna contra la poliomielitis fue desarrollada por el estadounidense Jonas Salk a partir de virus inactivados y se administraba a través de inyecciones, un obstáculo para las campañas de inmunización en los países más pobres. Cuando la vacuna se introdujo ampliamente en 1955, el virólogo Albert Sabin estaba probando una vacuna con poliovirus vivo pero atenuado, que podría administrarse por vía oral. Sin embargo, en EEUU, con la vacuna Salk ya en uso, las autoridades se mostraron reacias a asumir el posible riesgo de realizar pruebas con virus vivos.

Fue entonces cuando Sabin entregó sus tres cepas de virus atenuado a una pareja de virólogos casados de la Unión Soviética: Mijaíl Chumakov, fundador de un instituto de investigación de la poliomielitis que ahora lleva su nombre, y Marina Voroshílova.

«Alguien tiene que ser el primero»

Chumakov se vacunó a sí mismo, pero como era un medicamento destinado principalmente a niños, el científico y su esposa decidieron dar la vacuna —unas gotas añadidas a un terrón de azúcar— a sus tres hijos y varias sobrinas y sobrinos.

Piotr Chumakov, que tenía siete años en ese momento, relató en una entrevista a The New York Times que formó una especie de fila con sus hermanos y se comió el terrón, en el que su padre había introducido poliovirus debilitado, de las manos de su madre.

«Alguien tiene que ser el primero», indica Chumakov, que asegura que «nunca» estuvo enojado, y que cree que «fue muy bueno tener un padre así, que tiene la confianza suficiente de que lo que está haciendo es correcto y está seguro de que no dañará a sus hijos». Su madre —recuerda— estaba aún más entusiasmada con la idea y «absolutamente segura de que no había nada de lo que asustarse».

El experimento permitió a Chumakov persuadir a un alto funcionario soviético, Anastás Mikoyán, para que procediera a realizar ensayos más amplios, lo que finalmente condujo a la producción en masa de una vacuna oral contra la poliomielitis utilizada en todo el mundo. EEUU comenzó a usar las vacunas orales contra la polio en 1961, después de que se demostrara que era seguro en la URSS.

Efecto inesperado

Por otro lado, Voroshílova descubrió que la vacuna viva contra la poliomielitis tenía un beneficio inesperado que, según parece, podría ser relevante para combatir la pandemia actual: quienes recibieron la vacuna no contrajeron otras enfermedades virales durante aproximadamente un mes. De hecho, comenzó a suministrar a los niños la vacuna contra la polio cada otoño como protección contra la gripe. 

Un gran estudio en la Unión Soviética supervisado por la investigadora, que involucró a 320.000 personas entre 1968 y 1975, confirmó una reducción de la mortalidad por gripe en personas inmunizadas con otras vacunas, incluida la vacuna oral contra la poliomielitis.

De esta forma, Voroshílova ganó reconocimiento en la Unión Soviética por demostrar un vínculo entre las vacunas y una amplia protección contra las enfermedades virales.

Los hijos

El trabajo de la pareja influyó también en sus hijos, que no solo se convirtieron en virólogos, sino que también adoptaron como método las ‘autopruebas’.

Piotr Chumakov es actualmente el científico jefe del Instituto de Biología Molecular Engelhardt de la Academia de Ciencias de Rusia, además de cofundador de una compañía en Cleveland que trata el cáncer con virus. El investigador ha desarrollado cerca de 25 virus para su uso contra tumores que asegura haber probado en su propio organismo. Asimismo, está tomando la vacuna contra la poliomielitis, que cultiva en su propio laboratorio, como posible protección contra el coronavirus.

Su hermano, el biólogo molecular Iliá Chumakov, ayudó a secuenciar el genoma humano en Francia, mientras que Alexéi Chumakov, que aún no había nacido cuando sus padres experimentaron con sus hermanos, trabajó como investigador de cáncer en el centro médico Cedars-Sinai de Los Ángeles durante gran parte de su carrera. Además, mientras trabajaba en Moscú, desarrolló una vacuna contra la hepatitis E que probó primero en sí mismo.

«Es una vieja tradición», explica el científico. Y añade: «El ingeniero debe pararse debajo del puente cuando pasa la primera carga pesada».

Entretanto, Konstantín Chumakov es director asociado de la Oficina de Investigación y Revisión de Vacunas de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU., que estaría involucrada en la aprobación de cualquier vacuna de coronavirus para su uso en estadounidenses. También es coautor de un artículo reciente en la revista Science que promueve la investigación para reutilizar las vacunas existentes.

Konstantín no recuerda haber comido el terrón de azúcar en 1959, cuando solo tenía cinco años, pero también aprueba el experimento de sus padres como un paso necesario para salvar a un número incalculable de niños de la parálisis.   

¿Salvaría muchas vidas?

En actualidad, científicos de varios países estudian la idea de reutilizar las vacunas existentes, como la que contiene poliovirus vivo y otra contra la tuberculosis, para ver si pueden proporcionar al menos una resistencia temporal al coronavirus. 

A diferencia de una vacuna específica para el coronavirus —que entrenaría al sistema inmunitario a atacar ese virus en concreto—las vacunas reutilizadas usan virus o bacterias vivas pero debilitadas para estimular el sistema inmune innato de una forma más amplia a la hora de combatir los patógenos, al menos temporalmente.

Robert Gallo, otro autor del estudio publicado en Science y uno de los principales defensores de la prueba de la vacuna contra la polio contra el coronavirus, sostiene que la reutilización de las vacunas es «una de las áreas más calientes de la inmunología». En calidad de director del Instituto de Virología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, Gallo explica que, incluso si esta vacuna confiere inmunidad solo durante un mes, ello ayudaría a superar los picos de casos y «salvaría muchas vidas».

Con todo, algunos expertos instan a abordar la idea con precaución. Así, Paul A. Offit, coinventor de una vacuna contra el rotavirus y profesor de la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania, señala que estaríamos «mucho mejor» con una vacuna que indujera «inmunidad específica», ya que los beneficios de una vacuna reutilizada son «de vida mucho más corta e incompleta».

Además, aunque miles de millones de personas han tomado la vacuna viva contra el poliovirus, erradicando prácticamente la enfermedad, en casos extremadamente raros el virus debilitado utilizado en la vacuna puede mutar a una forma más peligrosa, causar polio e infectar a otras personas. El riesgo de parálisis se estima en una de cada 2,7 millones de vacunaciones.

(RT)