Ahora, cuando se ha hecho oficial el rumor de que Donald Trump quiere suspender las elecciones, es un buen momento para lucubrar acerca de lo que ocurriría si, en respuesta al aplazamiento de los comicios, sale un tipo ahí (digamos que un senador o un representante casi anónimo de un estado pequeño, por ejemplo, Dakota del Norte), se dirige a una plaza de Washington DC, acompañado por unos miles de seguidores y cientos de cámaras de televisión y se autojuramenta presidente de Estados Unidos.

Para hacer la escena más cinematográfica, imaginemos que esto ocurre en los alrededores del espejo de agua del Lincoln Memorial, en ese lugar donde Forrest Gump, vestido con uniforme militar de gala, les dio un discurso a los manifestantes contra la guerra de Vietnam. 

¿Qué pasaría?

Algunas personas dirán que el personaje en cuestión  no llegaría siquiera a descender de la tarima por sus propios medios locomotivos, sino que lo bajarían a trancazos unos robocops del Servicio Secreto, el FBI, la NSA o cualquiera otra de las muchas agencias de seguridad de EEUU y tendría que darle gracias a todos los dioses si no termina con la rodilla de uno de esos gorilas presionándole el pescuezo.

Eso es muy posible, pero enfoquémonos más en las repercusiones externas del suceso. ¿Tendría alguna? ¿Qué pasaría si 50 países, incluyendo Rusia, China, Corea del Norte, Irán, Cuba y Venezuela, deciden reconocer al autoproclamado y su programa de tres pasos: cese a la usurpación del tirano anaranjado; gobierno de transición encabezado por el «presidente encargado»; y elecciones libres supervisadas por observadores de los países que convalidaron la jugada?

Nos parece absurdo, incluso humorístico. Y eso debe a que el hecho en sí lo es. No cabe duda. Pero… algo muy parecido a eso es lo que ha ocurrido desde enero de 2019 con respecto a Venezuela y la autodenominada «comunidad internacional» lo ha tolerado y aceptado como válido. ¿Por qué esa parodia antidemocrática se considera aceptable para Venezuela y un absoluto disparate para EEUU?

Una explicación simple es porque EEUU es el capo de la pandilla, el pran del barrio, el dueño de la compañía y, por tanto, puede hacer lo que le venga en gana. Cierto. Pero intentemos ir más a fondo.

En febrero de 2019, la constituyente María León, en una entrevista para LaIguana.TV, puso el dedo en la dolorosa llaga. Nos dijo: «Lo que nos han hecho, de no ser por lo doloroso, sería una burla, una cómica, una ridiculez. ¿Cómo es eso que alguien se proclama presidente? ¿Por qué no lo hacen en EEUU o en cualquiera de los países del norte? No, allá no se puede, pero nos lo hacen a nosotros para humillarnos, dicen que como somos unos salvajes, Trump puede ordenar que alguien se proclame. Y ese imbécil, Guaidó, no se da cuenta de que también se está humillando a sí mismo. Está diciendo que para él su país no vale nada ni sus leyes ni su historia ni el pueblo».

Y es que hay un factor que tiene que ver con lo que los marxistas llaman la superestructura. El sistema hegemónico capitalista, encabezado por EEUU durante más de un siglo, ha trabajado siempre en la creación y sostenimiento de una apariencia de superioridad moral y de legitimidad global. Su punto es que son sociedades perfectas cuyos modelos (y dictámenes) deben ser adoptados por todas las naciones inferiores.

Esto ha calado hondo en casi todas las naciones, gracias a la industria cultural, los sistemas educativos, la maquinaria mediática y al hecho de que en cada país, la élite capitalista mundial cuenta con el respaldo solidario de las oligarquías y burguesías locales, reproductoras de ese modo de entender el mundo.

Ese sustrato ideológico, ese «lavado de cerebro» es el que permite que grandes masas en el mundo crean y reproduzcan el cuento de que EEUU es una democracia ejemplar, de equilibrios bien logrados, donde los políticos no inciden en las decisiones de los tribunales, los jueces son inmaculados, el sistema electoral es impoluto y se castiga la corrupción.  

Tal idealización permite que EEUU funja de gobierno mundial, de juez mundial, de policía mundial y hasta podríamos decir que de rector de la moral mundial. Claro, en un mundo que está al revés, como dijo Galeano.

A la cola de EEUU, pero también vendiéndose como democracias ejemplares, aparecen los países de Europa, incluyendo flamantes monarquías encabezadas por reinas ladronas, reyes corruptos y príncipes pedófilos.

En realidad, EEUU y sus sucursales europeas son una plutocracia global, en la que solo las grandes corporaciones tienen acceso garantizado al poder político.

En EEUU, mediante un sistema de corrupción legalizada, los llamados lobbies, esos intereses (el Estado profundo, le dicen) quitan y ponen presidentes, secretarios de Estado y del Tesoro, congresistas, gobernadores, jueces de la Suprema Corte y, a través de ellos, también quitan y ponen gobiernos y oposiciones en otros países.

Buena parte de los plutócratas son los dueños de la industria armamentística, razón por la cual el gran negocio interno y externo de EEUU y la Unión Europea es el conflicto, y su gran enemigo, la paz.

Elecciones creíbles

La pataleta de Trump respecto a unas elecciones que en este momento tiene perdidas por pela abre un buen momento para echar por tierra otro de los tantos mitos que EEUU ha edificado para ejercer su papel de democracia modelo: el sistema electoral.

Los mismos que exigen que las elecciones de los países insumisos sean «creíbles», tienen uno de los sistemas electorales menos democráticos y más vulnerables al poder del dinero. Las presidenciales son de segundo grado, es decir que ganar en el voto popular no significa ser electo, sino que todo depende de los integrantes de los colegios electorales, quienes pueden terminar votando -y a menudo lo hacen- de manera opuesta a sus electores de base. Así llegó a la presidencia este mismo personaje que ahora se queja y canta fraude por adelantado.

Al margen de esa falla de  origen en el nivel de democracia, el sistema electoral estadounidense está corrompido hasta los tuétanos, como se demostró en las elecciones que ganó Al Gore y se las robaron, gracias a una ristra de maniobras que incluyeron al supuestamente apolítico Poder Judicial. 

Hasta en la serie House of cards (que es una ficción muy real) un oscuro demócrata que parece republicano, le quita el triunfo mediante las maniobras más truculentas y retorcidas, a un republicano con pinta de demócrata. La trama incluye asesinatos, negociados nacionales e internacionales, falsos positivos sobre terrorismo y otros detallitos.

Las advertencias de Trump acerca de este punto son ciertas, aunque él las hace públicas únicamente porque todo parece indicar que va a perder. Tal parece que de tanto aupar a la oposición venezolana, se le han contagiado sus mañas.

Pero, volvamos con la pregunta de qué pasaría si Trump aplaza las elecciones y un tipo ahí se declara presidente.

Me parece oír a los analistas y dirigentes de la derecha (y hasta los de cierta izquierda) diciendo que allá no se aplica porque es un país serio, con instituciones y leyes justas y sus elecciones son creíbles. 

Ojalá tengamos la oportunidad de presenciar algo así para «gozar un imperio», dicho sea con juego de palabras, viendo salir a flote las dobles morales y los dobles raseros.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)