Bajo la premisa de que en todo pensamiento y en toda filosofía pueden haber –y efectivamente hay– contradicciones, y que es necesario plantearlas y debatirlas para dilucidar decursos que permitan la transformación de la realidad, Miguel Ángel Pérez Pirela tuvo como invitado en Desde Donde Sea, al filósofo portorriqueño Ramón Grosfoguel, profesor de la Universidad de Berkley y «militante del pensamiento decolonial». 
 
Pérez Pirela precisó que si bien la trayectoria seguida hasta ahora en los viernes filosóficos apuntaba hacia la comprensión del contractualismo, de la mano de autores como Maquiavelo, Tocqueville, Hobbes, Rousseau o Rawls, en tanto este pensamiento ha determinado la forma de que adoptan nuestras instituciones y la manera como concebimos el contrato social, lo hace desde los modos en que Filosofía Política europea los concibió, que justamente representan el foco de la crítica sobre la cual se asienta el pensamiento decolonial. 
 
Para iniciar la conversación, el también director de La Iguana.TV, aludió a la crítica decolonial que sobre «cogito ergo sum» hace el filósofo Enrique Dussel, según la cual la la guerra de conquista es el motor central de la Modernidad y el Imperialismo, y le solicitó a Grosfoguel que explicara en qué consiste esa crítica y cómo esa dinámica de la guerra constituye un aspecto de ineludible relevancia en el tiempo actual. 
 
A este respecto, el catedrático explicó que en el planteamiento de Dussel, el lema «yo pienso, luego existo» que caracteriza la filosofía cartesiana, está precedido por 150 años de otro: «yo conquisto, luego existo». Para Decartes, puntualizó, el «yo» piensa desde una universalidad que trasciende toda particularidad, omitiendo tiempo y espacio; se apropia de los atributos del Dios cristiano y se erige como «el ojo de Dios», de modo tal que el conocimiento que produce, precisamente por pensar en términos universales, es el ojo de Dios. 
 
Para Grosfoguel, la resulta de eso no es solamente una «filosofía arrogante, sino en muchos sentidos fetichista, idolátrica», en la que se rinde tributo a un modo particular de concebir el mundo que es presentado, a su vez, como superior y válido en todo tiempo y lugar. 
 
Por ello, ante la pregunta acerca de quién es ese «yo» que describe el decartesianismo, Dussel responda argumentando desde la necesidad de situarlo en el marco de una geopolítica del conocimiento, es decir, desde dónde aparece ese «yo» devenido en ojo-de-Dios, en tanto no es posible desligar la pretensión idólatra de ese «pienso, luego existo», de la expansión colonial europea, que inicia con la conquista de Al-Ándalus, territorio al sur de la península ibérica en el que floreció la civilización musulmana, en tanto los métodos que allí se implementaron para hacerse del control del territorio y la población, luego se expandieron al resto del mundo, incluidos los territorios del continente americano. 
 
Siguiendo este hilo, el profesor sostiene que de lo anterior se deduce que la filosofía cartesiana es el fundamento de la filosofía colonial capitalista. El capitalismo, aunque se presenta como ateo y sin ningún tipo de cosmovisión tras sí, de hecho sí la tiene: es la que se deriva de la filosofía de René Decartes, que para sostener la idea del «yo pienso, luego existo» en tanto ojo-de-Dios, requiere de dos argumentos: 1) el dualismo ontológico y 2) el solipsismo –doctrina según la cual el sujeto solamente puede afirmar la existencia de sí mismo– metodológico.
 
Respecto del primer argumento, el pensador decolonial explicó que éste supone la separación de la mente y el cuerpo, lo que trae como consecuencia que ésta es capaz de operar independientemente de su cuerpo y separada de la realidad histórico-social. Por tal razón, dentro de la doctrina cartesiana, que propugna un «yo» como émulo del ojo-de-Dios, no se pueden pensar realidades más allá de tiempos y espacio, imposibilitando así que se piense en un yo que está en un cuerpo durante un momento particular de la historia y frente a esto, las tesis decoloniales insisten en rescatar la idea de que los seres humanos producimos conocimiento situado, pues siempre pensamos en un contexto geopolítico
 
En relación con el solipsismo metodológico, según el cual se produce un monólogo interno del sujeto consigo mismo hasta llegar a la certeza del conocimiento, la idea del «yo» cartesiano lo requiere para cimentar la noción de ojo-de-Dios, puesto que si producimos nuestro saber en diálogo con otros, en relaciones sociales con otros seres humanos, el conocimiento resultante es histórico y no absoluto; una verdad relativa mediada por la historia.
 
Desde el decolonialismo se critica la la pretensión del solipsismo metodológico, pues ello es lo que le permite a Descartes decir que ese «yo» produce un conocimiento verdadero, más allá de cualquier particularidad. 
 
En este punto, Miguel Ángel Pérez Pirela intervino para acotar que por un lado está la pretensión de producir un «pensamiento descarnado, desprovisto de tiempo y espacio» y por otro, la de implantar una suerte un solipsismo metodológico. Así, se preguntó si ello no era indicio de lo que el filósofo francés Jean-Paul Sartre denominaba «mala fe», pues quienes nos proponen ese pensamiento desde el Norte, lo hacen desde sus propios referentes, en desmedro de los saberes locales-nacionales del Sur.
 
Para responder a esta idea, Ramón Grosfoguel estimó apropiado distinguir entre René Descartes como personaje histórico y el cartesianismo, su doctrina filosófica, pues no es posible conocer lo que pensaba cuando elaboró su propuesta, en tanto en ese tiempo, en Europa había una lucha contra las instituciones de la cristiandad –en tanto ideología, de teología de dominación– por parte de la ya emergente burguesía comercial. 
 
Luego, Pérez Pirela comentó que las nociones derivadas de la teología medieval, refieren a un Dios es infalible, uno, bello, verdadero y bueno, que son justamente los atributos con los que se vende el capitalismo, algo que para Grosfoguel está relacionado con el hecho de que «la Modernidad es la secularización de la narrativa de la cristiandad, pues el ‘yo’ de Descartes tiene la pretensión de ser Dios en la Tierra».
 
A su parecer, esto forma parte de la lucha en el interior de Europa entre la burguesía comercial naciente, que necesita tener ciencia y saber para poder desarrollarse, en tanto proyecto imperialista, y las instituciones de la cristiandad, que ponían obstáculos al conocimiento científico –que se concebía bajo una forma particular amparada en dualismos y donde todo aquello que se opusiera a lo establecido era rápidamente demonizado–.
 
Fue entonces cuando la filosofía cartesiana secularizó esta división dualista, que ya no solo separaba el alma del cuerpo, sino a los seres humanos de la naturaleza, consolidándose lo que dentro del pensamiento decolonial se ha denominado la cosmovisión del «yo-imperial», cuya condición de posibilidad es que le antecedieron «150 años de expansión colonial y dominación imperial por parte de Europa» en otros territorios extendidos cada vez más en el orbe. 
 
De ahí que, desde su punto de vista no es adecuado leer a Decartes bajo sus propias categorías, sino seguir el modo que proponen Dussel y el pensamiento decolonial: situarlo a través del los conceptos de geopolítica y corpopolítica del conocimiento, respectivamente. 
 
Volviendo al tiempo histórico en el que Decartes produjo su filosofía, el pensador portorriqueño indicó que si bien Decartes debatió contra las instituciones de la cristiandad en Europa, su saber acabó justificando la idea de Dios en la tierra como sinónimo de la burguesía imperialista que ya emergía con fuerza y de allí que, para él, más que Decartes o su obra en abstracto, el problema radica en «el uso que se le dio al cartesianismo como proyecto imperialista», pues éste hace del hombre occidental el ojo-de-Dios en la Tierra y de allí se deriva el capitalismo. 
 
Al respecto, Miguel Ángel Pérez Pirela resumió que estas consecuencias abarcan no solamente los planos epistemológicos y colonialistas, sino que tienen un efecto sobre las categorías morales que se propugnan desde Occidente. 
 
Grosfoguel aclaró que ha complementado el puente que Dussel establece entre el «yo-conquisto, luego existo» y el «yo pienso, luego existo» de Descartes, porque «hay muchos genocidos en la historia que no han devenido en un «yo existo como Dios idolátrico». 
 
A su parecer, en el caso concreto de la Modernidad Occidental, ello ocurrió de ese modo por la comisión previa de cuatro genocidios-epistemicidios. En primer término, hizo referencia al de la conquista de Al-Ándalus, que estima importante estudiar porque allí se implementaron los métodos que luego habrían de emplearse como cosa corriente: aparte de matar seres humanos, quemaron las bibliotecas de Córdoba y Granada, las más nutridas de su tiempo histórico, con lo cual pretendieron entonces aniquilar el saber de esa sociedad y más todavía, pues pusieron en marcha un extractivismo epistémico, que se apropió de esos saberes y conocimientos luego los presentó al mundo como propio.
 
El segundo genocidio-epistemicidio sobre el cual, para Ramón Grosfoguel, se fundamenta la Modernidad Occidental, es el de las sociedades indígenas que poblaban el actual territorio americano. En este caso, estima que numerosas sociedades que habían acumulado saberes científico-técnicos de gran valía, fueron destruidas aplicándoles métodos prácticamente idénticos a los que antes usaran en Al-Ándalus. 
 
El tercero de los genocidios-epistemicidios que habría que tener en cuenta en este caso, es el de la conquista de África. Este se sustentó en el secuestro, comercio y tráfico de seres humanos hacia otros territorios dominados por Europa para someterlos a la esclavitud y una vez en las plantaciones, quienes lograban sobrevivir tenían estrictamente prohibido practicar sus saberes. 
 
El último, pero no menos importante, fue la quema masiva de mujeres europeas bajo la acusación de brujería. De acuerdo con el experto en temas decoloniales, se trataba de mujeres sabias de sus comunidades, cuyos conocimientos iban a contrapelo de lo que establecía el saber patriarcal de la cristiandad. 
 
Todo esto ocurrió en un lapso de 200 años (1450-1650), pero que fueron decisivos para levantar un proyecto civilizatorio de expansión colonial, sustentado en la destrucción de las civilizaciones conquistadas y la imposición de la propia como la única alternativa posible, de manera tal que el «yo extermino, luego existo» es lo que permite que se constituya ese «yo existo como Dios en la tierra», que inferioriza al resto del planeta.
 
«Cuando Descartes dice: ‘yo pienso, luego existo’, en el sentido común de la época, quedaba claro que no podía ser un judío o musulmán, un indígena, un africano o una mujer, ni siquiera europea. ¿Quién quedó allí como ese yo que tiene la capacidad de pensar como el ojo de dios? El hombre blanco, patriarcal, colonial, capitalista europeo». 
 
Esta conclusión se asentó en ese genocidio-epistemicidio cometido durante 200 años contra contra judíos, musulmanes, indígenas de América, africanos y mujeres de Europa que contravenían el saber instituido.
 
Por tales razones, tanto Pérez Pirela como Grosfoguel es imprescindible desmontar «esas narrativas mentirosas eurocéntricas», puesto que son las que se difunden –con muy contadas excepciones– como verdaderas, en los distintos niveles del sistema escolar en el mundo; una cosmovisión que reivindica un racismo epistemológico, con el que se pretende vender «la idea de que su conocimiento es superior y por tanto, saben lo que es mejor para otros». 
 
Para cerrar el punto, el catedrático de Berkley ejemplificó en cómo nos habían vendido el proyecto neoliberal, que producido en los Departamentos de Economía de universidades estadounidenses y europeas como lo mejor e impuesto en el Sur, presenta a quienes se le oponen como «bárbaros», «salvajes» y destructores de la civilización.
 
(LaIguana.TV)

 

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